Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Es bastante común escuchar, en radio y televisión, a distintas personalidades ligadas a la administración pública (incluso altos funcionarios de los tres poderes del Estado), referirse al Estado y al Gobierno como conceptos cuyo significado es el mismo, lo cual es inaceptable y preocupante, porque aunque pueda parecer una cuestión sin importancia o intrascendente, ello refleja una verdad que va más allá del desconocimiento de la definición de un concepto u otro según sea el caso. Estado y Gobierno no son lo mismo, aunque estén íntimamente ligados, y resulta preocupante escuchar de forma recurrente tal equivocación (o ignorancia), en boca de quienes ocupan altos cargos en importantes instituciones que forman parte de los tres organismos que integran esta república según lo establece la Constitución. El Estado, descrito someramente en el marco de las ciencias sociales y de acuerdo con las definiciones más aceptadas en la actualidad, es una organización socio-política que se integra por varios elementos que resultan indispensables para que este (el Estado) sea considerado como tal. Entre estos elementos se encuentra el Gobierno, entendido como el grupo de individuos que son electos mediante un procedimiento previamente establecido, con reglas más o menos claras y con un propósito cuya finalidad es la delegación temporal de la representación ciudadana y el encargo –a través de un mandato– de llevar la administración pública en función del beneficio colectivo (descripción, insisto, muy somera). Aunque pueda resultar quizá muy simplista, esta es la razón por la cual, referirse a Estado y Gobierno como sinónimos, es un error que a todas luces evidencia no sólo ese desconocimiento o ignorancia aludidos, sino que va más allá de lo chusco que ello pueda resultar, puesto que refleja una realidad preocupante de la cual suele escucharse mucho, pero se reflexiona y se acciona poco o nada, en virtud de la preparación, educación y conciencia que supone (o debiera suponer) el ejercicio de la política y de la función pública, especialmente cuando sucede a alto nivel, es decir, las instituciones a cargo de ese grupo de personas en quienes se delega temporalmente la administración y conducción del Estado, que, dicho sea de paso, no es cualquier cosa, aunque para muchos sea algo sin importancia. Puede parecer un chiste incluso, pero aseguro que no lo es. Suele decirse que los pueblos tienen los gobiernos que merecen, y aunque siempre me he resistido a aceptar tan cruel y lapidaria sentencia en el sentido en que usualmente es aplicada (suelo conversarlo frecuentemente con un amigo muy apreciado) reconozco que algo de razón hay en ello. Vale la pena meditar al respecto. El tiempo pasa más rápido de lo que a veces pensamos, y en esa dinámica, bueno es pensar en quienes vienen después de nosotros, porque, mañana, serán ellos quienes estén al frente.

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