Eduardo Blandón
Las noticias que nos llegan sobre el poder que tiene Mark Zuckerberg de manipular la conducta de los que acceden a sus aplicaciones son de escándalo. Sabíamos algo, nos lo venían advirtiendo muchos extrabajadores de su empresa y otros tantos críticos, pero desconocíamos la dimensión del agravio. La maldad del infame es colosal.
No nos refiramos solo al hecho que remite a la conciencia de la patraña, según lo revelado recientemente por Frances Haugen, la exempleada que ha puesto en apuros al dueño de la compañía con pruebas fehacientes presentadas a la prensa. Consideremos la totalidad. Comenzando por sus planes monopolísticos, las aplicaciones pensadas para los niños (un Instagram para los menores), la extracción y venta de datos, hasta llegar a la inmoralidad que gobierna su vida.
Haugen ha mencionado que al mayor accionista de Facebook no le perturban las consideraciones éticas. Así, por ejemplo, las noticias de que Instagram con sus algoritmos afectaban la conducta de los adolescentes, conforme investigación de la propia compañía, fueron ignoradas totalmente. Un relajado Zuckerberg tiene por brújula el actuar libertino que le permite ganancias sin límites.
El programador es una amenaza no solo para los adolescentes y usuarios en general, sino para las democracias del mundo. El caso de Cambridge Analytica es solo una muestra de la conciencia sin escrúpulos del cerebro de la compañía. Como se recordará, Facebook colaboró con un proyecto en el que estuvo involucrado Steve Bannon para incidir en diversas campañas políticas en Estados Unidos, incluida la de Trump y la campaña del Brexit en Reino Unido.
Y eso es solo lo que sabemos. Las revelaciones de Haugen y otros testimonios expresados, por ejemplo, en el libro “Manipulados. La batalla de Facebook por la dominación mundial”, de Sheera Frenkel y Cecilia Kang, nos descubren hechos que permiten apreciar mejor la impunidad con que funciona la empresa saqueadora de datos y manipuladora de conciencias.
Las multas impuestas a la compañía son sanciones económicas necesarias para la aplicación de justicia. Lo que es urgente contemporáneamente es afinar la legislación que la regule, pero sobre todo impedir el monopolio de ese monstruo que amenaza con dominarnos. Ese debería ser el destino también de los demás gigantes tecnológicos, Amazon, Apple y Google. Hay que apresurar el paso.