Eduardo Blandón
Si nos atenemos a Peter Singer, la consciencia no es un fenómeno exclusivo de los humanos, ni siquiera de los primates. El filósofo australiano insiste en la idea según la cual los animales y los humanos, al compartir una estructura común, se igualan en dignidad y derechos. Tal reconocimiento, si nos lo tomáramos en serio, impediría el sometimiento al que hemos condenado a las especies vivas del planeta.
Pero no es del razonamiento audaz del pensador al que quiero referirme, sino de su supuesto, esto es, el hecho empírico de que los seres humanos tengan consciencia. Contrario a su aserción, la evidencia a veces sugiere lo contrario: los límites de la consciencia en sujetos incapaces de apercepción.
Esto no invalida la apuesta intelectual del filósofo en un esfuerzo personal por falsear su teoría, conforme lo enseñado por Popper. Solo me sirve para señalar la patencia de algunas conductas. La evidencia de que algunos carecen de consciencia en una vida reducida tal vez a la actualidad de las circunstancias.
Por ello no es raro encontrar a sujetos que inflijan dolor y sufrimiento involuntariamente, produciendo caos, destrucción y hasta muerte. Sí, quizá sea un género de eso que llamaba Arendt, la banalidad del mal, ejecutorias emprendidas por imperativos que escapan al libero arbitrio.
Dicho comportamiento, sin embargo, no es generado por causas externas, sino por una especie de relajamiento interior. Una suerte de ecosistema particular narcotizado que impide la autoconsciencia. El efecto consiste en una vida transitada en automático, sin examen crítico que enjuicie los propios actos o que los ponga frente a un tribunal interno.
Referirse a esa privación de consciencia va más allá del desconocimiento intelectivo, como quien “no tiene idea de lo que ocurre”, sino también a una intuición de tipo moral, “ignorar el mal de la conducta”. De ese modo, su ceguera moral lo convierte en el verdugo universal que por acción u omisión lastima también a los que ama.
Ese entumecimiento de la consciencia, que puede ser congénito, propio de un espíritu frívolo, o condicionado, conforme lo que llama Bauman, la sociedad líquida, limita las relaciones afectivas y son fuente de insatisfacción personal. Recuperarse de esa deficiencia humana será la tarea por asemejarnos a los animales según los dictados de Singer.