Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Hace unas semanas un triple asesinato, de dos mujeres y un hombre, conmovió a la ciudadanía que se volcó a las redes sociales mostrando no sólo su indignación sino preocupación por el rumbo que lleva el país y luego, la semana pasada, se dieron los violentos sucesos en el Congreso de la República y en El Estor que también generaron tremendo movimiento en esas mismas redes y un intenso y hasta apasionado debate de lo que está pasando con la anarquía que reina. Pero pasado un par de días de cada uno de esos acontecimientos la rutina atrapó nuevamente a la ciudanía y aún aquellos que con mucha propiedad hicieron ver el rumbo equivocado que llevamos como Nación, simplemente le dieron vuelta a la página y continuaron con sus ocupaciones cotidianas como si todo lo escrito y hablado no tuviera ya la menor importancia y los problemas de raíz ya hubieran sido resueltos.
Cuando se conversa con cualquier persona hay absoluta unanimidad en que no vamos bien, que el país no tiene futuro en la senda actual y que los desmanes y la corrupción nos están haciendo mucho daño. Algunos dicen que no es culpa de las actuales autoridades porque el mal viene de hace mucho tiempo y que éstos simplemente siguieron la misma ruta que ya había trazada y que, en todo caso, lo que han hecho es convertir la carretera en autopista, pero que esencialmente el destino del país no ha variado en absoluto.

Y sin duda es cierto que el mal viene de lejos pero también lo es que con cada gobierno que llega siempre pensamos que ya tocamos fondo, que no se puede estar peor de lo que se vive en el momento, para darnos cuenta, al nada más instalarse el siguiente, que esa creencia eran puras babosadas porque el fondo no aparece por ningún lado en el sentido de que es el sitio más profundo al que se puede llegar. Cada día vamos peor y lo hacemos a pasos agigantados pero el ciudadano común y corriente tiene que ocuparse de su familia, de su trabajo, de las series de Netfiix y de sus Whatsapps, como decía ayer el columnista Eduardo Blandón, y ya no le queda ni tiempo ni ganas de preocuparse por algo a lo que no se le ve salida. El mismo columnista terminaba su escrito diciendo que no hay salida, aunque algunos optimistas insistan en ella.

Nuestra historia nos muestra como un pueblo conformista y aguantador que ha aceptado distintas formas de dictadura sin chistar por décadas enteras, bajando la cabeza en forma sumisa ante quien o quienes mandan. Carrera, Barrios, Estrada Cabrera y Ubico son las figuras paradigmáticas, pero entre ellos ha habido toda clase de despotismos y salvo los períodos finales, en 1920 y 1944, en todos los casos la población a sabido agachar la cabeza resignada.

Cierto es que vivimos un conflicto armado terrible que cobró cientos de miles de vidas, la mayoría inocentes y ajenas al tema, pero eso sirvió para hacernos aún más nagüilones y desinteresados en el bien común y la solidaridad. Y es en ese contexto donde ahora hacen su cosecha los actores de la nueva Dictadura.

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