El Nacimiento es una de las tradiciones guatemaltecas llenas de simbolismo. Foto La Hora

Mauricio José Chaulón Vélez
Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

 El nacimiento del Niño Jesús, el hijo de Dios hecho hombre para la redención de la humanidad de acuerdo al cristianismo, se celebra el 25 de diciembre, y es una de las tradiciones más importantes para esta religión.  Ninguno de los cuatro evangelistas en el Nuevo Testamento especifica el día y la hora en que nació Jesús, siendo Lucas el único que hace referencia, según se puede interpretar, al momento del día (sin fecha, debe aclararse) y el lugar en que ocurrió el acontecimiento: la noche, en Belén, Judea.  El evangelio dice lo siguiente: “Estando ellos allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada. Había unos pastores en la zona que velaban por turnos los rebaños a la intemperie. Un ángel del Señor se les presentó. La gloria del Señor los cercó de resplandor y ellos se aterrorizaron. El ángel les dijo: -No temáis. Mirad, os doy una buena noticia, una grande alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor” (Lucas 2, 6-11).

Uno de los momentos centrales de cualquier conmemoración es la víspera, sobre todo si se trata de celebraciones trascendentales o de hechos solemnes.  En el caso de la fiesta de la Natividad de Jesús (fiesta de Navidad), la noche del 24 de diciembre se denomina Nochebuena, por ser la previa a la fecha que señala la tradición como la del advenimiento de Cristo al mundo, y en el primer segundo del 25 de diciembre se puede ya festejar el hecho histórico. En varios países, la Nochebuena es motivo de reunión familiar y de amistades para compartir una cena especial, dejar los regalos que se entregan ese día en espacios significativos de la casa e incluso participar en pastorelas.  Luego de estas actividades, las personas van a dormir, y se levantan en la mañana del 25 para congregarse alrededor de los obsequios que se encuentran al pie del árbol navideño o cerca de la chimenea.  Sin embargo, en Guatemala “esperamos las doce”, es decir las cero horas o “doce de la noche” que marca la frontera del tiempo lineal entre el 24 y el 25 de diciembre.

El rezo al Niño Jesús, los abrazos, la quema de cohetillos o luces y abrir los regalos ocurren, o mejor dicho empiezan a ocurrir, cuando los relojes han marcado las doce de la noche.  Se entra al 25 de diciembre desde sus primeros segundos para celebrar ese suceso fundamental para cristianos y cristianas, porque al no tener precisión en la hora que la Virgen María dio a luz a su hijo, desde el primer instante de la fecha que señala la tradición es válido congratularse. Y si no se es creyente, el motivo de la espera se da para disfrutar en familia de un momento de alegría que se contagia desde el tejido social que la colectividad construye desde la tradición.

En Nochebuena, esperar las doce es motivo de algarabía, de visitar a los seres queridos, del deguste de tentempiés dulces y salados combinados con licores o bebidas de la época, de la quema de juegos pirotécnicos diversos, de la ansiedad de compartir con otras personas la creencia de la venida del Mesías o simplemente el verse en una pausa necesaria al tiempo del capital.  Hasta la cronología de la historia en Occidente se ha definido de acuerdo a los parámetros de la era cristiana como “antes de Cristo, a.C.” y “después de Cristo, d.C.”, por lo que independientemente de que se profese o no la religión cristiana, el hecho no puede pasar desapercibido en el mundo occidental.

Una costumbre dentro de estas formas de celebrar el nacimiento de Cristo es la Misa de Gallo, oficiada como misa de Navidad, comúnmente a la medianoche que marca el final del 24 de diciembre y el inicio del 25.  Muchas iglesias la llevaban a cabo, sobre todo las parroquias y las capellanías de barrios numerosos, pero a partir de que la liturgia oficial actual señala que la celebración de la Navidad inicia con las misas y rituales de las vísperas, las Misas de Gallo han ido desapareciendo.  Un ejemplo es el del mismo Vaticano, ya que desde el 2009 la misa de la Natividad de Jesús que se realiza en la Basílica de San Pedro y es oficiada por el papa, se lleva a cabo a las diez de la noche.

La espera de las doce se da con la noche rodeada de sonidos festivos, encabezados por la pólvora y seguidos por la música de festividad.  En niñas y niños genera expectativa el regalo, porque comprobarán si el Niño Jesús o San Nicolás (llamado también Santa Claus o Santa Clos) les escucharon y harán realidad sus ilusiones.  Antes de las doce se experimenta una emoción construida por los rituales festivos de la tradición.  Las uvas y las manzanas llegan a la mesa, y son preludio para el tamal o el pavo posteriores, o sea que se comerán después de las doce como cena.

En la infancia y la primera juventud, la espera de las doce puede ser en las calles del barrio, la colonia o el condominio, aquellas más cercanas a casa y de los amigos y amigas de juegos y secretos.  Se prueban los ponches de hogares que reciben a los invitados porque es día de fiesta compartida. Muchas personas se sorprenden cuando escuchan a otras que viven o han vivido fuera de Guatemala, principalmente en los Estados Unidos y en algunos países de la Europa anglosajona, porque no se espera las doce en las fiestas navideñas.  No cabe duda que la herencia hispana en los ritos litúrgicos católicos de Navidad influyó para que las celebraciones en la intimidad del hogar se sigan dando de acuerdo a esa dimensión del tiempo que transcurre de la víspera (Nochebuena) al inicio del día principal, el 25.

Nochebuena es una excepción a la norma de dormirse temprano de los días comunes y corrientes.  La llegada de la medianoche, de las doce de la noche como se le llama de manera coloquial, o más bien dicho tradicional, se recibe con letanías a la Virgen María o al Niño Jesús, un paso por las habitaciones de las casas con la imagen del Niño en brazos para que bendiga el recinto, con la cohetería de ametralladoras dispuestas en tiras que se envuelven en papel de china rojo o el estallido de luces foráneas en el cielo, con la expresión (casi siempre feliz y honesta) de “¡Feliz Navidad!”, y el abrazo a quienes acompañan en el momento y en el lugar.

Luego de las doce, ya en los primeros minutos del 25 de diciembre y habiéndose terminado la Nochebuena, se procede a rezar u orar al Niño Jesús y la Sagrada Familia, habiendo antes “destapado” la imagen del santo infante porque se encontraba cubierta de manera simbólica con un mantelito, velo o tapete especial en representación de que aún no había nacido.  Seguidamente, los regalos se reparten y se “destapan”.  Y, por último, la cena navideña.  Tamales y comidas nuevas, como el pavo y la pierna de cerdo, llenan las mesas de muchas familias que han esperado las doce para repetir la inmensa tradición de la Navidad como la aprendieron y la desean seguir realizando.

Y si las circunstancias socioeconómicas o políticas generan que una persona guatemalteca pase a residir a otro país, aunque sea de una cultura muy distinta, seguro que al celebrar la Navidad, la noche del 24 de diciembre se extenderá hasta las doce de la noche para recibir el 25, el día de la Natividad, desde sus inicios.  No le acompañarán cohetillos, bombas, canchinflines, morteros o saltapericos, pero sí la costumbre arraigada de que la Navidad se espera despierto o despierta, porque desde sus primeros instantes debe ser motivo para confiar, aunque sea por un ratito, en la utopía de un mundo mejor y expresarlo en el abrazo, la oración y el brindis. Y no es necesario ser creyente para esperar las doce, porque si se espera es por la convicción de mostrar el afecto, la importancia de la compañía y la mística espiritual como prácticas medulares de la existencia humana.

 

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