Estuardo Gamalero

«Hay dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad; la otra es negarse a aceptar lo que si es verdad.»
–Soren Kierkegaard–

Como mínimo la realidad de Guatemala se divide en dos: la que acosa a las personas del interior y la que vivimos la gente del departamento central, en el que quizás estamos el 95% de quienes leen por ejemplo esta columna de opinión. Cada una de esas realidades tiene subdivisiones y por supuesto no es la misma realidad la del departamento de San Marcos frente a la de Escuintla, así como no es igual la realidad de San Juan Sacatepéquez con la de Mixco.

La idea medular de esta opinión no es confrontar o polemizar con algún color del arcoíris electorero, sino más bien, que meditemos en la importancia que las condiciones de los guatemaltecos del interior y de la capital sean lo más parecidas posibles, de manera que la aplicación de la ley y la escala de principios y valores la compartamos todos por igual.

En más de una ocasión hemos escuchado a alguien decir: “es que la gente de los pueblos no tiene idea de lo que está sucediendo acá en la capital y de las atrocidades que han hecho los gobernantes o políticos”; de esa misma forma, estoy seguro que muchas personas en el interior pensarán: “la gente de la capital no sabe los problemas que tenemos que enfrentar acá, por falta de recursos y la ausencia del Estado en todo sentido”. La dicotomía de realidades obedece a varias razones: carencia de educación, culturas e historia diferentes, acceso o falta de infraestructura y servicios básicos, presencia de recursos públicos y privados, incidencia de caciques, narcotraficantes y maras, nivel de empresarialidad formal, contacto con el mundo externo a través de redes sociales, televisión, radio y medios escritos.

No podría decir qué es peor: a) el hecho que la gente del interior no sepa lo que está sucediendo en las esferas políticas del país; o b) que las personas de acá no sepamos a qué carencias y problemas se tienen que enfrentar diariamente los guatemaltecos del interior. Pienso que ambas situaciones son dos caras de una misma moneda y es el desconocimiento de una de ellas, lo que provoca el cortocircuito entre lo que realmente sucede en Guatemala y lo que las personas perciben de esa verdad.

En época electoral, la percepción de dicha realidad se ve influida drásticamente por los medios de comunicación y el favoritismo desmedido en publicidad hacia una organización, el contenido de las redes sociales, los niveles de pobreza y las necesidades insatisfechas, las dádivas en el compro de votos, el miedo, el oportunismo por colocarse o colocar a un familiar en un empleo público. Por supuesto, la denuncia abierta y la investigación penal sobre una organización y/o sus personeros ha demostrado que también tienen gran incidencia.

En época no electoral, los buenos guatemaltecos estamos o deberíamos estar pensando: ¿cómo podemos hacer para generar más desarrollo, más oportunidades, mejores trabajos, más educación, más civismo, mejor funcionamiento del Estado, etcétera? Si bien Guatemala es un país enormemente bendecido, nos toca luchar en contra de la corriente, pues las ideas anteriores se entrampan en la mira de los políticos, caciques y gobernantes corruptos que NO les interesa el desarrollo del país o de su región, sino más bien el crecimiento de sus carteras en negocios propios o la generación de conflictividad artificial, para evitarse competencia y controles cercanos.

En época electoral, me quiebro la cabeza tratando de encontrar remedios de corto y mediano plazo, que permitan informar objetiva y adecuadamente a la población del interior de la República (que usualmente se ve sometida a la compra de voluntades y votos) respecto de las situaciones fácticas que en óptica nuestra, constituyen amenazas serias a la democracia, a la libertad de emisión del pensamiento, a la propiedad privada y a cuestiones o actitudes éticas que se parecen mucho a las de dictadores y presidentes nefastos.

Los chapines usualmente dejamos para último momento la solución de los problemas y por eso es que somos maestros para chapucear las cosas; con lo anterior quiero decir que: si el movimiento ciudadano de desenmascarar a los corruptos y la fiscalización de los recursos de las organizaciones políticas, así como la presión por modificar las leyes de transparencia, hubiesen empezado hace un año, hoy probablemente actores y factores negativos estarían en el lugar que les corresponde.

Hoy más que nunca, estoy convencido que la mayor deuda electoral que tiene este país hacia su población, es la histórica falta de educación e información cívica, para garantizarle la efectividad de su sufragio y la pureza del proceso electoral, tal como reza la misma Constitución Política. Definitivamente tuvo razón Albert Einstein al decir que la oscuridad no existía, sino que era la simple ausencia de luz.
Llevémosla.

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