Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Cierto sábado por la tarde estaba yo acostado en mi cama, con unos deseos enormes de tomarme una cerveza con alguien, pero al mismo tiempo tenía ganas de descansar y de pensar en los enredos del mundo y en la incógnita esa de si fue antes el huevo o la gallina.  Más bien, me encontraba filosofando al respecto de los recovecos de la vida y de sus posibles soluciones.  Sonó el timbre de la puerta, y aun cuando no soy ningún adivino ni me atacan accesos de premoniciones ni cosas afines, supe que era Gedeón el que llegaba a visitarme.  Me levanté despacio, alcancé a la Juana, que ya se dirigía a abrir la puerta y le dije que no tuviera pena, que yo atendería a la visita. Efectivamente, ahí estaba Gedeón con esa su cara de caballo cansado que lo caracteriza desde siempre.

Luego de los saludos me contó que la esposa de Papaíto estaba muy enferma, que Papaíto estaba con el ánimo muy decaído, que deseaba visitarlo y me pidió que lo acompañara.  Le dije que estaba bueno.  Solo entré a sacar un suéter, me despedí de tía Toya y nos fuimos a la calle.

Durante el trayecto me hizo saber que él mismo estaba muy afectado por lo que le estaba pasando a Papaíto, que a veces le entraban unos accesos de pena y de tristeza que lo hacían casi caer en llanto.

-Pero eso sí vos –me dijo-, no quiero ir a poner a Papaíto más triste de lo que está, sino quiero consolarlo, quiero que se sienta bien, quiero que salga de ese encierro en el que se ha mantenido estos últimos días.

Platicando y comentando de los últimos sucesos nacionales, de los políticos corruptos, de los derechos ciudadanos de las lesbianas y los gays y de esto y de lo otro, por fin llegamos.

-Pasen adelante –nos dijo Papaíto cuando nos fue a abrir la puerta.

-Pues mire Papaíto –comenzó Gedeón-, aquí venimos a visitarlo con aquél porque hemos sabido que su señora está un poco malita, ¿verdad?

-Pues sí, muchas gracias por acordarse de nosotros. Mi pobre vieja que no se me quiere curar.  Ya han venido varios doctores.  El primero que vino le dejó unas medicinas, pero como no le hicieron provecho mejor mandamos a traer a otro doctor que le mandó otras medicinas, que tampoco le cayeron bien, después vino un tercero que tiró a la basura todos los frascos que había en la mesa de noche y nos dejó cuatro recetas para que compráramos 6 medicamentos, pero no sirvió de nada porque aquélla, en vez de mejorarse se puso peor.  El último que vino dijo que nada de lo que le habíamos dado estaba bien y nos recetó otros medicamentos, pero tampoco se ha mejorado.  Lo malo es que a mí ya se me están acabando los ahorros que con tanto esfuerzo logré acumular luego de tantos años de trabajo, pero no me importa, lo que yo quiero es que mi vieja se cure, y si tengo que vender esta casa, pues la vendo y la meto al hospital porque ahí si la van a atender bien.

Yo estaba a punto de decirle algo que lo aliviara de su pena, pero súbitamente Gedeón intervino.

-Pues mire Papaíto, yo le aconsejaría que mejor ya no esté gastando tanto, a lo mejor a su doñita ya le llegó la hora de que se vaya al cielo porque ya Diosito la está llamando y usted sabe que ante los designios del Todo Poderoso no se puede hacer nada.  Yo he visto casos como el que usted está pasando, que la familia se gasta hasta lo que no tiene, terminan vendiéndolo todo y hasta se endeudan y de todos modos el pariente se les muere.  Yo diría que mejor deje las cosas como están, deje todo en manos de Dios porque la mera verdad es que todos nos tenemos que morir, ¿verdad?, y en estos casos, en cuanto antes mejor porque son muchos los sufrimientos, y ojalá que solo fuera el sufrimiento del enfermo, no, es el sufrimiento de la familia.  Cómo no quisiera uno que sus seres queridos siempre estuvieran con uno, pero eso no se puede, mire, usted ya hizo lo que pudo y lo que va a pasar es que se va a enfermar.  Imagínese nada más, usted ya se gastó sus ahorros y si vende su casa se va a quedar en la calle.  Yo que usted mejor, como le digo, ya no hacía nada; a lo mejor ella lo que quiere es ya descansar en paz y uno, queriendo hacer el bien, más bien le hace el mal.  No se gana nada con querer alargar la vida de un paciente cuando ya la ciencia médica no es capaz de resolver los problemas de salud de alguien que ya está moribundo.  Si quiere nos vamos con aquél (yo, pues), a hablarle al padre Esteban para que le venga a dar lo santos óleos a su doña, ya va a ver que después de eso ella se va a sentir sosegada y si le toca irse de este mundo, pues se va a ir muy tranquila y muy bendecida y directa al cielo porque a nosotros nos consta, ¿verdad vos? (yo) que era bien buena gente.  Todos tenemos que pasar por tragos muy amargos en la vida, pero mientras antes los pasemos es mejor, usted todavía está a tiempo para arreglar su vida, total, mujeres hay por montones en todas partes…

Gedeón estaba a punto de continuar con su discurso pero, viendo yo el gesto de Papaíto, que súbitamente había pasado de profunda tristeza a furia asesina, lo agarré del brazo y me lo llevé hasta la puerta de la calle, a las carreras le dije adiós a Papaíto y salimos de la casa.

-¿Y ahora qué con vos? –me dijo Gedeón, haciendo cara de infinita pregunta.

Pues mirá –le dije- , de pronto me vinieron unas ganas locas de tomarme un par de cervezas, así que mejor vámonos a algún restaurante de chinos.

No muy convencido de mis argumentos tomamos camino hacia lo de los chinos.

-Vengo contento, vos –me dijo, luego de un breve silencio que, me imagino, le sirvió para aclarar sus pensamientos- porque estoy seguro de que dejamos a Papaíto un poco más resignado ante su tragedia.

Yo le dije que puesss…, sí, ¿verdad?

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