Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.gt
@ppmp82
No es ningún secreto que Guatemala necesita reformar, para fortalecer, su Sistema de Justicia en la búsqueda de un real Estado de Derecho que no solo ayude en la atracción de capitales si no en el desarrollo de la vida misma de todos los habitante de este país.
Necesitamos poder desarrollarnos sabiendo que las reglas están para cumplirse si es que deseamos vivir sin darle tanto espacio a los aventajados que consideran que las normas están para desobedecerlas cuando se estime conveniente.
Pero hoy, cuando algunas fuerzas creen que están logrando las acciones para vivir en paz, hablar de reforma es una utopía porque los que sienten que con la salida de la jueza de mayor riesgo, Erika Aifán, recobran la tranquilidad, no están pensando en cómo se fortalece el Estado de Derecho sino por el contrario solo piensan en cómo nunca vuelven a perder el control.
El país necesita jueces, en todos los niveles, que se puedan comprometer con la justicia y con servir al ciudadano en la búsqueda de la verdad sin estar sujetos a los juegos políticos y al manoseo que se hace del sistema. “Imagine”, me dijo un canoso juez, “qué voy a hacer yo si estos malandros me sacan a mis 60 años, solo porque al mafioso de turno no le gusta mi trabajo. ¿Entonces, qué me queda? Ir impartiendo la justicia en una manera en la que trato de hacer lo correcto sin que los que mandan se enojen”.
El juez que cumple (aunque no siempre nos gusten sus resoluciones), el juez que no juega en el sistema paralelo paga una enorme factura en Guatemala. No siempre estuve de acuerdo con las resoluciones de la jueza Aifán, pero siempre entendí que se esmeraba en estudiar los casos y que resolvía en función de lo que estimaba apropiado, no en base de lo que había acordado con los operadores del sistema paralelo de justicia (uno de los casos que ella llevaba en su juzgado).
Sus acciones resultaron muy incómodas para un sistema que la veía como una enorme piedra en el zapato para poder volver a la normalidad previo al 2015 y por eso es que terminaron apoyando los esfuerzos de Alejandro Giammattei, de Consuelo Porras, de Silvia Patricia Valdés y de operadores del sistema paralelo para forzar su salida.
Hoy hay mucha gente feliz por lo que pasó, pero es bueno que volteen a ver en la región y ayer mismo, cuando se conoció la renuncia de Aifán, supimos de la sentencia en contra de Cristina Chamorro en Nicaragua. Ella atribuye su condena por la osadía de haber intentado servir a los nicaragüenses lo que fue tomado como haberse “rebelado” ante el tirano, Daniel Ortega.
Ortega supo capitalizar la fuerza que le dieron los apoyos que hoy tanto lamentan algunos porque saben que alimentaron un monstruo con el que ahora no pueden lidiar y lo mismo pasa aquí. Hoy muchos apoyan a Giammattei y su círculo porque lo que hacen “les beneficia”, pero están labrando la misma estaca en la que los sentarán cuando el Centro del Gobierno haga el berrinche.
Quitar jueces y fiscales ha sido una receta que, en apariencia, da paz pero la verdad es que el tiempo nos enseñará que el desmantelamiento de la independencia en el aparato de justicia pasará una costosa factura porque cuando aparezcan los más sanguinarios, cuando entren en escena los menos escrupulosos y cuando nos toque lidiar con los más rudos, no habrá a quien recurrir porque todo lo que servía como herramienta de justicia se desbarató pensando en el corto plazo y en una impunidad ganada a pulso.
La situación en Guatemala se pondrá peor antes que mejore y ojalá los que han alimentado a los leones de impunidad, se den cuenta que más temprano que tarde serán carnada de la misma manada a la que fortalecieron.