Por: Adrián Zapata
Mañana es Noche Buena. El mundo cristiano celebra el nacimiento de Jesucristo, hijo de un dios que se hizo hombre para salvar a la humanidad “pecadora”. Año tras año esta festividad eminentemente espiritual ha sido capturada por el consumismo ramplón, que la reduce a la completa mercantilización. La tergiversación ha sido tal que ese viejito barrigón, Santa Claus, ridículamente vestido de rojo, es capaz de recorrer el mundo entero en un corto período de tiempo para dejar al pie de deslumbrantes árboles navideños los regalos que los niños “bien portados” le requieren en mentirosas cartas pedigüeñas.
Desde el 15 de diciembre, en Guatemala y en otros países latinoamericanos, se banaliza la angustia de los peregrinos perseguidos, quienes de puerta en puerta piden refugio para que la mujer pueda parir. Si mucho queda un rezo corto y atropellado, la novena, que da paso a lo medular del encuentro: la parranda de la posada.
Lo sustancial del cristianismo que debería ser el contenido que se conmemore y reivindique en esta festividad pasa ya desapercibido, invisibilizado por las luces, la pólvora y el ponche con piquete.
Y no es que me moleste, cual fastidioso Grinch, la felicidad de la temporada y de estas fiestas que pretenden ser hogareñas. Ellas tienen la virtud de sensibilizar a la gente que la celebra al punto de desearse con efusividad, los unos a los otros, Feliz Navidad. Esta columna es sólo un intento por recordar la naturaleza de la celebración, relacionada directamente con el nacimiento de un liderazgo de la lucha contra la opresión imperial, que también tiene que enfrentar la represión que ejecutan quienes servilmente se han unido a esa opresión por las migajas que obtienen.
Celebrar la Navidad en medio de esta pandemia es una buena oportunidad para reflexionar sobre la perversión que ella ha tenido, al punto de convertirla en un hecho comercial, más que una conmemoración espiritual. Se supone que, dadas las medidas sanitarias, no debemos arriesgarnos asistiendo a espacios donde la gente compra y compra, bebe y bebe, come y come. Que las grandes reuniones familiares se ven restringidas y que los abrazos se quedarán en nuestros brazos y no en las pobres espaldas de quienes aparatosamente los solían recibir.
Es tal vez una buena oportunidad para pensar que la pobreza no se celebra. Tal condición en la que nace Jesucristo no es la razón de la fiesta, sino el reconocimiento de lo que significa este liderazgo que pretenderá ser liberador y que, como tantas veces pasó antes y sigue pasando aun ahora, terminará crucificado.
Los pobres de Guatemala, obviamente, no tienen posibilidades de caer en la tentación del consumismo. Para ellos, hoy como siempre, será una noche en la cual seguirán agobiados por el hambre y la miseria. El principio de igualdad que supone el cristianismo como todos hijos de dios y hechos a su imagen y semejanza seguirá ahogado por la concentración de la riqueza y los privilegios de las minorías, que los continuarán defendiendo y pidiéndole al niño dios que se los siga concediendo.
Así que, ¡Feliz Navidad en la pandemia!