Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Lo cierto es que mientras en la ciudad vivimos con preocupaciones como la seguridad ciudadana o la forma en que la corrupción afecta todo el proceso económico nacional, en el resto del país se viven tensiones que resultan imposibles de comprender para quienes no sentimos ni el riesgo, mucho menos el daño, de que nuestra vida pueda ser afectada por el impacto de factores exógenos que de pronto pueden cambiar todo el entorno. Y la primera reacción de quienes, en ese sentido, vemos los toros desde la barrera es calificar las protestas de la población como simple jodarria, cuando no acciones orquestadas para impedir el desarrollo que significan cuantiosas inversiones que se hacen para explotar los recursos naturales del país.
Creo que hay una absoluta falta de comunicación y que eso impide por completo la adecuada comprensión de los diferentes puntos de vista, lo que provoca confrontación y conflicto que se agrava cuando las acciones de las partes se terminan convirtiendo en expresiones de violencia. Los sucesos últimos de Alta Verapaz son apenas una muestra más de lo que está surgiendo en muchas partes de Guatemala por la incapacidad que tenemos como sociedad para implementar mecanismos de diálogo en busca de entendimiento que permita llegar a acuerdos.
Sin diálogo, los grupos que protestan recurren a las medidas de hecho que son vistas por la contraparte como actividades delictivas y la reacción es de carácter represivo, sin tomar en cuenta que somos un país con un estado de derecho tan precario que resulta absurdo invocar la legalidad como paradigma. Tan cuestionable puede ser desde el punto de vista de la ley el argumento de quienes, por ejemplo, esgrimen derechos ancestrales, derechos de propiedad, como el de quienes con una orden de juez ejecutan violentamente desalojos porque, tristemente, no podemos tener la certeza jurídica de que el sistema legal ha funcionado con eficiencia y apego a las normas. Lo corriente es que se resuelva “al gusto del cliente” y en esas condiciones parece imposible conciliar posturas tan encontradas.
Creo que estamos viviendo las últimas oportunidades de buscar soluciones negociadas para conflictos que se van agravando de manera sorda pero consistente. Es imperativo que se haga un esfuerzo por buscar el entendimiento y nada mejor que ponernos en los zapatos de la contraparte para intentar, de manera seria y consistente, la comprensión de las actitudes que se toman y que, a mi juicio, tienen el semblante de una espiral incontenible hacia confrontaciones tan dolorosas como inútiles.
Existe, en teoría, un sistema nacional de diálogo que tiene que activarse con madurez para atajar ahora, antes que sea demasiado tarde, esa conflictividad que ya está a flor de piel.