Raul Molina
Ha caído la dictadura hondureña impuesta por Washington con el golpe de Estado contra el Presidente Zelaya en 2009. Asumió la presidencia, el 27 de enero, Xiomara Castro, la primera mujer en la historia del país, quien es esposa de Zelaya. Con la tenacidad y lucha de las mayorías de ese país, se ha completado un ciclo de retorno a la democracia. No será fácil la consolidación, como se ha apreciado con la disputa por la Junta Directiva del Congreso, porque hay fuerzas, aun en la Casa Blanca, que se oponen a la efectiva democratización del país. Es gran promesa para Centroamérica, pese a que otros países de la subregión pasan por mal momento. Parte del pueblo de El Salvador, pese a grandes esfuerzos, no logra frenar la tiranía que Bukele quiere imponer. En Guatemala, la dictadura de la corrupción sigue con el asalto total al Estado, con los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial dominados por los ricos, narcos, militares y trumpistas. Nicaragua, con los sectores progresistas divididos entre simpatizantes y críticos del gobierno de Ortega, sufre los embates de la oligarquía y EE.UU. Es predecible que se den fuertes luchas en el 2022; pero es incierto su resultado.
Los nubarrones contra la región se originan siempre en EE.UU.; pero hay también aliados inescrupulosos entre los sectores dominantes de sus sociedades. Desestabilizaciones e intervenciones son amenaza permanente, como ha ocurrido en Venezuela y Cuba, así como la modalidad de “golpes blandos” contra Lugo en Paraguay, Rousseff y Lula en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Cristina Fernández en Argentina, y, recientemente, Pedro Castillo en Perú. El imperio insiste en su control de Colombia, vía la oligarquía criolla y Duque, logró imponer a Lasso en Ecuador y quiere garantizarse el dominio en Paraguay, Uruguay y Brasil. Si bien la OEA, el Grupo de Lima y personajes siniestros, como Guaidó, Piñera, Áñez, Macri y Bolsonaro han caído en desgracia, el imperio seguirá con sus acciones para promover gobiernos de derecha y descarrilar los cambios impulsados por los gobiernos progresistas, tanto en Sudamérica como en México. Aunque el Presidente Biden ha afirmado que Latinoamérica no es más su “patio trasero”, poniéndola en la categoría de su “patio delantero”, sigue utilizando el “su” imperial y aplicando políticas inhumanas en términos de la migración y rapaces en términos de los recursos de la región. Su modelo “neoliberal” insiste en el saqueo de nuestros países y su deseo de hegemonía mundial exige la sumisión de los países latinoamericanos contra potenciales competidores, como Rusia, China e Irán. Y, evidentemente, el imperio es intrínsecamente “anticomunista”.
Todo esto se verá en la situación más promisoria del momento: el desarrollo de la opción progresista en Chile. Boric fue electo presidente, con una clara victoria sobre Kast y el pinochetismo-fascismo chileno, que lograron aglutinar al resto de la derecha, en un intento por detener los cambios que se esperan de la nueva Constitución a ser aprobada este año. ¿Cómo responderá el imperio? Esa es la cuestión para Washington y la incógnita para Latinoamérica. Clamamos: ¡No más Doctrina Monroe!