Sandra Xinico Batz
Comprender las razones de la extrema religiosidad de la sociedad guatemalteca no requiere de “artilugios” sino de historia, de tener una mirada crítica hacia el pasado y no olvidar que la religión en estos territorios no se ha basado (únicamente) en la “creencia”, en sí misma, de “algo”, sino que principalmente de la instrumentalización de dichas creencias, para seguir ejerciendo control sobre las personas y naturalizar la desigualdad.
Creer en Dios es incluso, lo único que puede llegar a sostener o mantener la “esperanza” en una sociedad constantemente empobrecida y vilipendiada. Este es el reflejo de una sociedad colonizada. Ojalá el simple hecho de creer en Dios o de tener una religión fuera suficiente para que las cosas en un país como Guatemala cambien, sin embargo, esto no solo no es posible, sino que la innegable invasión de las iglesias en los distintos territorios nos demuestra que la fe continúa siendo instrumentalizada para apaciguar. Hay más iglesias que escuelas; las iglesias están mucho mejor equipadas que una escuela, con edificaciones ostentosas, aunque a su alrededor haya falta de comida y personas sin un techo.
Hace semanas, personas de distintas partes del país, dejaron sus hogares encomendando su camino a Dios, a la Virgen, a los santos, no sabían que sería un camino sin retorno, aunque quizá esta era una idea que no les era por completo ajena, porque migrar es una realidad cotidiana, sin embargo, no se sale a buscar la muerte, se emprende en viaje con la esperanza de que la vida mejore; nuevamente, decenas de familias están atravesando el dolor de haber perdido a sus familiares en ese trayecto de terror que implica el camino hacia Estados Unidos, recientemente el escenario fue Tapachula, pero ahorita mismo, con seguridad, un paisano nuestro, una paisana nuestra se enfrenta a más de alguna atrocidad en esa ruta de camino a una esperanza.
No basta rezar. Esta realidad agobiante no cambiará desde los púlpitos de una iglesia lujosa. Por esto este es un llamamiento, al cuestionamiento de esa asfixiante religiosidad fanática, que nos vende la idea del paraíso para no hartarnos y movilizarnos por las descaradas y continuadas injusticias que diariamente nos flagelan.
Discursos llenos de Dios han legitimado presidentes corruptos y criminales, si no hablamos de religión y de su significado en países colonizados como Guatemala, estamos condenadas, condenados a este infierno, al que no se llega luego de morir porque ya “vivimos” en uno, un infierno plagado de asesinos, de explotadores, desfalcadores, de desigualdad, de pobreza, de violencia.
Los cambios no bajarán del cielo y nuestros problemas no se resolverán si no somos capaces de reconocer que intencionadamente se usa la religión para provocar sumisión, para evitar que entendamos que esta realidad que vivimos no es el resultado de un designio divino, sino que se trata del enriquecimiento de unos cuantos, a costa del bienestar de miles de personas, de la intención de generar pobreza y mantenerla para acumular poder. Nos empobrecen también de criterio para ser incapaces de discernir.