Jonathan Menkos

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Jonathan Menkos Zeissig
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Todo parece indicar que el mundo futuro será un lugar con mayores incertidumbres derivadas de problemas económicos, sociales y políticos que se entrelazan en la actualidad y, sin cambios estructurales, se fortalecerán mutuamente conforme corra el tiempo. Sobre la economía global se cierne una gran tormenta que traerá consigo fatales consecuencias. Sin ánimo de hacer una lista exhaustiva, se puede puntualizar los cuatro de los problemas que más inciden en su formación.

Primero, la crisis política de civilización. La democracia está oxidada, infortunadamente, debido a sus exiguos resultados, pues no ha ido más allá de garantizar elecciones limpias, en el mejor de los casos. La democracia no se ha convertido en una garantía concreta y universal de alimentos, educación, salud o trabajo que prometía. El poder público ha seguido sirviendo a pocas manos y ante este descontento social se ha abierto la puerta a nuevos dictadores. Un informe de la Universidad de Gotemburgo estima que el 68% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios, el mismo nivel registrado hace treinta años. A esto se añaden las fricciones entre Estados Unidos, Europa, China y Rusia, relacionadas con el mundo multipolar que se está consolidando bajo principios imperialistas y que afecta a nivel mundial la producción, el comercio, las finanzas y, por supuesto, la paz.

Segundo, un sistema económico que auxiliado por el relato del derrame premia la usura, la corrupción y el despilfarro de unos pocos, está siendo cada vez menos capaz de distribuir masivamente esperanza, riqueza y bienestar, ya sea por medio del mercado de trabajo o a través de la política fiscal. Recientemente, el sistema económico se ha visto afectado por fenómenos tales como la pandemia de COVID-19, la guerra entre Rusia y Ucrania, las fricciones comerciales entre China y Estados Unidos, está teniendo efectos nocivos que perdurarán en el mediano plazo, tales como el incremento de los precios internacionales del petróleo y la escasez y encarecimiento de los alimentos básicos.

Tercera, la crisis climática. El más reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas advierte que la influencia humana ha provocado cambios rápidos y generalizados en el sistema climático que provocarán el incremento de desiertos, sequías, incendios e inundaciones. Los precarizados cada vez serán más y tendrán menos que perder mientras transitan dos posibles caminos: conseguir poder en su vecindario o migrar hacia los países “desarrollados”.

Cuarta, la crisis de igualdad. En general, en el mundo actual, pocos recuerdan que todos nacemos libres e iguales en derechos. Por el contrario, el poder se está utilizando para someter a las mayorías al dominio de los intereses y las ganancias de unos pocos. No hay posibilidad de edificar la cohesión social, el sentido de pertenencia o la idea del “nosotros”. Al contrario, transitamos rápido hacia el imperio de la violencia: la ley del más fuerte.

Sentimos el viento de la tormenta que se avizora, bien haríamos en comenzar a reforzar la casa común. De nada sirve subsidiar por tres meses el gas o eliminar por seis meses el impuesto a la gasolina: es tan infructuoso como tender la ropa antes de la lluvia. Por el contrario, es necesario planificar el desarrollo, viendo el hoy, pero entendiendo el mañana: sentar las bases para un crecimiento que no dependa ciegamente de variables externas; toca pensar en pleno empleo y en una economía industrializada y verde. Se debe poner en marcha una estrategia para acrecentar el bienestar social: educación, capacitación, salud, asistencia social. Hay que lograr un sistema de justicia verdaderamente justo y hacer que el poder público sea eficiente, transparente y capaz de dar nuevo brío a la democracia.

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