José Daniel González Armas
¿Y al final qué? El siglo está en sus años veinte, la década apenas comenzando y el año ya casi va por la mitad. Pero en todo este tiempo, ¿cómo sigue Guatemala? Nuestra nación aún está recuperándose de una enfermedad que parece ser crónica; un mal incrustando en lo más profundo de la consciencia chapina, que es de locos imaginar una cura a este padecimiento, que le llamamos corrupción. Cuidados paliativos ha llegado a ser la solución, cegarnos con la venda que le quitaron a la justicia. Porque es más fácil, porque “nada va a cambiar de un día para otro”.
Y tienen razón. Pero el problema, es que este padecimiento no hubiera avanzado tanto, si el cambio hubiera empezado cada día, para que una mañana, el sol salga sobre las montañas y ríos, saludando a una nueva era. No vamos a cambiar al Estado en una sola noche, pero la sumatoria de las mismas, cambiando la mentalidad con la que se afrontan los problemas nacionales, será suficiente para volver Guatemala una democracia libre y segura, no un territorio que es mejor conocerlo por su primavera, que por sus infames parásitos.
Guatemala está enferma, de algunos parásitos corruptos que utilizan asientos forrados de terciopelo para usar la Constitución como reto para encontrar las maneras de poder succionar el aliento de vida de la nación en función de sus propios intereses. Como buenos intrusos, debilitan a su anfitrión hasta el punto de que es imposible concebir algún tipo de remedio, más que para aliviar el latente sufrimiento que llega con la seguridad de que nuestra querida Guate está siendo maltratada, con nosotros dentro. Sin embargo, no matan al país, lo mantienen vivo con lo mínimo, con diferentes organismos fallidos y otros sin saber muy bien su función, para poder desviar fondos y engañar a las personas trabajadoras.
Aquellos ciudadanos que con ilusión les contaron los mismos cuentos que a los jóvenes nos recitan al crecer. Una fábula de un país con instituciones efectivas, gobernantes sabios y un pueblo libre, con una sana resistencia que solo crea desarrollo. Un final feliz, con una historia sin sufrimiento. A pesar de nuestros deseos, la vacuna contra la corrupción no ha llegado a Guatemala.
Más si no ha llegado, la solución no es quedarse en casa y ver noticias de diferentes víctimas a manos de estos parásitos. El remedio es buscar en cada rincón de nuestro ser las fuerzas para combatir la enfermedad que parece crónica, hasta que unamos esfuerzos como guatemaltecos y combatamos la corrupción. La prescripción médica es consciencia, amor por la patria, honor y deseo de libertad.
¿Qué esperamos? El final llegará, depende de nosotros decidir si será un “felices por siempre” u otra trágica historia que llega a los titulares una semana para luego ser desechada en el olvido para siempre.