Carlos Figueroa Ibarra
En el último mes, desde que salió el reportaje sobre la casa en Texas que en algún momento rentó la esposa de uno de los hijos de Andrés Manuel López Obrador, la derecha y los grandes medios de comunicación que son igualmente de derecha, ha encontrado una nueva mentira que repetida mil veces (Goebbels dixit) pretende convertirse en verdad. Como se lo dijo el publicista reaccionario Carlos Alazraki a Roberto Madrazo, el adversario de AMLO desde siempre: “Esta campaña no se gana con publicidad sino con propaganda, mientras más mentiras des contra Morena mejor te va”. Con desfachatez, Alazraki agrega que cuando Morena responde, ya se debe circular la mentira siguiente.
El reportaje sobre la casa rentada por la esposa de José Ramón López Beltrán, difundido por la plataforma Latinus en la que trabaja el periodista Carlos Loret de Mola, no prueba nada. Solo presenta un hecho, una casa rentada (donde vivió José Ramón), pertenece a alguien que durante un tiempo formó parte de una empresa que tiene contratos con Pemex. A partir de ese hecho, la conjetura es que la renta de esa casa podría ser parte de un tráfico de influencias y que habría algún conflicto de interés. Carmen Aristégui, una de las difusoras del artículo, ha aceptado que las explicaciones dadas por Carolyn Adams, esposa de López Beltrán, muestran que en efecto el arrendamiento se hizo con una empresa inmobiliaria sin que arrendador y arrendatario tuvieran relación entre sí. Documentos publicados por el diario La Jornada evidencian que la casa fue arrendada de manera regular y se efectuaron pagos reales de depósito y rentas mensuales.
El presidente López Obrador ha respondido a ese ataque a su familia. Pidió a Loret de Mola que hiciera públicos sus ingresos para ver si tenía autoridad moral para hacerle señalamientos de corrupción. Como Loret no respondió, López Obrador difundió una información que indica que los ingresos anuales de Loret (2021) fueron de 35 millones de pesos (1.75 millones de dólares). La derecha ha victimizado a Loret por la difusión de esa información. Su narrativa lo presenta como un periodista inerme que enfrenta a todo el poder del Estado encarnado en el presidente. Ha pretendido equipararlo con los periodistas de a pie que son asesinados en el interior del país, por sus reportajes sobre el crimen organizado y la corrupción.
¿Es Loret un pobrecito periodista? Ciertamente no. Aparte de los señalamientos que se le hacen de una inescrupulosidad sin límites para presentar noticias falsas y montajes periodísticos, Loret es parte del dispositivo propagandístico reaccionario cuya inmoralidad acepta cínicamente Alazraki. La plataforma Latinus, como lo ha mostrado el periodista Álvaro Delgado, es financiada por poderosos intereses económicos de exgobernadores y políticos adversarios de López Obrador, sus propietarios obtuvieron recursos millonarios del anterior gobierno de Michoacán, han estado asociados a las corruptas ventas de medicinas de sexenios anteriores, uno de sus accionistas fue contratista del gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018) y tiene vasos comunicantes con los más poderosos intereses empresariales del país. La derecha ha montado una campaña con el eslogan “#YosoyLoret”. Discúlpenme, pero yo no soy Loret.