Fidel Us
Una vez que ha terminado las tareas del instituto, Maycol sube a encargarse de sus plantas. Atender esa mezcla de huerto y jardín improvisado lo relaja, también le evita presenciar las peleas entre su madre y el hombre con quien convive.
La tarde dibuja ya un incipiente ocaso que se puede admirar desde la terraza del edificio donde viven desde hace unos ocho años. En el cielo se puede observar a un grupo de aves de rapiña que se desplazan en círculos como lo hacen los tiburones en alta mar antes de acometer.
Ha sembrado romero, apio, cebolla, tomate y piña en cuanta maceta improvisada ha podido conseguir, sin mencionar los rosales y geranios con los que ya contaba antes de la pandemia. Cuidar sus plantas es la actividad que más lo calma y lo distrae desde que impusieron las medidas que restringen la locomoción. Y cada vez que las cosas se empiezan a complicar entre su mamá y Enidson, la terraza es su único refugio. Tiene buena mano y todo lo que ha sembrado ha crecido bien; su abuela se oye muy orgullosa cada vez que hablan por teléfono y le cuenta cómo va su pequeño huerto mientras le muestra planta por planta por medio de la videollamada.
Marcelita, su medio hermana, ha subido a acompañarlo y se ha puesto a verlo trajinar con los diferentes tiestos de todos tamaños. Ella se acuclilla con los brazos cruzados alrededor de las rodillas, luciendo unos coquetos zapatitos color mostaza y como siempre, se pone a hacerle incontables preguntas sobre diferentes temas. Maycol le responde con paciencia, y a veces sonríe al escuchar algunas que le resultan divertidas. Es posible que la inocente plática se oiga hasta abajo en la calle, ya que hay un silencio extendido por todo el barrio debido a que el tráfico se reduce a vehículos expresamente autorizados por el gobierno y la gente no tiene permitido estar en las calles.
Ella nació hace cinco años y si bien al principio él se mostró reacio con la decisión de su madre de embarazarse, pasó muy poco tiempo antes de que sintiera un afecto profundo por esa bebecita inquieta. Ahora él se ha convertido en su principal protector y ella en una especie de sombra permanente.
Nunca confió en Enidson. Su madre lo conoció en el taller donde llevaba el carro cuando necesitaba reparaciones. Trabajaba como mecánico ahí. Desde las primeras veces ella pareció muy atraída por ese muchacho alto y moreno, más joven que ella. En cambio a Maycol, cuando lo conoció, le pareció patán y altanero. Al principio se veía que se entendían bien y hasta parecían recíprocamente enamorados, tan era así que al poco tiempo empezaron a vivir juntos, es decir Enidson se vino a vivir al apartamento.
Sin embargo, pasados algunos meses se dieron las primeras discusiones violentas y poco después éstas terminaban en golpizas. Maycol le pidió a su mamá dejarlo, ella insistía en que las cosas podían cambiar y mejorar. Pero el cambio fue cada vez para peor. Ni la intervención de la abuela logró que lo dejara. Incluso se ganó el reproche de su madre por andar de indiscreto contando cosas privadas de su vida.
– ¡Mi relación es cosa mía, me oíste Tengo derecho a decidir con quién estar! No seás bocafloja-.
Hoy Enidson, que tenía ya cuatro semanas de no trabajar por el cierre obligado de muchos negocios, ha estado bebiendo desde temprano. Se la ha pasado viendo el canal de deportes en la sala. A medio día se dio la primera escaramuza entre ellos, pero no llegó a más. Sin embargo, ya por la tarde, después del almuerzo los insultos subieron de tono y su madre decidió irse al dormitorio para evitar ser agredida. Él salió por más cerveza y a su regreso siguió viendo el futbol, pero ya lucía esa mirada torva que se le ve previo a sus estallidos. Por eso Maycol decidió que lo mejor era subir. Pero al poco rato la vecina del apartamento de enfrente le vino a decir que mejor bajara, que fuera a ver, porque su mami estaba gritando mucho:
-Otra vez ese señor a saber ni que le está haciendo-
Antes de bajar le ha indicado a Marcelita que debe permanecer en la terraza hasta que él suba por ella. Ha habido ocasiones en que ella ha resultado golpeada. A su corta edad ella comprende bastante bien la situación y sin chistar asiente con su cabecita.
Al entrar al apartamento encontró a su mamá en el suelo, inconsciente, con sangre en la cara y la blusa desgarrada. La nariz le luce hinchada como una manzana de color rojizo pálido. Intentó levantarla, pero no pudo, no soportó su peso.
Supo entonces con una convicción absoluta, que sólo había una salida: una en la que había pensado tantas veces, algunas mientras estaba en la terraza, otras mientras el insomnio, que había aumentado durante la pandemia, le robaba el sueño. Esto no acabaría hasta que Enidson desapareciera de sus vidas. Su plan debía concretarse si no quería perder a su madre. Entonces se encaminó con firmeza a su habitación por el bate de madera que tenía en la cabecera y luego se dirigió al otro cuarto. Justo como sucedía siempre, después de sus exabruptos, el abusivo de marras solía dormirse para despertar como si nada hubiese pasado.
Lo que había iniciado como un oculto deseo, una fantasía, se fue convirtiendo paulatinamente en plan a partir de aquella tarde en que se encontró, antes del asunto del virus, al tío Chejo, un primo de su mamá y muy cercano a él. En aquella ocasión se tomaron un helado en un centro comercial de la zona cuatro y como en otras ocasiones Maycol se quejó de la situación. Al despedirse, el primo le dijo que podía contar con su ayuda si los problemas se agravaban: “Para lo que sea, me oíste”, le susurró mientras le apretaba fuerte el hombro.
Fueron tres golpes macizos y decididos en el cráneo, con toda la fuerza. No hubo ni gemidos ni ninguna reacción. Después, todo siguió en calma en la tarde inusualmente ventosa de finales de junio. Apenas sangró un poco del oído y de la nariz, más bien parecía seguir durmiendo, solo que sin los ronquidos que emitía hacía un momento.
La parte impactada quedó con una consistencia de papaya muy madura que cede a la menor presión de los dedos; como el de aquellas máscaras bofas de hule que una vez había visto en un bazar de Halloween.
Por alguna razón siempre imaginaba que lo golpeaba en el lado izquierdo, viéndole el rostro, pero esta vez él dormía hacia el otro lado, de cara a la pared. Por lo que el sitio destrozado fue el lado derecho, justo arriba de la oreja donde lucía un arete de plata.
Después marcó el número de Chejo y sin amagues le soltó: “Me quebré al maldito, necesito que me echés la mano”.
-No tengás pena-, respondió la voz al otro lado después de un instante. –Voy para allá, no toqués nada, yo me encargo. Y que la nena no vaya a ver nada.
La reacción de la mamá al recuperar la conciencia fue de terror, pero fue recuperando la calma conforme pasaban las horas de espera y cuando por fin llegó Chejo casi a la media noche, su angustia se había convertido en una especie de alivio y tranquilidad.
Mientras Maycol y Chejo se conducían a bordo de una camionetilla autorizada para transportar alimentos refrigerados, camino hacia la costa para desaparecer el cadáver que llevaban en la cámara fría, las plantas que el muchacho tan devotamente cuidaba se mecían felices bajo la suave llovizna que caía sobre el valle de la ciudad.