Álvaro Pop
La historia son momentos del devenir de los humanos.
Las personas y los grupos hacen la historia.
Pero no la hacen de manera independiente, siempre hay un pasado que pesa, que influye y que determina nuestros actos.
Acciones de nuestros antepasados, sus posicionamientos, su visión y comprensión de la vida, sus creencias y sus afectos luego son trasladados de generación en generación y constituyen sus identidades individuales y colectivas, colectivas e individuales en una relación permanente.
Todo eso nos hace estar acompañados. A pesar de las soledades que se invocan y que se sienten en la responsabilidad del hacer y quehacer cotidiano. De los dolores y alegrías al ver hacia atrás.
Pero siempre hay una responsabilidad individual que suman a otras y hacen que al andar en la vida construyamos la historia.
Hemos aprendido que todo cambia. Y efectivamente el cambio es la característica fundamental de la vida. Es decir que podemos aprender del pasado, reconocer el presente y actuar en consecuencia.
Y el país está pasando un momento histórico.
Un momento que puede ser el quiebre que cambie el rumbo que nos parece que ya está determinado.
La pandemia ha hecho que el mundo acelere este cambio.
Un cambio que ya vivimos. Somos la generación que está viendo cómo la información y la tecnología modifica comportamientos, pero también vemos cómo ideologías mejoran o empeoran la vida de la sociedad. Hemos sido testigos de la evolución de una pandemia en línea.
Nuestro país tiene una historia de mucho dolor para muchos. Cargamos las viejas emociones de generaciones pasadas. Un anciano en la comunidad decía “la sangre regada en estas tierras está en el agua que nos baña, en la tierra que da frutos, en la misma sangre que corre por nuestras venas y carga sentimientos”. Sangre y lágrimas.
La historia nos ha demostrado que hemos construido instituciones que necesitan cambiarse, que necesitan de nuevas voces, de mentes críticas que mejoren nuestra comprensión del pasado para enfrentar mejor el futuro.
Hoy tenemos viejas y nuevas necesidades.
Tenemos nuevos y ancestrales dolores. Pero sobre todo tenemos la responsabilidad de construir pensando en el futuro. Un pequeño país que puede ser más grande a partir del adecuado manejo de sus riquezas. De la potencia de su juventud, de la sabiduría de las generaciones que entregaron la pasión por el cambio y hoy son voces que pueden ayudar, de una naturaleza generosa que debemos administrar mejor, de una posición geográfica única, entre otras.
Somos un país pequeño que está obligado a pensar de manera colectiva. Una sociedad que debe dar el salto del “yo” al “nosotros” sabiéndose diverso. La fuerza está en la diversidad. En la robusta decisión de sus identidades étnicas particulares que buscan el bienestar, la paz y la participación. En los múltiples lenguajes ancestrales que pueden cantar en sintonía la música del desarrollo si encuentran el espacio, la oportunidad y juntos superar la inmensa desigualdad actual. Es la armonía de la democracia que aún no alcanzamos.
Se dice que producimos suficiente alimento y sin embargo somos el primer lugar en América Latina con desnutrición crónica infantil.
Algo estamos haciendo mal y exige que rectifiquemos.
Esta es la oportunidad, no podemos dejar que las vacunas se sigan caducando, no podemos dejar que las oportunidades sigan el mismo camino.
A veces solo se trata de ponerse al costado del camino para que pasen los que pueden terminar las mejores obras para todos. Al final ganaríamos todos como sociedad. Bienvenida la nueva historia.