Ana Lu García
Para los demás había una vez, pero, para Amanda había muchas veces. Muchas veces para comenzar, para intentar, para confiar, para volver a empezar, para renovar la ilusión y para esperar. Eso le decía doña Blanquita cada vez que se encontraban en el atrio de la iglesia, al terminar la misa:
—Mire mija, usted con su edad y con su fuerza, todavía aguanta muchas zangoloteadas más de esta vida.
—¿Usted cree, doña Blanquita? Yo siento que ya no doy más ―respondió Amanda.
—¡Ay, mamita! Si usted empezando a vivir está. Si yo le contara todo lo que yo he pasado. Un día de estos nos vamos a sentar a platicar.
Así, todos los domingos, Amanda mantenía con doña Blanquita esa conversación representativa de su vida y de su lucha.
Siempre escuchó la misma cantaleta: «Después de varios intentos lo conseguirás».
—¡Ah, ni que yo fuera de piedra! —decía Amanda.
Tal vez nadie entendía que en cada intento perdía una partecita de su corazón, de su vida y de su felicidad. Y es que la tortura de perder la felicidad de a poquitos, no se le desea a nadie.
Josué fue el primero, llegó cuando Amanda cumplió los diecinueve. Hacía tres meses que se había graduado del bachillerato, y ya tendría tiempo de dedicarse a esas cosas que hacen las mujeres. Pero como «uno pone y Dios dispone», Josué se fue.
Por fortuna, después apareció Fernando y parecía que esta vez las cosas si iban a salir bien. Ya tenía una idea de cómo cuidarse para que no le pasara lo mismo, pero a veces, tomar precaución no es suficiente. Esa parte de la historia se resume en que Fernando tampoco se quedó.
Como toda mujer, después de un par de intentos se propuso no volver a ilusionarse, aunque el corazón y el cuerpo le imploraban otro intento.
Entre «que sí» y «que no», le quiso dar la bienvenida a José, pero tal vez el miedo que sentía se le anidó en el cuerpo y eso fue más fugaz que un suspiro entrecortado.
Ya cuando uno está desesperado no distingue líneas limítrofes. Por eso, Amanda lo volvió a intentar y ahora su intento llevaba nombre de mujer: Sarah. Las cosas no fueron diferentes, no pasaron a más.
Treinta y siete años ya y otro domingo en misa. De las palabras de doña Blanquita solo quedaron los recuerdos, porque Amanda ya no quiso aguantar más zangoloteadas con nombre propio.
Nadie se prepara para engendrar tanta muerte. Ninguna mujer espera parir ausencias.
El vientre de Amanda se cansó de anidar intentos y el corazón se le cansó de sufrir.