Immanuel Kant (1724-1804) ha aportado una crítica contundente de las demostraciones racionalistas de la existencia de Dios. Para Kant, todas estas demostraciones son falaces, pues consisten en un uso de la razón meramente especulativo, que rebasa los límites de toda experiencia posible. Igualmente, el argumento ontológico —el de Descartes— no es válido para Kant, pues el ser o la existencia no son en realidad predicados. Decir de un determinado objeto que exista no es, en realidad, añadirle ninguna determinación nueva. Por eso mismo, la existencia no es uno de los predicados necesarios que encontramos en la idea de un ente perfecto. En cualquier caso, para Kant, Dios no es objeto de la razón teórica —pues ésta se pierde cuando trata de pensar realidades que salen de nuestra experiencia— sino que sólo es accesible para la razón práctica: desde el hecho moral podrá pensarse la necesidad de un Bien Supremo Originario. (*) * González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.
Un conocimiento teórico es especulativo cuando versa sobre un objeto o sobre conceptos
de un objeto al que no puede llegarse en ninguna experiencia. Se opone a conocimiento natural, que no versa sobre más objetos, o predicados, que los dados en una experiencia posible. (…).
Por consiguiente, cuando de la existencia de las cosas del mundo se infiere su causa, eso corresponde, no al uso natural de la razón, sino al especulativo. (…). Aun cuando solamente se tratara de la forma del mundo, de la índole de su enlace y de su cambio, y de ahí yo pretendiera inferir una causa que fuera totalmente diferente del mundo, eso sería a su vez un juicio de la razón meramente especulativa porque en este caso el objeto no sería objeto de la experiencia posible. Y entonces, el principio de causalidad, que sólo vale dentro del campo de las experiencias y fuera de él carece de uso y aún de significación, se desvía totalmente de su destinación. (…).
Si, con el único objeto de no dejar ningún vacío en nuestra razón, nos fuera lícito subsanar esa deficiencia de la determinación completa mediante una mera idea de la perfección suprema y necesidad originaria, eso podría concedérsenos como favor, pero no como derecho proveniente de una demostración irrefutable (…).
Yo abrigaría la esperanza de aniquilar esa verbosidad dialéctica sin la menor divagación, a base de determinar exactamente el concepto de existencia, si no hubiera hallado que la ilusión que confunde un predicado lógico con uno real (es decir, con la determinación de la cosa) desdeña casi toda instrucción. (…) la determinación es un predicado que se añade al concepto del sujeto y lo aumenta. Por lo tanto, no debe estar ya contenido en él.
Ser no es evidentemente un predicado real, es decir, un concepto de algo que pueda añadirse al concepto de una cosa. Es sencillamente la posición de una cosa o de ciertas determinaciones en sí. En el uso lógico es solamente la cópula del juicio. La proposición Dios es todopoderoso contiene dos conceptos que tienen sus objetos correspondientes: Dios y omnipotencia; la partícula es no es otro predicado más, sino solamente lo que pone al predicado en relación con el sujeto. Pues bien, si tomo el sujeto (Dios) junto con todos sus predicados (entre los cuales figura también la omnipotencia) y digo: Dios es, o Dios existe, no pongo ningún predicado nuevo al concepto de Dios, sino solamente pongo al sujeto en sí mismo con todos sus predicados (Dios) y ciertamente al objeto (Dios) en relación con mi concepto. Ambos deben de tener un contenido idéntico y, en consecuencia, no puede añadirse nada al concepto, que expresa meramente la posibilidad, por el solo hecho de que yo conciba (mediante la expresión «él es») su objeto como absolutamente dado. Y así lo real solamente contiene lo meramente posible. Cien escudos efectivos no contienen en absoluto nada más que cien escudos posibles. (…). En cambio, en mi estado patrimonial tengo más con cien escudos efectivos que con su mero concepto (es decir, con su posibilidad) puesto que en realidad el objeto no sólo está contenido analíticamente en mi concepto, sino que añade sintéticamente a mi concepto (que es una determinación de mi estado), sin que mediante este ser ajeno a mi concepto sufran el más mínimo aumento esos cien escudos mencionados.
Por consiguiente (…) si pienso un ente que sea la realidad máxima (sin imperfecciones), subsiste siempre la cuestión de si existe o no, pues aunque nada le falte a mi concepto del posible contenido de una cosa cualquiera, sin embargo falta todavía algo a la relación con mi total estado de pensamiento; es decir, falta que el conocimiento patente de ese objeto (Dios) sea también posible a posteriori (a partir de la experiencia).
La moralidad en sí misma constituye un sistema, pero no la felicidad, salvo en la medida en que esté distribuida de acuerdo con la moralidad. Pero eso solamente es posible en el mundo inteligible, mediante un autor o gobernante sabio. La razón se ve obligada a suponerlo junto con la vida en ese mundo que tenemos que considerar como futuro, o bien considerar que las leyes morales son meras quimeras, ya que sin ésta su posición se frustraría su resultado necesario, que la razón enlaza con ellas (es decir, la felicidad).
(Tomado de Crítica de la razón pura, 1781)