Carlos Figueroa Ibarra
En tuit emitido el 22 de enero el expresidente ecuatoriano Rafael Correa le mandó un mensaje al presidente electo de Chile, Gabriel Boric. El mensaje dice así: “Gabriel: ¿Se te olvida el criminal bloqueo a Venezuela? ¡A Venezuela le impiden vender su petróleo! ¿Cuántos chilenos estarían en la “diáspora” si se le impidiera vender el cobre a Chile? Es como encontrar a un ahogado encadenado, y decir que murió por no saber nadar”. Y en reacción a dicho tuit, el conocido politólogo argentino Atilio Borón emitió este otro: “URGENTE. Presidente inexperto necesita clases de historia de A. Latina, colonialismo cultural, imperialismo y relaciones internacionales. Profesores presentarse en Palacio de La Moneda, Santiago, Chile, a partir del 11 de marzo. Traigan material de lectura y ármense de paciencia”.
Desde 2018, el entonces diputado chileno por el Movimiento Autonomista había expresado que no debería haber doble estándar en materia de derechos humanos en relación a Cuba, Venezuela y Nicaragua; el 21 de enero en una larga entrevista a la BBC dijo que “Nicaragua no le decía nada”, además de que Venezuela era un fracaso como lo demostraban “seis millones de venezolanos en diáspora”. Finalmente, el 24 de enero se difundió que nombró como Canciller a Antonia Urrejola, ex relatora para Cuba de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, noticia que ha sido interpretada por la derecha como “un mensaje a las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela”.
Los posicionamientos de Correa y Borón, son respuesta entre otras cosas, a las declaraciones de Boric a la BBC. Es de destacarse la postura de Borón, porque él se pronunció inequívocamente y con razón, por apoyar a Boric en las elecciones en las que enfrentó al filofascista José Antonio Kast. Y en efecto, en el contexto de las elecciones presidenciales de diciembre de 2021, desear enfáticamente el triunfo de Boric, no solamente era algo sustentado en el sentido común de cara a su adversario. También porque Boric capitalizó políticamente, la enorme energía social desencadenada desde octubre de 2019 con las grandiosas manifestaciones antineoliberales de ese momento.
Por ello preocupa lo que puede ser el derrotero de la política exterior del inminente gobierno progresista de Chile.
Inquieta que el nuevo gobierno chileno, preocupado por no tener el doble estándar que le adjudica a una parte de la izquierda, termine compartiendo el doble estándar que ha tenido la derecha para juzgar a Cuba, Venezuela y Nicaragua: condenas altisonantes a estos países mientras se ignoran la brutales represiones neoliberales en el resto del subcontinente y en el mundo entero.
El discurso de Washington, de la OEA y de la derecha parte de narrar los horrores que acontecen en dichos países haciendo caso omiso del castigo inmisericorde que el imperio ejerce sobre los mismos. No se trata de que el progresismo latinoamericano sea complaciente con las violaciones a los derechos humanos, sino que no olvide la criminal política intervencionista que se ejerce con la ayuda de las derechas locales. En suma, que no condene al ahogado, ignorando que fue encadenado.