Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

Hoy son las bodas de plata de la paz. Hace 25 años se firmó el Acuerdo que puso fin a un largo y cruento conflicto armado que tardó 36 años.

Pero, ¿con quién se casó la paz el 29 de diciembre de 1996?

Fue un largo proceso de negociación. Pasaron diez años desde que se produjo el primer contacto entre la insurgencia y el gobierno, hasta que se firmó la paz. Varios acuerdos se fueron suscribiendo. El primero fue en 1991 y el último cinco años después. En total se suscribieron en ese lustro 14 acuerdos sobre temas específicos, que en su conjunto son los compromisos asumidos para finalizar el conflicto armado.

Los acuerdos fueron exitosos en relación a lo que denominamos acuerdos operativos. Me refiero al cese al fuego, la desmovilización de la guerrilla y la efectiva entrega de armas, el respeto a la vida de los desmovilizados y la incorporación legal de la insurgencia a la vida política nacional. La guerra se terminó y eso no es poca cosa, sólo quien no haya vivido ese sufrimiento no puede valorarlo.

Pero hoy, un cuarto de siglo después, está claro que los guatemaltecos perdimos la oportunidad de concretar grandes acuerdos nacionales que fijaran el camino para superar nuestras problemáticas estructurales. La debilidad del Estado se ha profundizado, la pobreza ha aumentado, la desnutrición crónica infantil persiste dramáticamente mientras la economía crece en beneficio de los mismos de siempre.

En 1996 hubo liderazgos y sectores castrenses que se comprometieron con la paz, el General Julio Balconi es un ejemplo. Hubo empresarios que también lo vieron así; es memorable la caminata conjunta entre la cúpula empresarial y la comandancia de URNG para entregar en el Palacio Nacional el pacto fiscal alcanzado y nunca cumplido. Las organizaciones campesinas y de trabajadores igualmente tuvieron esa esperanza. Los pueblos indígenas aprovecharon la nueva situación creada por la firma de la paz para expresar lo que siempre ha existido, la legitimidad de sus autoridades ancestrales y su gradual reconocimiento social en un país tremendamente racista.

Hoy deberíamos estar celebrando las bodas de plata de esta poligámica relación. Pero la boda se pulverizó. La URNG se autodestruyó convirtiéndose en un partido absolutamente marginal. Se construyeron redes político criminales con las cuales las cúpulas empresariales, de manera implícita y vergonzante, conciertan la cooptación de la institucionalidad del Estado en sus diferentes poderes para garantizar sus intereses y asegurarse impunidad, cuando la necesitan. Las organizaciones campesinas están golpeadas por la represión y la criminalización institucionalizada cuando luchan por la tierra. Los sindicatos vendidos al gobierno de turno para garantizar la satisfacción de sus reivindicaciones sectoriales.

Y, todo lo anterior, en el contexto mundial de crisis ambiental y de una pandemia que nos ha empobrecido aún más.

Entonces, ¿qué podemos celebrar el día de hoy? La única opción que yo veo es renovar los votos entre nosotros, los guatemaltecos, sin padrinos internacionales veleidosos. El horizonte es recuperar la institucionalidad estatal, revirtiendo la cooptación del Estado y retomando los temas de fondo de los Acuerdos de paz en torno a educación, salud, desarrollo rural, identidad y derechos de los pueblos indígenas, fiscalidad e independencia judicial.

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