Claudia Virginia Samayoa

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Claudia Virginia Samayoa
Cartas de una Lechuza
@tucurclaux

¿A dónde se fue la razón, el debate y la sensatez?   El mundo de hoy donde la verdad no la definen los hechos sino los influencers con más twitts; donde los instintos bélicos y de venganza orientan las políticas públicas; y, donde la crisis económica enriquece a los más ricos genera la pregunta si vale la pena vivir en la sociedad o esconder la cabeza y habitar ese cada vez más pequeño mundo individual.

La crisis que vivimos hoy es el producto de la aceleración de los procesos de descomposición social por la pandemia.  Lo que ha sido más evidente en los primeros meses del 2022 es que hemos llegado al punto donde existen impulsos profundos para romper los contratos sociales que moderaban el actuar humano desde mediados del siglo XX.

En febrero, aprovechando las angustias relacionadas al ómicron, Putin realiza la mayor intervención militar para consolidar su proceso de expansión territorial enfrentándose directamente a los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pretendiendo revivir alianzas como las del Pacto de Varsovia.   La guerra de ‘intervenciones’ que han llevado Estados Unidos y sus aliados y la misma Rusia llega a Europa agudizando la contradicción y retando la validez de la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos y la ONU.  El mundo occidental no puede ignorar lo que implica la insensatez de la guerra, ¿o sí?  ¿No será que vemos la valentía de los ucranianos y el dilema del refugio porque los afectados son blancos y occidentales?   ¿Tal vez llamamos crímenes de guerra que se tiren misiles a edificios de vivienda porque las víctimas son cristianas y no palestinas o sirias?

El 8 de marzo, de forma precipitada, el Congreso de la República aprobó una Ley de la familia y la vida para que el presidente pudiera lucirse el día de su cumpleaños declarando a Guatemala la capital iberoamericana de la Vida.  La ley es inconstitucional y promueve el odio. Las organizaciones sociales e internacionales expertas en la materia habían mantenido diálogos de sordos con los diputados para evitar que saliera el adefesio presentado.   No escucharon el debate y no esperaban la reacción de las mujeres, las familias y la comunidad LGBTIQ+.  Ahora que engavetan la ley no pueden ocultar que los políticos no reconocen a la familia guatemalteca ni respetan los más elementales principios de nuestro contrato social: TODOS SOMOS IGUALES EN DIGNIDAD Y DERECHOS.

Asimismo, estos últimos meses hemos visto la persecución abierta a operadores de justicia llevada a cabo por una organización creada con el objetivo exclusivo de enarbolar la bandera anticomunista ante la afrenta de la lucha por los derechos humanos para todos, el fin de la impunidad y la corrupción para construir el desarrollo.  Dos personas apoyadas por una millonaria inversión nacional le dan órdenes a la Fiscal General, a los jueces, a la policía y a cuanta autoridad les aparezca.  Si no le obedecen les ofrecen cárcel.  Dicen que es para corregir errores, pero su discurso y su ser están cargados de odio, el mismo que nos ofrece la imagen de un chofer quien le enseña a otro la pistola.  La pareja de la organización ha efectivamente destruido el ESTADO DE DERECHO.

Son demasiadas cosas, los hechos muestran una verdad profunda y es que la crisis de hoy no es nueva, pero está acelerada.  Existen dos opciones, ignorarla como el avestruz y esperar que la violencia y odio no entre a su casa o abrir los ojos y hacer un esfuerzo por recuperar los principios más elementales de las relaciones humanas.   Si hace 10 años ya era difícil mantenerse en la lucha contra los corruptos y violentos, hoy será mucho más duro pero si algo demostró los movimientos y posiciones entre el 8 de marzo en la noche y el 9 es que juntos podemos lograr cambios.

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