Mario Alberto Carrera
Se suicidan más niños y adolescentes que nunca en Guatemala, asunto del que está prohibido hablar porque es tabú, es decir, que es tabú tanto realizarlo como platicarlo y comentarlo. No suele acostumbrarse en reuniones sociales (más bien se lo evita) hablar de la muerte y menos del suicidio ¡y es necesario hacerlo!, porque ante la pandemia el número de niños y adolescentes que en Guatemala se quita la vida es aplastante, apabullante, preocupante y digno de ser meditado,
Es con la pandemia que el número de funestos y deplorables casos ha aumentado porque ésta necesaria y obligadamente nos empuja a la soledad, a la incomunicación, al silencio y al ensimismamiento que en jóvenes con personalidad hiperestésica, es decir hipersensible y acaso pensadora lo lleve a la depresión y de la depresión al suicidio.
Pero la pandemia es absolutamente proteica como el hombre de las mil caras que cambia, sube, baja y regresa y muta y muta. Por tanto, debemos estar dispuestos a todo. Guatemala es un caso de aumento más bien que disminución del coronavirus y por eso –ante la ola de suicidios- hay que tomar medidas de salud pública –también en el sentido del suicidio- paralelas a las de orden más objetivo.
Quitarse la vida no es tarea fácil, al contrario. Es acaso la más dura de enfrentar porque se lucha contra la programación ontológica y metafísica que traemos en el ADN: nada es tan fuerte como el instinto de conservación de la vida y de la especie y sin embargo el suicida las supera. Por eso es de suprema importancia tratar el suicidio despojándolo de los tabúes que nos impiden hablar de ello, siendo el religioso el más sensible.
En el contexto católico (en el “cristiano” lo desconozco) los suicidas van al infierno porque mueren en pecado mortal que es cometido al quitarse la vida. Hace algunos años se les negaba el entierro en sagrado y demás ritos fúnebres. Desmitificados de toda esa basura religiosa podremos penetrar con propiedad en el delicado territorio del suicidio y con la debida preparación psicológico-psiquiátrica.
II
El suicidio siempre me ha preocupado mucho, aparte de que en pandemia los casos aumentan sensible y dolorosamente y por esta causa me propuse hablar de él en referencia a políticas públicas consagradas a la salud mental.
Al margen de lo anterior, pero complementariamente, es necesario enfatizar que si no estuviéramos dentro de una cultura judeocristiana ¡desde hace casi 2000 años!, (siempre con los mismos dioses) el suicidio sería bien tolerado y esta tolerancia puede conllevar un ambiente social de mejor entendimiento entre el suicida y su comunidad que puede agredirlo o comprenderlo.
Nietzsche detestaba todo lo que oliera a cristiandad, a judío y a cristiano. Y con razón. Comparto totalmente su sentimiento colosal. Los consideraba nefastos para la creación de un mundo vital, vitalista adorador de la Vida con mayúscula y de la Voluntad. Cuando se dice judío se dice católico porque hay en el catolicismo una base judaica potente con una Antiguo Testamento y 10 Mandamientos, etc., fundamentales y mortuorios.
El cristianismo huele a tumba, a sangre derramada, a dolor atormentador, a cristos sangrantes de Semana Santa a la que son adictos tantos guatemaltecos.
El “malquerido” y poco comprendido pensador hubiera desea desconocer y esfumar esos casi 2000 años de cultura judeocristiana y conectarnos directamente con Grecia y Roma (más con la primera que con la segunda) de la Edad Antigua y con sus dioses de la vida como Dionisos carnal y sensual, perseguidor de ninfas encantadas rodeados de silenos y centauros por el que –inspirado por él y por Apolo- escribió “El origen de la tragedia”, uno de los libros de mi mundo filosófico de la adolescencia y de la madurez que vive en perpetua entrega con mi vida. “El origen de la tragedia” llenó mis días juveniles porque encontré en él la fuente de la vida aunque el libro busque el origen de la tragedia en un pueblo que amó la vida por encima de otros valores y desde luego ¡antídoto contra el suicidio!