BARCELONA/AP
Julio Miranda nunca había sentido tan cerca la amenaza del coronavirus. Ya tenía una cita para su primera dosis de la vacuna contra el COVID-19: la tenía programada para mediados de julio. El pintor de casas de 48 años de edad estaba, como muchos en el mundo desarrollado, esperando el fin de sus preocupaciones por la pandemia.
Entonces un colega se enfermó el mes pasado, seguido por la esposa de su jefe. Gradualmente, casi todos sus compañeros de trabajo acabaron en cama. Miranda, que es chileno, también comenzó a sentir dolores estomacales. Muy pronto, estaba yaciendo en el sofá, pasando trabajos para respirar.
“La verdad es que yo no creía en esto del virus y bueno, no creía tanto como la mayoría. Ahora sí, pues cuando a uno le toca uno ya lo toma con más peso”, dijo Miranda esta semana desde su cama en el hospital donde se recupera tras una semana en cuidados intensivos, consciente, pero conectado a un respirador artificial.
Después de un respiro breve que llevó al personal de salud de vuelta a la rutina previa a la pandemia, el Hospital del Mar en Barcelona enfrenta un fuerte repunte de enfermos por COVID-19. Una vez más, debió reorganizar los turnos del personal y reacomodar pacientes en sus vastas instalaciones.
El incremento se produce en medio del avance en España de la variante delta del coronavirus, que es más contagiosa. El repunte es impulsado en su mayor parte por enfermos más jóvenes y sin vacunar que, aunque requieren menos cuidados intensivos, están llegando en grandes números a los centros de salud y las salas de emergencias.
Si llegan al punto en que necesitan hospitalización, usualmente pasan más tiempo en los pabellones regulares hasta que se recuperan.
En esta instalación, el número de pacientes con COVID-19 ha subido de 8 a 35 en apenas dos semanas. Eso es mucho menos que los centenares que el hospital atendía en los picos de los repuntes previos, pero es una advertencia de lo que pudiera acechar a menos que se tomen “medidas drásticas” contra la diseminación el virus, dice Juan Pablo Horcajada, que coordina la actividad contra el COVID-19 allí.
Aunque la mayoría de los infectados no muestran síntomas, la velocidad del aumento solamente puede ser equiparada con la de primer incremento en marzo de 2020. La mayoría de los enfermos hospitalizados no necesitan asistencia artificial para respirar y se recuperan bien con corticosteroides, pero los médicos están viendo a pacientes de veintitantos y treintitantos años sufrir neumonías graves.
En España, la mayoría de los jóvenes están socializando sin estar vacunados porque las autoridades han priorizado estrictamente la inmunización de los ancianos y los más vulnerables. Como resultado, 21 millones —la mitad de la población adulta del país— están plenamente vacunados, pero menos de 600.000 de ellos son personas menores de 30 años, de acuerdo con los datos más recientes del Ministerio de Salud.
“Todavía es pronto para pensar que la vacunación va a ser capaz de controlarlo en un corto espacio de tiempo”, dijo Horcajada, que añadió que la mayoría de los pacientes se infectaron antes de recibir una segunda dosis de la vacuna.
Como potencia del turismo, España eliminó toques de queda y requerimientos de mascarillas al aire libre, entre otras restricciones, a tiempo para el verano. Los primeros brotes grandes fueron reportados inmediatamente, incluso antes de que muchos turistas llegaran al país.
Muchos han sido vinculados con las primeras vacaciones, las celebraciones extraoficiales de festivales veraniegos y la reapertura de la vida nocturna mientras las escuelas estuvieron cerradas.
Para Horcajada, el momento de esos cambios es una receta para el desastre. “Si tenemos una cepa que es capaz de contagiar en segundos a un mínimo contacto con una persona positiva, pues tenemos la tormenta perfecta sumado a los encuentros de la gente sin mascarilla o con mascarilla, pero sin mantener la distancia de seguridad durante muchas”, dijo. “Gente en aglomeraciones. Todo esto es lo que está pasando ahora y hace que haya muchos contagios y además por una cepa que es muy, muy contagiosa, con lo cual la situación, si no se pone remedio, puede seguir progresando mucho y acabar afectando a los hospitales, como de hecho ya lo está haciendo”.
El viernes, la importante tasa de contagios para 14 días por 100.000 personas subió en España a 316 casos, de 92 el 22 de junio: el nivel más bajo en el año, pero, en una diferencia respecto a incremento previos, las tasas de muertes están bajando y las tasas de hospitalizaciones subiendo a un ritmo mucho menor que el de las nuevas infecciones.
Por ejemplo, el ministerio de Salud reportó el viernes seis muertes confirmadas en todo el país, la menor cifra desde el verano pasado, comparado con 352 el 5 de enero de este año y 217 el 19 de octubre de 2020, dos fechas en las que la tasa de infecciones estaba en niveles similares y subiendo. Más de una décima parte de las camas regulares en hospitales y una quinta parte de las camas en cuidados intensivos estaban ocupadas por pacientes con COVID-19, pero la tasa actual es de 2,4% de las camas regulares y 6,6% de las camas en cuidados intensivos.
El patrón es similar en otros países con los brotes de más rápida diseminación en Europa. En Portugal y Chipre, los hospitales están lejos del panorama de desastre del año pasado, pero están acumulando pacientes de manera constante.
Gran Bretaña promedió casi 30.000 nuevas infecciones por día la semana pasada, comparado con una 70.000 en el pico del incremento invernal en enero, propulsado por la variante alfa, más contagiosa que el virus original, pero significativamente menos que la delta. Las muertes diarias entonces superaron las 1.000 por día, pero el viernes eran 29.
Los gobiernos regionales y central en España están tratando de acelerar la vacunación de los grupos más jóvenes, pero están cautelosos a la hora de considerar medidas más radicales como toques de queda nocturnos o prohibiciones de viajes que afecten el turismo. Francia y Alemania están desalentando ya los viajes a España y Portugal, un paso que ha obstaculizado los esfuerzos del sector turístico para recuperarse.
Los expertos y trabajadores médicos se quejan de que las autoridades están enviando mensajes contradictorios. Cataluña, por ejemplo, solamente permite que bares y restaurantes operen sus espacios al aire libre, pero las autoridades han permitido la celebración de un festival de música con miles de personas. Los asistentes a los conciertos tienen que dar negativo en pruebas de antígenos antes de entrar.
Ana Aguilar, una enfermera de 20 años en el Hospital del Mar, simpatiza con quienes quieren hacer fiestas, pero dice que su generación tiene que ser más paciente. Como trabajadora de salud, ella expresó frustración con el ciclo interminable de rebrotes de infecciones.
“Sobre todo moralmente es desanimante”, dice. “Vuelves a tener pacientes que no tenían COVID y cuando parece que todo empieza (a mejorar), entonces vuelta atrás, otra vez un paso para atrás y es como otra vez igual. Y cansa, cansa mucho la incertidumbre. No sabes qué va a pasar, no sabes cómo se va a organizar la planta. Mañana quizá llegas a urgencias, está lleno, mañana quizá llegas, no hay nadie. Esa incertidumbre es muy difícil”