En la orilla del zanjón colocaron a las víctimas en fila, amarradas de pies y manos, con los ojos vendados. Con el primer disparo, algunos cayeron al hoyo con el corazón palpitando todavía.
Así lo relató uno de los testigos de la masacre en la finca Las Tinajas, ocurrida en agosto de 1982 en donde José Choc Choc fue una de las decenas de víctimas. Esta finca, ubicada en aldea Telemán, Panzós, Alta Verapaz se usó como destacamento militar.
Su hijo Cristóbal Choc, quien también sufrió persecución y torturas por parte del Ejército, recogió esta historia que da cuenta de los acontecimientos sucedidos en el caso 11,639, registrado como certeza 2, en el libro Memorias del Silencio, de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH).
A fines de mayo, la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), hizo entrega de los restos de José Choc a sus familiares, luego de un largo proceso de exhumación que dio inicio en 2012 y donde se encontraron una serie de osamentas en 13 fosas de esta finca.
Los familiares de Choc ahora viven en Playa Grande, Ixcán, Quiché. Recibieron las osamentas junto con restos de su ropa para darle cristiana sepultura. “Luchamos por este momento”, expresó emocionado Cristóbal, por vía telefónica. Esta es parte de la historia.
LOS AÑOS DEL TERROR
La tragedia comenzó cuando José y su hijo regresaban de comprar ganado. En el puente del río Polochic se encontraron un retén con cientos de soldados. Les pidieron sus documentos y que respondieran: sí o no. “Mi padre no entendía español, respondió que sí. Los apartaron en dos grupos, según la respuesta”, relata su hijo. Eran los tiempos cuando gobernaba el presidente de facto, Efraín Ríos Montt (+).
José Choc era miembro del Comité Pro-Mejoramiento de Tierra. Lo mandaron a una bodega, donde comenzó la tortura. Cristóbal ya no pudo volver a verlo, a pesar de que llegó en repetidas ocasiones a pedir que lo dejaran pasar a la finca. En su desesperación, clamó porque lo detuvieran a él, en lugar de su padre. Pero los soldados solo le pidieron comida, lo que no fue suficiente para liberar a su padre.
Fue el vecino José Coc, con las manos destrozadas por la tortura, quien le advirtió que ya no intentara regresar al destacamento, pues a su padre ya lo habían ejecutado junto a otras víctimas.
Poco después, los militares se acercaron al caserío Río Hondo, donde vivían los Choc. Reunieron a la gente, capturaron al resto del comité, violaron a las mujeres y quemaron la aldea. Perdieron sus siembras, animales y casa. Pero Cristóbal y su familia lograron escapar.
La familia se trasladó a Telemán. Dos meses más tarde, los comisionados militares capturaron de nuevo a Cristóbal y lo trasladaron al destacamento militar de Panzós, donde fue torturado. “Decí la verdad o te morís”, le pedían. Finalmente terminaron por liberarlo, medio moribundo. A partir de entonces, comenzó una huida sistemática que lo llevó hasta la ciudad de Guatemala. Su caso quedó registrado como el número 15,575, certeza 1, en el documento Memorias del Silencio.
ENCUENTRO
Cristóbal buscó una plaza como albañil. Entre cientos de aspirantes, recuerda que pernoctaron una noche en las afueras de una construcción. En medio de la espera, varios comenzaron a contar de dónde venían. “Soy huérfano, mataron a mi padre”, “el mío también”, “me quedé sin mi familia”, decía uno y otro; hasta percatarse de un común denominador entre los jóvenes de Huehuetenango, Quiché y otros lugares.
Sin trabajo y sin dinero, Cristóbal decidió regresarse a Cobán. Y sucede una escena peliculesca. Se encuentra a su madre en el parque de la ciudad. Se abrazan, lloran y ella clama por comida para sus hijos pequeños.
Ante la situación, decidieron regresar a Telemán, donde los comisionados lo volvieron a detener. Lo obligaron a realizar “turnos” y trabajos forzados sin paga, por lo que sufrió hambre y humillaciones junto a sus hermanos. Para salir de ese infierno, necesitaba de una constancia, pues de lo contrario los acusarían de huir o esconderse. Cuando al fin la consiguió, migraron a Playa Grande, Quiché.
UNA NUEVA ETAPA
La familia Choc sabía que en Playa Grande el Gobierno había repartido tierra para los desplazados. Sin embargo, recién llegados, no pudieron escapar durante un tiempo de la misma situación. Los turnos con los militares como patrulleros, con los machetes como arma, siguieron día y noche.
Con los años, Cristóbal logró levantar el ánimo y tener más o menos “desarrollada la mente”, como expresa en sus palabras este agricultor q’eqchi’. Estudió como promotor de derechos humanos, logró que sus hijos terminaran sus estudios, se graduaran y se ganen la vida en la capital. Ahora se dedica al cultivo de palma africana.
“Antes nos asustábamos al ver militares, nos costó años superar el miedo”, afirma. Después de 39 años de esta tragedia, Cristóbal se siente satisfecho, porque se cumplió la ley y logró sepultar a su padre. “Algunos de la familia todavía dudaron. Sin embargo, varios lo lloramos, lo sentimos y reconocimos cuando vimos su ropa”, expresó.
EL TRABAJO DE LA FUNDACIÓN
Para la FAFG la entrega de los restos de José Choc significó casi una década de esfuerzo desde la exhumación en la finca La Tinaja. Se identificaron los restos por prueba de ADN, y compararlos fue una tarea difícil debido a la cantidad de homónimos. Una vez logrado, se notificó a la familia en 2019 y se comenzaron los trámites legales para obtener el acta de defunción y quedara oficialmente registrado en el Renap. La entrega de los restos de Choc ha sido el único caso resuelto de esta masacre.