Jorge Antonio Ortega Gaytán
Escritor y catedrático universitario

Nació en 1927 en Danzig y sus primeros pasos de su formación fueron en la pintura y escultura, pero su vida se encamina hacia la literatura e inicia la publicación de una extensa producción con una característica que transversalmente está en todas sus obras… el sarcasmo con que imprime los eventos históricos de una Alemania de posguerra de la segunda confrontación mundial.

Se constituye en un testigo incomodo del siglo XX para sus compatriotas por su estilo áspero y burlesco de rescatar el rostro olvidado de la historia de los teutones. Sus publicaciones giran en tres ejes paralelos: poemas, dramas y novelas. La más famosa y considerada una obra clásica de la literatura alemana es El Tambor de Hojalata (1959) que retrata la existencia de las generaciones de alemanes que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, una subsistencia de posguerra que fraccionó a la sociedad germana.

La capitulación total de Alemania, la destrucción de la infraestructura y el desmoronamiento del alma de los germánicos son la materia capital para contar esa realidad por dentro de una nación destrozada y desmoralizada, para ello utiliza la ficción como plataforma para ir construyendo ese otro rostro de la historia alemana. Grass asegura que “El dolor es la principal causa que lo hace trabajar y crear” un motivador inaudito pero poderoso que permite la creatividad.

Considerado como el escritor alemán más político del siglo XX, debido a su pluma afilada y desconcertante al analizar el pasado germánico con sus decisiones políticas, financieras y sociales, algunas de ellas erráticas para la concepción de la Alemania posmoderna, desconcertantes desde la óptica del creador de Años de Perro, en si el problema de la auto destrucción lo perturba y hace de su obra un aguijón en la conciencia histórica de la nación aria.

La devastación de su mundo, nación, pueblo y alma encuentra en la ficción el terreno fértil para sustentar su producción y contar una realidad desde adentro, dolorosa y sin piel alguna para encubrir los eventos que consumieron el diario vivir de los teutones en el siglo pasado, de por sí, una centuria agobiante por sus múltiples crisis en donde se sumergieron los alemanes por voluntad propia o arrastrados por los acontecimientos políticos y económicos.

Hoy, desde una óptica retrospectiva se puede afirmar que la producción Gunter Grass se instala en una narrativa acida y abrasiva de la historia reciente de su país que describe en Mi Siglo (1999) con cien historias en estricto orden cronológico que define un perfil germánico que se enfrentó aún sinfín de eventos y sucesos que marcaron el destino de su nación que sobrevivió a una época de contradicciones en el preámbulo del siglo XXI. Sin duda una obra amena que permite a sus lectores vivir los acontecimientos que marcaron Alemania de 1900 un siglo convulso para la humanidad en el cual la patria de Grass fue protagonista de primera línea.

Las otras obras, son un ejercicio a su memoria y, cómo su vida se entremezcla con la época que le toco vivir como sobreviviente de una conflagración mundial, las etapas de la posguerra y las decisiones políticas que marcaron para bien o mal de los destinos de los germanos.

El gato y el ratón (1961), A Paso de Cangrejo (2002), Rodaballo (1977) y Pelando la Cebolla (1999) son de las obras que le da solidez a ese tono grotesco de su narrativa que molesta a algunos de sus contemporáneos pero que muestra la otra cara de la historia alemana sin maquillaje oficial o con un tinte de lo correctamente político en la posmodernidad, al final es un relato con nostalgia y cruel para su alma.

Pelando la Cebolla, es el recuento de dos decenas de su vida de 1939 a 1959 en el cual describe abiertamente las vicisitudes de su juventud, su alistamiento voluntario en las unidades de la Waffen-SS” (la Alemania nazi) como un desliz juvenil en el cual fue toda una carga a lo largo de su vida y que cuando lo publicó produjo una serie de ataques a su legitimidad como testigo de la historia germánica.

“El recuerdo se asemeja a una cebolla que quisiera ser pelada para dejar al descubierto lo que, letra por letra, puede leerse en ella” (Pelando la Cebolla), La narración manifiesta a un escritor, con estilo inconfundible que relata una existencia compleja y cruel, pero que él describe con un humor sarcástico inimitable que hace que el dolor, el horror y angustia se puedan sentir, sin lastimar el alma del lector pero que le proporciona una profundidad necesaria para comprender el movimiento del tiempo en otras épocas.

En un espacio iluminado del hospital Lubeck dejó el tintero abierto a una obra de poemas, dibujos y narraciones sin publicar. A los 87 años, ya tenía en su haber con el premio Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias de las Letras en 1999, por el conjunto de su producción, a pesar de lo incomodo que resultó su posición con respecto a la construcción de una historia oficial alemana y lo doloroso de la Alemania dividida y su proceso de unificación. Sus pensamientos se sumergían en los últimos acontecimientos de la humanidad.

Hace quince años que la muerte le arrebató la pluma de las manos, pero nos dejó toda una producción literaria en varios géneros y sobre todo, su legado enfatiza a los historiadores y a los que disfrutan de la lectura de la historia novelada que es necesario leer sus obras emblemáticas para contar con antecedentes tangibles y llegar a un pasado real o por lo menos lo más cercano. Es un prontuario necesario para entender los eventos que transforman la ruta natural del futuro.

Un mentor grotesco y satírico para las nuevas generaciones de escritores que desean y le apuestan a un estilo único de visualizar las implicancias del pasado a través de la novela histórica. Hay mucho que aprender de su lectura, sobre todo, a descifrar lo oculto entre líneas de sus obras como: La Ratesa (1987); El Diario de un Caracol (1997); El Cuento largo (1997); La Caja de los Deseos (2008); De Alemania a Alemania (2009); Diario (1990); De la Finitud (2015) y su libro póstumo.

La historia de la literatura adoptó de inmediato como símbolo de inmortalidad a Oscar, el niño que no deseaba crecer y que aún hace vibrar su tambor de hojalata en el infinito del universo de las letras.

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