Juan Blanco
Doctor en Filosofía por la Höchschule für Philosophie, München, Alemania.

 La cuaresma es un tiempo de ascesis somática que fortalece las energías surreales de la co-existencia. Las prácticas ascéticas han producido en la memoria ontológica de los seres extáticos la huella de un ancestral escepticismo frente al poder de la «realidad» y del mundo. ¿No va Jesús al desierto para desembarazarse del sentido común imperante en su época? En el desierto, el ayuno, la oración y el encuentro con su demonio lograron poner en forma al carpintero para la entrega de buenas noticias.

El evangelio de Jesús, como sabemos, socava muchos de los cimientos del sentido común: los pobres, los ladrones y las prostitutas son los preferidos de Dios; los ricos difícilmente entrarán en el Reino de los Cielos; el Reino de Dios se parece a un banquete en el que toman parte los sin-parte, etc. Sin duda, la cuaresma inaugura la temporada de ejercicios de abstención que tonifican nuestros músculos hermenéuticos y los capacitan para la puesta en entredicho del sentido común reinante. ¿Y qué dice este sentido común? Entre otras cosas, que los corruptos suelen salirse con la suya, que las tesis de doctorado pueden ser plagiadas de manera impune; que los pobres lo son porque quieren, que «hombre y mujer los creó» y lo demás es perversión; que los que luchan por la justicia deben ser ajusticiados, que las mujeres son violentadas sexualmente por provocadoras; que los «indios» son el obstáculo para el progreso de la nación, que «Dios pone y quita gobernantes», etc. Si de algo debería servirnos la cuaresma, sería para debilitar los cimientos de los horizontes de sentido que impiden la co-existencia buena.

En el desierto, Jesús se desintoxica también de la narcótica adicción al Dios sádico, violento, vengativo y todopoderoso de la religión de su tiempo. El Dios de Jesús es amor. Por eso, el nazareno denuncia la soberbia de las autoridades religiosas, la organización jerárquica de las relaciones interpersonales y el uso del nombre de Dios para justificar el crimen. Sí, la cuaresma predispone los ánimos para la reconfiguración del mundo. Pero, ¿quién estaría dispuesto a tomarse en serio la cuaresma?, ¿quién querría de verdad renunciar a la membresía del sentido común imperante?

¿No es curioso que el tiempo de ayuno y penitencia termine con una semana santa que pone en escena la muerte de Dios? ¿Qué significa que Dios muere? ¿No significa acaso el ocaso del sentido común? ¿No son los viernes santos una especie de carnaval dark henchido de esperanza? El viernes de los viernes resguarda un misterio evangélico: la buena nueva de la imposibilidad de que el orden de las cosas imperante sea eterno y sin fisuras.

Las andas del Dios sufriente, moribundo y muerto proclaman la posibilidad de recrear la casa común. ¿No es el Dios del cristianismo oficial uno de los mayores obstáculos para la instauración de comunidades de mecenazgo y bienestar? ¿No es evidencia que en una sociedad, con más del 98% de la población en el bando de los cristianos, la mitad de los niños y niñas menores de quince años sufran desnutrición, la pobreza y la pobreza extrema hayan aumentando constantemente en los últimos treinta años, y el más lucrativos producto de exportación sean ciudadanos empobrecidos dispuestos a morir para despetar de la pesadilla guatemalteca?

Pues en esa sociedad, llena de cristianos, es indispensable que muera el Dios que alimenta y sostiene el sentido común. Con ese Dios quedaría también enterrado el mundo que lo reclama como fundamento: uno jerárquico, violento, injusto, corrupto. La cuaresma es la oportunidad para cometer un teocidio salvífico. Quizá con la muerte de Dios podamos conectar finalmente con el amor anunciado por Jesús. Una vez enterrado el Dios guatemalteco, a lo mejor sea posible la instauración de una convivencia isocrática.

Lastimosamente, como cada año, al final de la semana santa, el Dios que sostiene este obsceno mundo será resucitado por los vencedores de siempre. Nosotros, sin embargo, intentaremos aniquilarlo una y otra vez hasta que un día, en la santa semana de la liberación, nos encontremos con el Jesús subversivo, el anarquista amoroso y partidario de la co-existencia buena. Que el ayuno y la oración cuaresmal robustezcan el deseo de un mundo exento del Dios de la colonialidad. Amén.

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