Roberto M. Samayoa Ochoa
Equidad de género y masculinidades

Empujar, hacer molotera, estrellita, dar camorra son actividades que un niño recuerda de sus años de infancia pero de distinta manera si se ha sido víctima o victimario. Tengo en mente a un energúmeno más grande en estatura y en edad, que el resto de los compañeros del quinto grado de primaria y que haciendo alarde de su tamaño y de la impunidad del silencio, levantó en brazos a un compañero de los más pequeños y lo mantuvo en el precipicio de un quinto piso. Todos guardamos silencio para protegernos, el compañero gritaba que lo bajara hasta que el troll lo bajó. En general la escuela como institución no ha enseñado a resolver conflictos, a denunciar violencias o a ser solidarios y por eso se siguen repitiendo eventos similares.

Hace unos días ocurrió un altercado en el hemiciclo del Congreso de la República que en parte ha quedado registrado en vídeo. El diputado Rubén Barrios empuja e insulta al diputado Samuel Pérez Álvarez tras lo cual Barrios es increpado por la diputada Lucrecia Hernández. Barrios responde con una retahíla de frases: “ustedes que profesan respeto, no se vale meterse con la familia”, “es cosa de hombres”, “cuando se mete con las mujeres tiene que aprender a respetar este marica”. Luego, se da la vuelta y avanza (sin mascarilla y masticando), “no la estoy insultando a usted, estoy insultando a alguien que insulta a la familia”, “este no respeta a la familia”. Aparece otro diputado y le invita: “venite hombre, no les hagas caso”. Al parecer el origen del conflicto fue que Pérez publicó un comentario sobre una denuncia por violencia presentada por Mayari Barrios, en contra del diputado, quien además es su padre.

En este incidente hay elementos de lo que significa ser macho en Guatemala. (De Keizjer, 2016).[1] Vamos por partes. El uso de la mascarilla en lugares cerrados es una disposición obligatoria para disminuir la posibilidad de contagios por coronavirus, pero a Barrios esto no le importa. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, los hombres mueren a edades más tempranas por enfermedades prevenibles, pero no se previenen porque en el imaginario machista existe la idea que los hombres son fuertes, valientes y no vulnerables, ergo, no hay razón para asumir medidas de prevención ante cualquier enfermedad, virus, bacteria o accidente.

Aprender a no reconocer la propia vulnerabilidad y el dolor es una de las razones por las cuales los hombres no acuden a servicios de salud. Este comportamiento conlleva también la creencia de la superioridad del hombre macho frente a los demás, sobre todo frente a las mujeres. Pensar que las normativas están hechas para los demás, pero no para uno, es el ejercicio del poder que enseña la MH por medio del androcentrismo: yo como macho, soy el centro de todo, todo está hecho a la medida y las demás personas deben acomodarse a mi comportamiento.

El “son cosas de hombres” recuerda a un anuncio ochentero de calzoncillos y es quizá más atinado que la expresión dirigida a la diputada Hernández. Las cosas de hombres según su visión son resolver los conflictos con base en empujones, alegatos y golpes, no de frente, no con el diálogo y menos desde la inteligencia emocional. Según la masculinidad hegemónica (MH), yo soy más hombre si soy más fuerte y soy menos hombre si soy débil por lo cual cualquiera que se precie de su hombría, (constructo social), debe demostrar fuerza y superioridad.

La realidad muestra que esos dos atributos son vehículos para ejercer violencia y someter a otras personas a quienes se considera débiles o a quienes se debiera tratar con respeto y amor. Muchos hombres, ante la incapacidad de responder con fuerza ante otros hombres (que no es lo deseable), responden ejerciendo violencia con sus parejas, hijas e hijos. Desde la masculinidad hegemónica existe el mandato social: si un macho me reta, tengo que responder, aunque no quiera o aunque no pueda, aún a pesar de la propia seguridad o salud porque no hacerlo me convierte en “marica”, tal como afirma Barrios. Pero el ejercicio de la violencia o la no violencia no deben ser vistas como una dualidad, tal como señala de Keizjer citando a Watzlawick, sino como un continuum entre opuestos.

Además, el “son cosas de hombres” encarna la idea que hay cosas de mujeres y cosas de hombres. Detrás de la frase está la esencia del mansplaining o “machoexplicación”. El concepto explica que una de las formas de ejercer poder sobre las mujeres es asumir que el hombre, por ser tal, entiende más y mejor que la mujer, sobre cualquier tema, cosa o situación, y por lo tanto le puede explicar a una mujer aun cuando ella sea la experta.

Para la MH las cosas de hombres son las públicas y las cosas de las mujeres son las que ocurren de la puerta de casa para adentro. Porque, además, las mujeres no pueden hablar en público de lo que ocurra adentro de casa (detonante del incidente), los casos de violencia deben mantenerse en silencio porque “los trapos sucios se lavan en casa”. Esto es quizá lo que más molesta a Barrios, que se han metido con su idea de familia y no lo han respetado, porque la denuncia pública hecha por su hija denota que, para la masculinidad machista, Barrios no tiene control de su familia, de lo que dicen, de lo que sienten y lo que hacen y eso es imperdonable porque el hombre es el dueño de la voz de su casa y el que debe mantener el control.

En el vídeo puede verse que, al principio del incidente, el diputado Barrios se acerca sin mascarilla y masticando. Días después apareció otro vídeo en el cual se observa al mismo diputado del partido Valor tomando licor en el hemiciclo, un hecho que ayuda a comprender el resto de la historia. A lo largo de la vida, las personas aprenden a socializar interrelacionando los distintos ámbitos: personal, subjetivo, intersubjetivo, social e histórico y se hace adquiriendo distintas herramientas, algunas de ellas vinculadas con la inteligencia emocional. Sin embargo, para los hombres existe el mandato social que determina que los hombres no pueden hacer contacto con sus propias emociones y consigo mismo porque eso los ubica en un espectro de menor masculinidad según la MH.

Pero no es que los hombres no sean seres emocionales, sino que no aprenden a identificar y gestionar sus emociones, y es alrededor de la adolescencia que se aprende a recurrir al alcohol o las drogas para bajar las resistencias, desinhibirse y dejar fluir. El problema es que la emocionalidad es un engranaje en el que se aprende de forma permanente y acumulativa a partir de estímulos externos e internos y, de golpe y porrazo lo que puede salir es una manifestación emocional alterada. Estar bajo el efecto del alcohol u otra sustancia no es recomendable para solucionar los conflictos, porque detona lo que ya existe internamente.

Probablemente lo que se busca en el incidente no es resolver el conflicto sino alimentar la necesidad del reconocimiento social para poder existir, para ser alguien en el clan, por eso es mejor hacer caso al “venite hombre, no les hagas caso” porque es la validación de que para la MH se ha actuado bien y se debe volver a la guarida. El incidente lleva a preguntarse como de Keizjer, qué es lo que debería cambiar en los hombres ¿sus conductas, sus estilos de vida, las determinantes sociales o una combinación de estas?

De Keizjer Benno, “Sé que debo parar, pero no sé cómo”: Abordajes teóricos en torno a los hombres, la salud y el cambio, en revista latinoamericana Sexualidad, Salud y Sociedad. México: Abril 2016 (pág 278-300).

 

PRESENTACIÓN

No es la primera vez que el especialista en temas de masculinidades, Roberto Samayoa, nos hace reflexionar sobre nuestras conductas cotidianas fundadas en prácticas culturales asumidas sin ninguna crítica. En esta ocasión aprovecha el comportamiento de un “macho del Congreso”, el diputado Rubén Barrios, más que para reprender (aunque es inevitable no hacerlo), ponernos en guardia sobre visiones y actitudes a veces incorporadas en nuestros hábitos personales.

El ejercicio crítico es oportuno para examinar esas tendencias con frecuencia “naturales” en las que practicamos la injusticia con los demás. Asimismo, es una forma de humanizarnos y establecer conductas alternativas dignas de una sociedad con sensibilidad exquisita, refinada y propia del siglo en que vivimos. Por ello, ejemplificar con espíritus ordinarios y vulgares como el del diputado, por contraste, es sumamente pedagógico para los lectores.

Samayoa nos da ideas sobre el significado de “son cosas de hombres”. En uno de los párrafos lo explica de la siguiente manera:
“El ‘son cosas de hombres’ recuerda a un anuncio ochentero de calzoncillos y es quizá más atinado que la expresión dirigida a la diputada Hernández. Las cosas de hombres según su visión son resolver los conflictos con base en empujones, alegatos y golpes, no de frente, no con el diálogo y menos desde la inteligencia emocional. Según la masculinidad hegemónica (MH), yo soy más hombre si soy más fuerte y soy menos hombre si soy débil por lo cual cualquiera que se precie de su hombría, (constructo social), debe demostrar fuerza y superioridad”.

Como es habitual, le invitamos a leer nuestra propuesta editorial que ampliará su horizonte en la comprensión de la realidad. Vivimos en período de oscuridad, en estado de fake news, abrumados por la industria del consumo, la arbitrariedad del imperialismo cultural y un ejército de intelectuales veniales. Es tiempo, por tanto, de abrir los ojos y mantener la vigilia. Los demonios andan sueltos (y no quiero ser apocalíptico). Mucho ánimo. Hasta la próxima.

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