Declararse capital de la vida fue un logro propagandístico de este gobierno para celebrar al viejo estilo de Ubico el cumpleaños del gobernante sin pensar lo que eso realmente significa siendo el nuestro un país que, según estudio de la Organización Internacional para las Migraciones, está expulsando a pasos agigantados a su niñez que constituye una parte muy importante del flujo migratorio de guatemaltecos que viajan a Estados Unidos, con el agregado de que, según el estudio, esos niños y jóvenes llegan sin tener siquiera la escolaridad mínima para esas edades, lo cual explica mucho el porqué de la migración y el descalabro de nuestro modelo de atención a la población en edad escolar.
Proteger la vida y la familia, como tanto se dijo en ese fatuo y vacío acto que sirvió, eso sí, para destruir muchas caretas, implica un verdadero compromiso de Estado para realizar políticas efectivas de promoción de una vida digna porque no se puede alentar la vida y la familia cuando todo el aparato público está puesto al servicio de la corrupción y para que sirva al enriquecimiento ilícito del grupito que gobierna y a sus aliados, aquellos que con tal de garantizarse impunidad para sí mismos, han pactado para fortalecer un régimen en el que el Estado de Derecho desaparezca a fin de que no vuelvan a vivir la pesadilla que les tocó cuando tuvieron que pedir perdón al haber sido descubiertos como los operadores, tras bambalinas, del sistema político.
Quienes somos padres de familia sabemos exactamente lo que significa esmerarnos en la formación de nuestros niños para facilitarles condiciones que les permitan mantener un nivel de vida aceptable. Los padres hacemos cualquier cosa por nuestros hijos y ver a uno de ellos partir al extranjero forzado por las circunstancias es de las cosas más duras que pueden suceder. Pero esa historia se repite una y otra vez en la Guatemala profunda, esa que no forma parte del paisaje que pintamos los medios de comunicación ni el que vemos los ciudadanos a simple vista. Una Guatemala donde el futuro desalienta de tal manera que expulsa hasta a los niños que se sienten aquí condenados a la miseria y la absoluta falta de oportunidades.
De qué familia hablarán esos hipócritas cuyo saqueo del erario se traduce en la desintegración de incontables núcleos familiares en los que algunos miembros tienen que escapar de la miseria en peligrosas travesías. Y que, además, al llegar a su destino se enfrentan con la desventaja, frente a otros migrantes, de que su falta de escolaridad les condena a realizar las labores más duras, más difíciles y que nadie más acepta, con tal de devengar un salario que les permita enviar remesas que sostengan a sus parientes.
Ese estudio de la OIM es un sopapo en la cara para los fariseos que se llenan el hocico lanzando bendiciones y hablando de la familia mientras están dedicados al robo descarado de todos los recursos públicos. Cada núcleo familiar que se desintegra por la migración es un tapaboca a los pastores y obispos que fueron a orar por la familia y por la vida en el cumpleaños de Giammattei.