Luis Fernandez Molina
En el mejor estilo de Plutarco y su dinámica de “Vidas Paralelas” habría que analizar las actuaciones de Francisco Morazán y Rafael Carrera. Sus acciones están entrelazadas al punto que en la biografía de cada uno debe haber un capítulo específico con el nombre del otro. Los golpes de cincel de uno marcaron los perfiles del otro.
En esos momentos de nuestra Historia cada personaje encarnaba las fuerzas contrarias que se enfrentaban: los liberales y los conservadores. Los primeros progresistas, reformadores, casi iconoclastas respecto a un régimen que consideran caduco y por ende se debe modificar. Inspirados en las doctrinas francesas revolucionarias promovían la laicidad y la igualdad, eliminación de títulos honoríficos y privilegios eclesiásticos (diezmo incluido), los mayorazgos; el derecho al voto; anulación de festividades religiosas; libertad de prensa y de comercio, etc. Se enfrentaban los gazistas contra los cacos; los creyentes contra los herejes, cachurecos contra pirujos, etc. Los segundos procuraban mantener el statu quo en el que se sentían acomodados, las jerarquías sociales y comerciales, las devociones religiosas, etc. estaban por tanto recelosos de cualquier agitación que alterara el debido orden. La lucha constante de dos contrarios que, conforme las planeamientos hegelianos, van modelando el devenir histórico. La lluvia que cae y vuelve a subir formando nubes en un eterno retorno. Las mareas altas y bajas que dan vida a los mares.
Para septiembre de 1821 la primera cuestión ya estaba decidida: emancipación de España. La Capitanía General de Guatemala era libre, soberana e independiente. Se corría esa hoja, pero venían otras decisiones trascendentales, algunas sucesivas y casi todas ellas que se traslapaban: A) Anexarse o no a México; B) Federación o estado centralista unitario; y en un contexto más coyuntural y temporal: C) Gobierno conservador o liberal.
Es claro que todos los sectores apoyaron la separación de España. Claro, sectores que tenían voz: a los indígenas nadie les preguntó como tampoco a las grandes masas de mestizos. En todo caso no se reportaron levantamientos militares en Granada, León, Comitán, San Miguel, etc. De ninguna parte se escucharon voces castrenses en contra de la insurrección legal contra Su Majestad don Fernando VII (que dicho sea de paso no era bien querido). Tampoco la población “tomó la plaza” que estaba enfrente del lugar donde se firmó la famosa Acta. En ese primer punto hubo acuerdo y rápidamente se pasó la hoja para abordar los otros temas.
El Emperador Iturbide decidió que Centroamérica se uniera a su vasto imperio. Para reprimir oposición a su proyecto trigarante (Plan de Iguala) envió al general Vicente Filísola. Logró este militar italiano “convencer” los focos de resistencia que, bajo el gobierno de José Matías Delgado, en El Salvador al punto que el 2 de diciembre de 1822 se declaró como un estado más del emergente United States of América. Hasta enviaron delegados a Washington para solicitar su admisión. La gestión no prosperó.
Al desplomarse el Imperio de Iturbide, su enviado, Filísola quiso robarse el mandado y quedarse como una versión pequeña de Emperador en lo que había sido la Capitanía de Guatemala. No existen muchas descripciones de este individuo pero la imagen que brindan es la de un joven vanidoso (unos 35 años), fanfarrón, pomposo aunque valiente y, como buen italiano parlanchín hasta por los codos (aunque no todo se le entendiera). Un aventurero internacional (como años después sería su compatriota Garibaldi). En todo caso fue nuestro segundo gobernante (el primero, el ya citado Gaínza) no tuvo éxito en su intentona y regresó a México para ponerse a las órdenes del General Antonio López de Santa Anna (“Remember El Álamo”). Descartado don Vicente se procedió a redactar la primera constitución regional, la de 1823 en la que por primera vez donde aparece acuñado el concepto de “Centroamérica”. Dicha carta magna se decantó por el modelo federalista: cinco estados, cada uno con sus votaciones internas y una elección para autoridades, presidente sobre todo, de la Federación.
Como inquietos corredores ansiosos por el toque de salida, todos los actores querían tomar hegemonía. Fueron los liberales los más animosos y “se robaron la salida.” Pugnaban por hacer cambios que sacudieran el letargo colonial, y rápido. En las primeras elecciones tras la constitución de 1823 quedó formalmente electo el conservador Cecilio del Valle pero tras unas maniobras (que incluyeron a un sector contrario de los propios conservadores), la elección se falseó y salió entonces elegido Manuel José Arce, estandarte liberal. Cosas veredes Sancho amigo.
Por su parte Arce enfrió mucho sus fervores liberales al punto que muchos criticaron que se “estaba pasando” del lado de los rivales; en todo caso los favoreció mucho. Esto provocó una guerra civil a nivel del “triángulo norte”. Morazán formó un ejército liberal que invadió Guatemala en 1829 y al año siguiente fue electo como segundo presidente de la Federación al tanto que Mariano Gálvez fue el presidente del Estado de Guatemala. El campo estaba abierto para los liberales que aprovecharon para implementar sus muchos cambios en una Guatemala que parecía un laboratorio político. Se dio impulso a la educación y a la construcción de carreteras.
Los conservadores reaccionaron y en la figura rústica de Rafael Carrera encontraron a un líder que canalizó la oposición armada contra los liberales; hubo levantamientos contra Mariano Gálvez y vino en su auxilio, otra vez, Morazán. Atacaron a don Mariano desde todas las posiciones: militar, proclamas religiosas y propaganda negra: para combatir una pandemia se higienizaron fuentes de agua con compuestos de cal, la versión que se difundió era que estaban esparciendo “virus” del cólera morbus. Este rumor fue la estocada.
Carrera ganó en los tres frentes: en el Occidente sometió el movimiento independentista del Sexto Estado (mandó a fusilar a todo el Ayuntamiento); en el Oriente venció a su némesis, Francisco Morazán y en la capital se aposentó en la silla presidencial que habría de ocupar como Jefe del Estado (federal) de Guatemala a la que convirtió, en 1847, en República (independiente) de Guatemala de la que fue, obviamente, su primer presidente.