Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Para los antiguos griegos, apoyados en su mitología, el dios de la medicina era Asclepio.  Los romanos lo rebautizaron como siempre hacían, tomando como propio lo que era de otros y lo llamaron Esculapio.  Tal vez has visto el símbolo de la medicina, que entre sus detalles lleva una vara o caduceo.  Esa vara era la de Asclepio, rodeada por una serpiente.

La serpiente tenía capacidad hasta de resucitar a los muertos, pero Hades en el inframundo puso su queja, y para mediar dejaron que la serpiente pudiera sanar, pero no resucitar, y así santos en paz.  Algunos han llegado a sugerir que la serpiente en el tema médico significa también prudencia, que no queda mal.  En esto de los mitos las interpretaciones van y vienen.

Y digo yo, ¿por qué no escuchar un poco a los antiguos, en lugar de querer que todo se le ocurra a uno?  Sería como no atender las cosas que nos dijeron nuestros padres, que vamos a decir que por algo las decían.  Y tiene lógica, porque desde que el hombre es hombre ha ido demostrando que es una especie, y que no va a ir más allá de lo que le permiten sus límites, que además son bastante cortos.

En la carrera de medicina, suele uno conocer frases de médicos o sanadores que trascendieron su tiempo.  Frases que nadie grabó porque no se podía, pero que pasaron a la historia atribuidas a ellos, como tanto conocimiento antiguo y arraigado, consabido de todos por ser proverbial.

Entre algunos pensamientos, se atribuye a Hipócrates (400 años a.C.), llamado por algunos el padre de la medicina occidental, haber dicho que un médico antes de curar a alguna persona debía preguntarle si estaba dispuesta a renunciar a las cosas que la enfermaban.  Si te das cuenta, era listo y comprometía al paciente con su curación, renunciando a las cosas del toque mágico.  Tal vez por eso Galeno (200 años d.C.), otro padre, decía que el médico solo es un ayudante de la naturaleza, y agregaba que la costumbre es una segunda naturaleza; la que podría ser modificable revisando los malos hábitos.  Nuevamente, este compromete a la persona en lo suyo.  El mismo Hipócrates, del que los médicos presumimos un juramento bastante pisoteado, sostenía ya desde su comprensión que las enfermedades no llegan así nada más, y que se van desarrollando a partir de pequeños pecados diarios contra la naturaleza (notá como empalma con Galeno en esto).  Pecados que cuando se acumulan, hacen posible que aparezcan enfermedades.  Remato esto con una aportación del cordobés Séneca (50 años d.C.), que sostuvo que parte de la curación es el deseo de ser curado.  Agregá entonces el deseo a la ecuación.  Desear es querer, y querer lo voy a homologar con estar dispuesto a todo.

Por su parte y ya en el oriente, en Persia específicamente y para no ser territoriales, Avicena (1000 años d.C.) se puso exquisito y le dio a la imaginación el crédito de ser la mitad de la enfermedad.  Se entiende por imaginación, manipular información interna que va más allá de lo inmediato y accesible.  Y dijo también que la tranquilidad, refiriéndose a una disposición humana, es la mitad del remedio; y que la paciencia, sin duda una virtud que debe cultivarse era el comienzo de cualquier cura para no caer en desesperación y malas decisiones.  Paciencia que no es solo esperar pasivamente, sino actividad productiva que sabe respetar al tiempo.  No se desprende de todo esto Nabokov, literato del siglo XX, cuando escribió tener la sensación de que algo en su mente estaba envenenando todo lo demás.

Cuanta emoción me provoca todo esto, tal vez por eso me gusta ser psiquiatra. ¿Verdad que es genial ser uno parte de su vida?, en lugar de creer que las cosas vienen de afuera y nos caen encima.  Hay que asumir el cargo de vivir, no solo con las enfermedades sino con todo lo que nos ocurre, si no, que chiste tiene la vida.  Está bien que los árboles mueran de pie como dijo Casona románticamente y con buen tino, pero también es cierto que podemos morir andando y no solo soportando.

Tuve ocasión de estar en Turquía y conocer Pérgamo, antigua ciudad griega cercana al mar Egeo, y a las ciudades de Éfeso, Hierápolis y Troya.  Allí conocí un templo de sanación llamado El Asclepión, un santuario de curación.  El sitio estaba dedicado a Asclepio, hijo de Apolo a quien Zeus asesinó con uno de sus rayos, celoso de que pudiera resucitar a la gente.  Era un lugar medicinal, una especie de spa con baños especiales, gimnasio y hasta un teatro para el solaz de los pacientes, y encima una biblioteca importante.

Muchos médicos trabajaban allí, pero uno de los más importantes era Galeno de Pérgamo, educado en Alejandría y Grecia; médico en una época de Marco Aurelio, aquel puntal de la filosofía estoica.

En el sitio me llamó la atención que hay unos túneles que les llaman de dormición, usados para analizar a los pacientes y conectar con su inconsciente, o sea un pabellón psiquiátrico.  Vi que había agua corriente, relajante por supuesto, y lugares para sentarse, arriba de los cuales hay unos boquetes por donde los médicos podían dirigirse a los internados que solo podían escuchar la voz.  De lo que me enteré, fue que por esos boquetes lo que hacían los médicos al hablar con sus pacientes, era decirles cosas lindas.

Ese es mi mensaje esta vez, que no renunciemos al cariño y a la belleza.  Solo el amor nos salva, y todo empieza por el amor que podamos sentir por nosotros mismos, el amor que nos ayude a sanar; y ya sanos, ese amor darlo a los demás.

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