Jorge Morales Toj
En estas ésta épocas, cuando un transita por la ruta interamericana, el rostro andando de la pobreza, el hambre y la miseria llegan a la carretera. Centenares de niñas y niños color de mi tierra, se ubican a la orilla de la carretera en espera que un alma caritativa les lleve un regalo o víveres. Con sus manitas levantadas nos dicen que los veamos y que los ayudemos. Levantan la mano para que el Estado los vea y los atienda.
No cabe duda, que este año ha sido uno de los años más crueles con aquellas niñas y niños que sufren junto a sus familias de la exclusión histórica del Estado. Imágenes de familias enteras, con madres tejiendo en sus telares, niños sentados saludando con sus manitas rajadas a todos los carros que transitan por la interamericana, niñas y niñas con ilusión, esperando con ansias que se estacione algún vehículo y desciendan personas de buen corazón para darles un regalito, esas imágenes son el rostro verdadero de la Guatemala profunda, de la Guatemala olvidada.
Afortunadamente, en esta Guatemala llena de contrastes, aún hay gente humana y solidaria que lleva alegraría y un momento de felicidad a las niñas y niños que comen solo dos veces al día. La contraparte de la gente humana y solidaria son los políticos corruptos que desde sus posiciones de poder e influencia aprovechan la pobreza y el hambre para delinquir y robar insaciablemente. La pobreza y el hambre sigue siendo un gran negocio para los políticos mafiosos.
En mi ruta por la carretera conversé con doña Micaela y me dijo: “no hay trabajo y con mis hijos comemos dos veces al día. Por la noche le truena las tripas de mis hijos solo les doy agua” el rostro de doña Micaela denotaba tristeza y rabia. Doña Micaela continua diciendo: “venimos a la carretera para que nos regalen un poco de comida y algún juguete para mis hijos, ya que en la comunidad no hemos tenido apoyo del gobierno, peor ahora que pasó esa enfermedad todo se encareció, subió el precio del maíz y el frijol”.
Llegué a territorio Ixil y conversando con doña Juana me contó: “nunca había visto yo esta gran enfermedad, no podíamos salir de la casa para sembrar nuestro maíz y ahora el maíz está más caro”. Le pregunté por qué no usaba mascarilla y me respondió: “No hay dinero para el maíz y peor para comprar esa mascarilla” continúo diciendo: “primero Dios no me dará ese coronavirus y si me muero, me muero”.
Sin lugar a dudas, en el campo ya se está viviendo el aumento de la pobreza y el hambre, derivado de los efectos del Covid-19 y de las huracanes Eta y Iota. Las comunidades indígenas y campesinas siguen sobreviviendo como pueden. No ha habido presencia del Estado y aún no se mira por dónde puede llegar la atención de la institucionalidad gubernamental.
Desde mi bello Quiché a todas y todos les deseo que tengan una Navidad con salud y vida y que el año que viene podamos trabajar juntos por erradicar el hambre la miseria de nuestros niños.