La crisis en Europa del Este por la posibilidad de una invasión rusa a Ucrania ha captado la atención mundial y los analistas destacan que entre los muchos intereses que animan a Putin está el de reconstruir lo que fue la poderosa Unión Soviética de la que fueron parte Ucrania y otros países que se independizaron tras la caída del régimen comunista. Vladimir Putin, se recordará, fue un importante agente de la KGB, la tenebrosa policía secreta de la URSS y se formó en la escuela del dominio soviético sobre toda la región, lo que incluyó países como Alemania Oriental, Polonia, la desaparecida Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y la antigua Yugoslavia.
El imperialismo ruso es evidente y ha ganado mucho terreno en lo que fueron territorios de la Unión Soviética y ahora, ante la postura adoptada por Washington al oponerse frontalmente a la invasión a Ucrania, florece una importante alianza con China, país en el que aún con las reformas económicas sigue imperando el comunismo.
Pues resulta que en Guatemala, país profundamente polarizado ideológicamente gracias a una astuta movida que hicieron los que promueven la corrupción para pintar a los que cuestionan ese modelo como comunistas, resulta que los más fervientes anticomunistas aplauden frenéticamente las acciones de Putin y su acercamiento con los chinos porque se está enfrentando a la Casa Blanca que ahora ocupa Joe Biden, quien para ellos es el puro diablo izquierdista porque resulta que su discurso es también contrario al saqueo de los fondos públicos y Estados Unidos ha puesto en la lista de corruptos distinguidos a importantes figuras de la dictadura de la corrupción en Guatemala, encabezados nada más y nada menos que por la mismísima Consuelo Porras.
Siempre he dicho que aquí se habla todo el tiempo de ideologías y no se conoce absolutamente nada del tema y mucho menos de historia. Nadie repara en cómo y dónde se formó el líder ruso, ese que gobierna tan dictatorialmente como lo hicieron sus mentores comunistas durante décadas, enviando a prisión o a la muerte a cualquier disidente que se atreviera a enarbolar banderas diferentes a las toleradas por el Kremlin. Mucho menos se van a interesar por estudiar qué es lo que hay en cada una de las Repúblicas que conformaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la URSS) y por qué el interés de Moscú por anexarlas a la nueva Rusia.
Una alianza sólida entre la Rusia de Putin y los comunistas chinos debiera poner con los pelos de punta y la camisa levantada a todos los que andan gritando contra los “chairos” a los que ponen el dedo en Guatemala. En cambio, como ese Biden se ha puesto los pantalones tanto con los rusos como con los chinos, con quienes Trump fue tan blando como con el dictador de Corea del Norte y con los ladrones de aquí, resulta que ambos, rusos y chinos, terminan siendo algo así como aliados de la ultraderecha guatemalteca que los admira porque están plantándose contra el comunista de Biden.
Y por supuesto que tienen mucho que aprenderle a Putin porque van en la misma senda de absoluto control de las instituciones y de la sociedad misma en donde cualquier forma de disidencia es severamente castigada. Por si eso fuera poco, resulta que los socios de Putin resultaron invirtiendo en Guatemala, lo que coloca al país en su órbita porque aquí, como allá, la corrupción es el propósito y esencia de la dictadura.