Adolfo Mazariegos
Existe en Guatemala una popular sentencia (cierta o no), que argumenta, palabras más palabras menos, que es mejor no hablar de tres temas que pueden resultar controversiales, quizá escabrosos, y que fácilmente pueden granjear animadversiones innecesarias en distintas áreas o círculos de nuestro día a día, sobre todo, en el marco de las reuniones familiares, de amigos o en sitios públicos. A saber: fútbol, religión y política. El fútbol y la religión las dejaré de lado en este breve texto. La política, sin embargo, me parece un tema de suma importancia y trascendencia en virtud de lo mucho que significa en el contexto del ejercicio del poder y de las relaciones sociales, sobre todo en los países latinoamericanos. El concepto de política, por lo tanto, a pesar del carácter de ambigüedad que pueda tener en virtud de que aún hoy no es aceptado de forma unívoca en el mundo, se quiera o no, está ligado a los conceptos de poder, de Estado, y algunos otros que quizá sería innecesario enumerar por cuestiones de espacio, pero que ciertamente forman parte de la cotidianidad en la práctica, sea de una búsqueda de conciliación en tanto forma de entendimiento entre individuos, sea de la continuidad de lo que podríamos denominar someramente como un constante conflicto que quizá favorece intereses personalistas. En esa línea de ideas, no deja de llamar la atención, por ejemplo, en tanto que tema importante de análisis de cara al futuro, esa suerte de implantación en el imaginario de un considerable porcentaje de quienes ejercen poder político o pretenden incursionar en la función pública para ejercer en alguna medida dicho poder, de esa idea que, en la práctica, transforma la política en una finalidad más que en un medio. Es decir, la práctica de la política se ha venido transformando en un botín en sí mismo y no en el vehículo a través del cual se pueda realizar un trabajo en función de alcanzar bienestar y progreso de conjunto en el marco de la ley. Incursionar en la práctica activa de la política debiera ser un honor para quien accede a ese círculo, no una prebenda a través de la cual es fácil enriquecerse ilícitamente y en detrimento de la vida de miles o millones de seres humanos. Ese es, ciertamente, un asunto mucho más complejo de lo que puede observarse a simple vista, y cuya dinámica lleva ya algún tiempo incorporando paulatinamente múltiples y variados actores que ven la política como finalidad en sí misma. No obstante, valga decir que, aunque el ejercicio de la política puede ser legal en el estricto sentido del ordenamiento jurídico que así lo permite, no necesariamente será un ejercicio legítimo en tanto que no responde a las expectativas y al mandato que supone todo ejercicio de poder político… Vale la pena considerarlo.