Alfonso Mata
Lo que está sucediendo con la pandemia deja una enseñanza: el divorcio que existe en la mayoría de pueblos entre en el pensamiento y acción de sus gobiernos y su gente. Eso nos lleva a una reflexión: un evento como las pandemias, con milenios de existir, no ha provocado que ni los unos ni los otros reaccionen de manera eficaz y respetuosa ante lo que les toca hacer a cada uno. La falta de cumplimiento de las normas puestas en marcha por ambos bandos, es el mejor ejemplo y ello puede verse representado, en las altas tasas de morbimortalidad que está causando el SARSCoV-2. Lo que subyace en ese resultado, es prueba de la fragmentación de cumplimientos y de la falta de convicción que tiene cada bando de que lo que hace o se le manda hacer ya que consideran que los mandatos, perjudican desventajosamente su posición y por lo tanto le son nocivos. La realidad en esa conducta, descansa en nuestra propensión a ver el ejercicio social y el político, por debajo de lo individual y en un derecho que se ha consolidado a trabajar por medio de irregularidades, incapacidad, corrupción.
Todo lo anterior desemboca en formas irregulares de gobernar y administrar la cosa pública, encausado a un fin el beneficio propio y de pocos. De igual principio peca, el accionar ciudadano en su vida diaria y en la relación que mantenemos con nuestros semejantes llámense estos amigos, compañeros o familia. A ese actuar de ambos grupos, se añade la poca posibilidad con que se cuenta para sancionar los incumplimientos, debilitando en el ciudadano y en el funcionario sus regulaciones ético-morales de comportamiento hacia el otro. Esta práctica ciudadano-funcionario, ha logrado contar con tantos adeptos, que es ello lo que permite que ni la estructura política ni la social cambien, pues no existe o cada vez perdemos más, el principio de responsabilidad-culpabilidad. De esa cuenta, ni pena ni medidas preventivas en la función política o social de la nación, se echan en marcha. De ese modo, seguimos unos y otros fomentando la tradición de un estilo y modo de vida público y privado sin restricciones y culpabilidad, generando una débil administración de justicia además de llena de injusticias y corruptelas.
La peligrosidad de ese actuar salta a la vista, no sólo en los resultados negativos de la pandemia: falta de cumplimiento de parte del gobierno para controlar y atender no sólo a la parte sanitaria sino social y económica que esta causa, y del pueblo y sector privado, para cumplir con las medidas sanitarias dictadas. Pero ese actuar irresponsable y temerario, lo podemos ver en la protección de la familia, en las relaciones laborales, en todos los campos de nuestra actividad humana, llena continuamente de transgresiones, en que delitos corrientes, hurtos, estafas, malversación, agresión físico mental emocional, van lejos y sin sanciones ni prevención adecuada.
Deberíamos considerar en nuestra apreciación político, penal, social, que la problemática parte de dos fuentes que interactúan: la permisibilidad basada no en la libertad sino en el libertinaje de una estructura Estatal organizada y funcionando para que ello suceda y, del seno de la familia y sus conexiones sociales. Ambas fuentes se contaminan delictivamente, provocando un efecto desocializador dirigido a un individualismo recalcitrante.