Max Araujo
Escritor
En el año 2020 fallecieron tres mujeres, y en el 2008 una, a quienes recuerdo en este ejercicio de memoria. Tuve el privilegio de conocerlas personalmente. La primera, doña Odette Arzú Castillo. Ella fue madre de dos mujeres escritoras: Marta Casaus, reconocida por sus investigaciones sobre Guatemala, y Maria Odette Canivell, destacada novelista. La primera reside habitualmente en España y la segunda es catedrática en una universidad de los Estados Unidos.
A doña Odette muchos guatemaltecos la recuerdan como la ejecutiva de la Cruz Rojas que pidió a gritos, en el sitio del hecho, que permitieran apagar el fuego del trágico incendio en la quema de la embajada española, en Guatemala, en 1980. Conversar con ella era aprender. Su hogar, en el último nivel, en un edificio ubicado en la zona catorce de la ciudad de Guatemala, era un hermoso museo.
Nuestra amistad se inició porque su hija Maria Odette me la presentó. Ella, la madre, me solicitó en dos ocasiones -en fechas distintas- que fuera el comentarista-presentador de dos de los tres tomos de sus memorias, una monumental obra bien escrita y lograda cuyo título es «Saudades». En los textos se narran su niñez en España -ella nació en Guatemala, descendiente de familias guatemaltecas-, hechos de la familia Castillo, propietarios de empresas ligadas a la cervecería nacional, sus ascendientes y orígenes, sus amistades, familias, parentescos, sus tres matrimonios y sus experiencias de vida, (muchas fascinantes e increíbles). Valiente, generosa y audaz. Esas memorias validan, sin pretenderlo, las teorías expuestas en los libros de su hija Marta.
Uno de los aspectos importantes de la vida de doña Odette fue su gran trabajo social, su apoyo a personas y entidades. Fue pionera en muchos campos en cuanto al desarrollo de los derechos de la mujer.
La segunda dama a la que me referiré es doña Isabel Gutierrez de Bosch, a quien conocí a inicios de los años ochenta cuando tuve el honor compartir con ella, como miembros de la Junta Directiva de Aldeas Infantiles SOS. Recuerdo su amabilidad, su bondad y su compromiso con Guatemala que la llevó años después a dirigir la Fundación Juan Bautista Gutierrez, -el nombre de su padre, de origen español, afincado en San Cristóbal Totonicapán-, que otorga becas para estudios universitarios, y al desarrollo de numerosos proyectos de desarrollo integral para personas que viven en condiciones difíciles.
Seguí su valiosa trayectoria en temas de proyección social en los medios de comunicación y me enteré un poco de su vida en el libro “Memorial de Cocinas y Batallas”, de Francisco Perez de Antón, en el que narra los orígenes de Pollo Campero y asuntos de la familia Gutierrez.
Doña Isa se quedó viuda, con sus hijos aún adolescentes, cuando su esposo, Alfonso Bosch, falleció en un lamentablemente accidente aéreo, junto a Dionisio Gutierrez, uno de sus hermanos, cuando llevaban ayuda a Honduras por los daños causados por un huracán.
La tercera mujer de la que escribo en este texto es Siang Aguado de Seidner, quien ocupa un lugar destacado en la historia de la cultura guatemalteca.
Integramos con ella y con otros queridos amigos, Tasso Hadjidodou, Eugenio Bruni, Luis Batres, Delia Quiñónez, Juan Fernando Cifuentes y Jesús Chico, la Junta Directiva de la Fundación Guatemalteca para las Letras, entidad con la que organizamos el Premio Guatemalteco de Novela. La conocí cuando fue presidenta de la Alianza Francesa de Guatemala. Años después fuimos parte del Comité Organizador del Certamen de Cuentos Carlos. F. Novella y de la Junta Directiva del Instituto Guatemalteco de Cultura Hispánica.
Siang tuvo una reconocida trayectoria en el campo intelectual que se inició en la Universidad de San Carlos, en la que obtuvo su licenciatura en Historia. Perteneció a muchas entidades culturales y sociales. En la Universidad Francisco Marroquín coordinó diversos programas en cultura y educación. Muchas veces compartimos en su casa. Fue extraordinaria anfitriona, amable, educada y generosa. Una dama gentil en todos los aspectos. Hizo de Guatemala su patria. Nació en Francia. Llegó siendo niña a nuestro país con sus padres. Heredó de ellos su forma de ser y de actuar. Su papá, don Salvador Aguado, español exilado, fue destacado profesor de literatura en las universidades San Carlos y Francisco Marroquín. Fue también un reconocido crítico de literatura. Formador de muchas generaciones de profesionales.
El cuarto personaje de este recuento es Irina Darlee, de origen alemán, quien vino a Guatemala en 1972, acompañada de sus dos padres. Murió en el 2008. Hablar de Irina es hablar de una narradora impresionante, en lo oral y como cronista. Fue una de mis profesoras de literatura en la Universidad Rafael Landívar. Tenía un humor extraordinario y gracioso que acompañaba con las palabras precisas para contar cualquier hecho. De joven vivió en España, en donde cultivó amistad con Salvador Dalí, Ana María Matute y Luis Rosales, entre otros personajes de ese reino.
El final de la Segunda Guerra Mundial hizo que emigrara a El Salvador, en donde su padre se encargó de una sucursal de una empresa española. Con sonrisa contaba cómo fue el viaje en avión de la época, con escalas en Cuba y Guatemala. No les gustó nada el calor de la isla caribeña, pero sí Guatemala, que les recordó España, por eso cada vez que podían, en accidentados viajes por tierra, visitaban nuestro país, especialmente a La Antigua. En esta ciudad se hospedaban en el desaparecido hotel Posada Belén, hasta que se trasladaron a vivir a la ciudad de Guatemala, en dos casas que convirtieron en una, en la colonia El Sauce de la zona dos. El patio de la misma daba a un barranco con muchos árboles, con una vista hacia las montañas del occidente, que rodean el valle de la ciudad. Fue el lugar ideal para la vejez de sus padres. Él era alemán, ella rusa.
De nuestra amistad con Irina recuerdo las tardes de algunos sábados, en la década de los noventa del siglo pasado, cuando nos reuníamos a conversar con ella, en su casa, con los poetas Amable Sanchez Torres y Luis Alfredo Arango, así como con el escritor, columnista de prensa y creador de la Asociación Módulos de Esperanza, el sacerdote Ramón Adán Stürtze, conocido también como Victor Pabsch. ¡Cuánto aprendí en esas tertulias!
En muchas ocasiones nos contó de su cercanía con el dramaturgo Manuel Galich, con políticos e intelectuales de El Salvador y Guatemala, aunque fue una soltera empedernida. Rechazó, decía ella, muchos ofrecimientos de noviazgo y de matrimonio.
Recuerdo también los apoyos que nos dio para la presentación de libros publicados por Rin 78 en la sede de la zona 1 de la Asociación Alejandro Von Humboldt, en donde era la encargada. Entidad propietaria del Colegio Alemán de Guatemala y del Club Alemán, a la que ingresé en 1978 por su padrinazgo y el del filósofo e intelectual Roberto Palomo Silva, exembajador de Guatemala en distintos lugares y esposo de Maria Odette Canivell.
Eran celebres sus encuentros personales en algunas recepciones sociales con Tasso Hadjidodou, ya que muchos graciosos les decían que eran la pareja ideal, hecho que tomaron con mucho humor, ya que los dos eran ingeniosos para hablar uno del otro.
Irina dejó a su muerte varios libros, escritos por ella, crónicas y novelas, así como cientos de columnas de prensa. Se dice que sus bienes inmuebles y muebles, entre estos sus colecciones de pintura, retablos, porcelanas, etc., se perdieron a su muerte. Nadie sabe que fue de ellos, quién los tiene y cómo los tiene.
Con la muerte de esas extraordinarias mujeres, cercanas también a España, Guatemala perdió a cuatro seres humanos que irradiaron luz, generosidad y solidaridad. Para mí fue un privilegio el haber compartido con ellas en diversas oportunidades.
PRESENTACIÓN
Las colaboraciones recientes de Max Araujo constituyen la memoria del gestor cultural que evoca acontecimientos en los que reconoce el valor de las personalidades a quien se refiere. En este caso, sin duda por un acto de justicia, subraya el mérito de “cuatro mujeres valiosas”, según él mismo titula, Odette Arzú Castillo, Isabel Gutierrez de Bosch, Siang Aguado de Seidner e Irina Darlee.
Nuestro escritor se ha dado a la tarea de regalarnos un testamento en textos consignados como “De mis memorias”. En ellos, Araujo recuerda los años en los que trató con intelectuales y activistas que influyeron en la cultura guatemalteca operando en la mayoría de los casos desde el silencio que no busca protagonismos. De aquí que su escritura enaltezca a esos actores a veces invisibilizados por el tiempo.
El artículo de Max concluye con las siguientes palabras:
“Con la muerte de esas extraordinarias mujeres, cercanas también a España, Guatemala perdió a cuatro seres humanos que irradiaron luz, generosidad y solidaridad. Para mí fue un privilegio el haber compartido con ellas en diversas oportunidades”.
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