Alfonso Mata
Hacer política es una de las más incomprendidas actividades humanas. Algunos la viven como religión fanática; otros como disfraz ideológico que redunda en su beneficio; otros como servicio al que me apoya; ninguno de ellos ve la traición como limitante. Pero la política no parece ser ninguna de esas cosas y posee un conjunto completo de conocimientos que la humanidad ha acumulado sobre cómo poder coordinar lo individual con lo colectivo a fin de apoyar al más necesitado.
Estamos viviendo tiempos difíciles en que la pandemia del coronavirus y la corrupción pública y privada se mezclan y aúnan, manteniendo en vilo la destrucción de nuestra nación. Decisiones mezquinas emanadas de los organismo de Estado y privilegios a elites de décadas, parecieran destinadas a poner fin a toda clase de legalidades, incluyendo un manejo adecuado de la pandemia, en un esfuerzo por satisfacer ambiciones personales públicas y privadas de solo algunos; a tal punto que, cada vez se hace más palpable la hechura de una nación en que derechos y soberanía brillan por su ausencia, afectando aún más el bienestar de la población.
El entendimiento sobre cómo funciona la corrupción, sus orígenes organización y funcionamiento así como los errores de manejo de la pandemia, explicados por los medios e instituciones están a la vista; pero tanto el conocimiento de ello como del impacto que eso está teniendo en la vida de las personas y grupos de población, no estremece ni altera al público, ni tampoco fija con claridad en su conciencia el impacto que tendrá eso en el corto y mediano plazo en sus vidas. De tal forma que el gesto de indignación popular ante la mezquindad gubernamental, no termina de cuajar en acciones concretas y positivas de su parte. Esa falta de accionar, provoca para el caso de la COVID-19 una morbilidad y mortalidad que no se ha podido detener. Sin embargo, los robos al erario público, la falta de condena a los corruptos, la concesión de privilegios que imposibilitan una inversión pública suficiente y adecuada para contener la pandemia, no es aun motivo suficiente de indignación de parte de la ciudadanía para protestar enérgicamente y adoptar compromiso de corrección alguna. Dejar a un lado compromiso, significa que el sistema de la nación continúe en manos villanas. Dejar a un lado la lucha contra la pandemia y la corrupción, es aceptar continuar negándole derechos de todo tipo a la mayoría.
La lucha contra la corrupción iniciada hace años aún es débil; su logro solo ha servido para que las fuerzas políticas, apoyadas por una iniciativa privada “privilegiada” coparan los tres poderes y echaran a pique todo ese esfuerzo inicial con una fuerza y desfachatez antes no vista. Ante los actuales acontecimientos, en estos momentos, la pasividad, el desencanto, una conducta reactiva ciudadana, no hace más que fortalecer el sistema corrupto y la situación actual es una clara advertencia de que: “No puedes correr, no puedes esconderte, no puedes apartar la mirada. Tienes que enfrentarlos» o de lo contrario, las consecuencias son y serán producto también de la negligencia y pasividad cívica.