Eduardo Blandón
Contrario a lo que algunos piensan, creo que la sociedad civil tiene alguna responsabilidad de lo que nos acontece en el país. Sí, hay niveles de culpa, pero no significa que no seamos parte del conjunto degradante por acción u omisión. Afirmar lo contrario significa no asumir lo propio y nos condena a seguir con la actitud pasiva mostrada hasta hoy.
Es cierto que hemos sido presa fácil de quienes manejan el cotarro. Nos han dado gato por liebre, hemos estado manipulados, se nos ha timado. Esto es tan real como que también nos hemos desentendido de la cosa pública. No podemos negar que nos hemos acomodado y disfrutado la vida loca distrayéndonos en el consumismo (cuando hemos podido). En el mejor de los casos, nos hemos ocupado en la sobrevivencia, el trabajo y las ocupaciones propias de nuestras responsabilidades.
Ya me dirá que las ideologías nos han hecho creer que la política es sucia y que ha sido mejor abandonar el pantano y la inmundicia del estercolero. Por supuesto, sin embargo reconozcamos que actuamos como acarreados, al mejor estilo de analfabetos funcionales, yendo a votar cada cuatro años eligiendo al más pérfido de los candidatos. El borreguismo ha sido lo nuestro cuando seguimos los dictados del sistema.
Ni qué decir de ese prurito por estar del lado de los vencedores. El ánimo por asentir a los dictados de los que nos parecen simpáticos, atractivos y seductores. La manía por sentirnos parte de una clase a la que no pertenecemos. La actitud de perritos falderos que nos inclina hacia la blancura o ese imaginario retorcido para sentirnos “cool”. Entiendo, no es fácil ir contra la corriente.
No neguemos que hemos sido tontuelos. Un ejemplo de ello, para citar solo un caso, es considerar comunistas a quienes piden justicia y critican la impostura del sistema que permite las desigualdades sociales. Ni qué decir de los conservadores que se asocian con los delincuentes solo porque estos se convierten (de mentiritas) en paladines defensores de los valores sagrados de “la familia”, “las buenas costumbres” y “la vida”.
Ni los obispos se han librado a veces de las imposturas. De hecho el país tiene una larga tradición de arzobispos asociados (o a veces solo consentidores) de las mafias organizadas para el latrocinio y el despojo. El profetismo en los jerarcas (que no regularmente en el clero más combativo y crítico) ha brillado por su ausencia. En esto hay consenso y debería hacer palidecer a quienes tienen el deber de la audacia cuando lideran a sus comunidades.
Decir que tenemos responsabilidad en la debacle no busca el sentido de culpa. Sirve el reconocimiento para cambiar la conducta en afanes que nos rescaten de la mediocridad de nuestros días. Por si acaso, un “mea culpa”, los periodistas no hemos sido mejores. La degeneración moral nos ha alcanzado y en esto hemos traicionado la misión valiente que se esperaba. Insisto, debemos asumir lo que nos corresponde en la tarea por construir un país superior.