Juan Fernando Batres Barrios

Ayer, mi psicóloga, Carolina, me ha dicho que pienso demasiando y que necesito contacto con personas. ¿Se puede hacer eso? Me refiero a pensar demasiado.

Es un universo con un sinfín de posibilidades, una abundancia de caminos que pueden llevarnos a la satisfacción como también al dolor de la decepción. ¿se puede no pensar en ello?

Sin importar la trascendencia de las decisiones que tomamos y del libre albedrío que pensamos que ejercemos, la realidad indiscutible es que todo está dispuesto por leyes del karma, o designios de Dios, o por un juego de azar cósmico. Si es que no son lo mismo.

Es impresionante detenerse a pensar, lo mucho que nuestras vidas están atadas al azar, a lo impredecible, desde la carrera mortal que hemos recorrido hacia un óvulo para lograr fertilizarlo antes de nacer, hasta el mismo alumbramiento para existir en un mundo donde nos dicen que debemos tener el control, pero no existe tal cosa.

¿Cómo dejar de pensar en cosas como estas? En esto debería pensar la humanidad en lugar de buscar formas más rápidas de matarnos con armas biológicas o nucleares. O como lo hacen muchos, solo en mujeres y conquistas amorosas…

Sumemos ahora, solo para pensar un poco más. Donde nacemos, nuestros padres, y tantas cosas sin control; imaginemos que simplemente fuésemos hijos de los vecinos, la vida sería totalmente distinta. Ni hablar si hubiéramos entrado al mundo en una localidad diferente o país.

Somos el producto del amor de nuestros padres o de la pasión; un error matemático en las cuentas de los días o fruto del exceso de alcohol en una fiesta. En realidad no importa, antes de ser hijos de alguien y ostentar un apellido, somos hijos de la casualidad.

Esto es simplemente un cuestionamiento y una manera de razonar un tanto ridícula y hasta graciosa; esa es la forma que mi pensamiento en la mayoría de las ocasiones queda absorto, así lo describe Carolina, mi psicóloga.

Pensamos en muchas cosas, quizás demasiadas, cree Carolina. Pero no todo es blanco o negro; dejamos de lado el sin fin de matices de grises que existen, al verlos detenidamente, surgen colores. Primero quizá unos tenues azules y luego verdes o rojos hasta llegar al arcoíris en sí mismo. Pero a la vez, ¿el arcoíris es solamente luz blanca descompuesta según Newton no? Regresamos al blanco sin equivocación…

¿Qué pasa si el día de hoy alguien no toma café en la mañana? Puede que nada, pero también puede que no despierte bien y eso provoque un accidente en la calle o su trabajo. ¿Hace una diferencia en verdad el llegar a tiempo al trabajo o a una cita? Tal vez no haga diferencia en realidad, pero si las cosas no funcionan como deseamos, tendremos siempre la duda de que habría pasado si hubiéramos acudido con puntualidad a esa cita.

En realidad, quiero pensar que todo es causa y efecto, al mismo tiempo del azar y los prejuicios de los seres humanos…

Para explicarlo mejor, planteo la historia de Alan Turing, el padre de la computación moderna pero que fue discriminado por sus preferencias sexuales. Quizá nunca habría existido tal éxito tecnológico si no hubiera ocurrido la coyuntura necesaria, la Segunda Guerra Mundial. Pero no debió ocurrir esta, si no fuera por la piedad de Henry Tandey. Un soldado inglés de la primera guerra mundial, el cual le perdonó la vida a un soldado desarmado alemán, este soldado era Adolfo Hitler.

Todo es lo que es y no será más ni menos que eso.

Qué habría pasado, pienso, si Eva no se hubiera dejado manipular por la serpiente y no tomara el fruto prohibido. ¿Viviríamos todos desnudos y saciados en el jardín del Edén? Nuestra madre terrenal pudo decir “no gracias, no me gustan las manzanas” por decirlo de alguna manera.

Como sería mi existencia, siendo mucho más personal, si mi padre nunca se hubiera venido de un pueblo a la capital para superarse, no existirá; eso es seguro quizá… Hay tantas dudas y tan pocas certezas en esta precoz y fugaz existencia que en realidad para que perder el tiempo en ello. O por lo menos eso cree mi psicóloga.

Estoy caminando en la calle, rumbo a tomar un café en una avenida del centro histórico de mi ciudad. Camino a la parada del autobús como muchos otros, pero nadie se parece a mí y yo no soy igual a ninguno. Todos somos seres semejantes, pero con historias tan distintas, con pequeños rasgos que nos hacen únicos.

En el casino del universo somos como el mazo de naipes de la suerte. Todos somos iguales en su esencia, pero nosotros mismos insistimos en diferenciar nuestro valor. Quizá existan algunos reyes y reinas, otros “Ases” y muchos números sin méritos extraordinarios, pero todos somos cartas en ese juego que llamamos vida.

Sigo caminando a la estación del bus, empieza a llover, me quedo parado a la sombra de un edificio y sigo cavilando en mis pensamientos, esperando que la lluvia mengüe un poco.

Qué pasaría si me doy la vuelta y regreso, ya no voy por mi café, pensé…

En realidad, nada porque al no hacer no pasa nada, me contesto al instante. Recuerdo las palabras de un amigo muy querido de mi infancia: “No te arrepientes de lo hiciste en la vida, te arrepientes de lo que no te atreviste a hacer.” Con ese pensamiento en la mente salgo del rellano de una puerta y continúo a la parada del autobús.

El azar, una cosa increíble. Aun cuando crees y estas convencido de que has tomado una decisión razonada y correcta puede también estar ya escrita en el destino, sin tomarte en cuenta.

Subo al autobús, estoy mojado, no debí dejar en casa el paraguas pienso, pero como sabría que llovería esta tarde si no lo decía nada al respecto el pronóstico del tiempo.

Hay un asiento vacío, pero hay una chica atractiva a mi lado que no se aproxima por miedo a que la moje; con un ademán de mi brazo le indico que se siente, que yo no lo haré, a lo que corresponde una sonrisa amable, toma el asiento con un tímido “gracias”

Bajo a una calle del café donde deseo tomar ese cappuccino que tanto me gusta. No me doy cuenta de que ella se me ha quedado viendo.

Regreso a mis pensamientos, creo que debí haber conversado con la muchacha del autobús, era bonita. Pero yo estaba medio mojado, pensaría que soy un torpe. ¿Por qué alguien en estas fachas le hablaría a una bella muchacha? se veía de buenas costumbres, aunque la verdad no la vi mucho, eso hubiera sido incorrecto.

Pero logré notar que tenía ojos color caramelo, color miel muy hermosos. ¿Cómo no me atreví a decir alguna tontería para saber su nombre? Cuánta razón tenía mi amigo de la infancia al decir su frase pensé.

Luego de unos pasos veo una máquina expendedora, como las que me encantaban de niño, con esas esferas de colores tan brillantes y de diferentes sabores que me recuerda todo lo que he pensado hasta el momento.

Busco una moneda dentro de mis bolsillos y saco, al azar por supuesto, una bola de caramelo rojo. La veo y pienso que esto será otra sorpresa, la golosina es de fresa, no lo sé. Nuevamente danza la ventura en mi vida, la meto a mi boca y me doy cuenta de que en realidad tiene un gusto acido con un toque de canela, ¡es deliciosa! Y reflexiono que su sabor es de lo mejor porque en realidad no lo sabía de antemano, fue una sorpresa.

Meto otra moneda a la máquina y saco ahora una bolita de miel, que me recuerda los ojos de la chica del autobús…

Estoy en el café de la calle del centro histórico. He pedido un baguette con jamón y queso blanco y mi cappuccino. Cuando alguien me toca el hombro y al darme vuelta es la muchacha del autobús. Yo totalmente sorprendido dejo salir un incómodo “Hola”… Ella, en ese instante me dice: “perdona, soy Sofía y te vi bajando del autobús cuando me di cuenta de que se te cayó tu carné de identificación… Armando.”

Es increíble como el azar juega y en ocasiones sin jugar ganamos.

INGRESE PARA DESCARGAR EL SUPLEMENTO CULTURAL

Artículo anteriorCUENTO
Artículo siguienteConsultor Castro aboga por derechos de migrantes en El Ceibo