Por ARITZ PARRA
MADRID
Agencia (AP)
Mientras los dos trabajadores de funeraria sacaban de la habitación una camilla con un cuerpo en una bolsa, el anciano en la cama contigua salió brevemente de su demencia. «¿Está muerto?», preguntó, extendiendo el brazo en un intento de tocar a su compañero de cuarto por última vez.
Reflexionando sobre una escena que ha visto demasiadas veces, uno de los trabajadores, Manel Rivera, expresaba su desesperación por el creciente número de ancianos fallecidos en una nueva oleada del nuevo coronavirus.
«Lo peor de todo es que en unos días seguramente volveremos a por él», dijo sobre el hombre sobreviviente en la residencia de Barcelona.
Los trabajadores de funeraria vuelven a estar hasta arriba de trabajo en residencias y hospicios de toda Europa, en un brote que en esta ocasión está golpeando sobre todo a centros que salieron bien librados durante la primavera. En Estados Unidos, los pacientes en residencias y centros asistenciales, así como las personas que les atienden, han supuesto un demoledor 39% de los 281.000 fallecidos por coronavirus.
El repunte en Europa se produce pese a las medidas preventivas que seguían en vigencia desde primavera, como la habilitación de instalaciones sólo para internos con coronavirus. También ha sumido a las autoridades y trabajadores de residencias en una carrera contrarreloj hasta que puedan comenzar las vacunaciones.
Portugal ha respondido desplegando unidades militares para formar al personal de los centros en tareas de desinfección. En Francia, donde el mes pasado murieron al menos 5.000 internos de casas para ancianos, y en Alemania e Italia, donde el receso del verano se vio seguido por una segunda oleada en septiembre, se han restringido o prohibido las visitas de familiares a residencias de ancianos.
La mayoría de los países han aumentado las pruebas diagnósticas a trabajadores y residentes en un intento de impedir contagios debidos a portadores asintomáticos. La estrategia ha ayudado a Bélgica a reducir las muertes en residencias, que han pasado de suponer un 63% de los fallecidos por COVID-19 a mediados de junio al 39% a finales de noviembre.
Pero en España, donde la pandemia ha abierto un polarizado debate sobre la capacidad del país para atender a la sociedad europea que más rápido envejece, las muertes por coronavirus en residencia llevan dos meses subiendo. Ahora suponen en torno a la mitad de las muertes diarias, un porcentaje similar al de marzo y abril. También hay un número desproporcionado de contagios diarios en los asilos, 13 casos en estos centros por cada infección fuera.
Sin embargo, hay un atisbo de esperanza. Gran Bretaña se convirtió la semana pasada en el primer país del mundo en autorizar una vacuna contra el COVID-19 que ha pasado estrictos controles, y podría empezar a distribuirla en cuestión de días, priorizando a empleados e internos de residencias. Los centros asistenciales también están primeros o entre los primeros en los calendarios de vacunación en Estados Unidos, España y muchos otros países europeos.
Algunas cosas han mejorado desde primavera. El personal de los centros ha aprendido a hacer un uso eficiente de los equipos de protección y las pruebas diagnósticas, que ya no escasean. Se sabe más sobre lo que ocurre en la mayoría de los centros, y los expertos han aprendido cómo afecta el COVID-19 a los mayores, con síntomas como diarrea y sarpullidos a los que no se prestó atención en un principio.
«De verdad que es una enfermedad camaleónica que nos engaña a todos», dijo el doctor José Augusto García Navarro, director de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.
Uno de los peores errores de los primeros días fue enclaustrar a los ancianos en un doloroso aislamiento, dijo García Navarro, lo que provocó pérdida de movilidad, insomnio, malnutrición, depresión y otros problemas que afectaron e incluso mataron a muchos.
Una iniciativa en España intenta remediarlo con instalaciones para pacientes del virus en recuperación, que siguen siendo contagiosos pero no tienen forma de aislarse o mantenerse activos. Llegan desde sus casas o de los muchos centros pequeños que no tienen forma de separar a los internos.
En la residencia Vitalia Canillejas de Madrid, Belkis Zoraida Cuevas, de 83 años, se recupera del virus que la ha mantenido alejada de su marido, Joaquín González, de 92 años, durante el tiempo más largo en más de seis décadas de matrimonio.
Pedro Marcelo, de 87 años, caminaba con ayuda para recuperar la movilidad perdida durante el mes que estuvo hospitalizado.
«No, no tengo miedo a morirme ni a nada», comentó. «Sólo que quiero moverme un poco mejor».
Un estudio sobre muestras de sangre tomadas en todos los asilos de Madrid mostró que el 53% de los 55.000 internos viven en centros donde más de la mitad de los residentes ha desarrollado anticuerpos.
«Es triste decirlo así, pero el daño que sufrimos durante la primera ola nos está protegiendo ahora», dijo Paz Membibre, que gestiona una docena de centros para el grupo Vitalia en la capital española y sus alrededores. Sin embargo, los científicos aún tratan de determinar cuánto puede durar la inmunidad.
Entre tanto, en todo el continente, los contagios alcanzaban las docenas o incluso superaron el centenar en apenas 48 horas.
España registraba ahora los mayores aumentos de casos y muertes en las regiones de Andalucía, en el sur, y Castilla y León, en el centro del país, que evitaron el mayor golpe en primavera. En la vecina Francia, las infecciones están más dispersas ahora que en primavera, cuando se concentraron en puntos concretos.
En Berlín, donde hace poco murieron 14 personas por coronavirus en una residencia de 90 internos, las autoridades municipales dijeron que no se estaban aplicando normas estrictas.
García Navarro señaló que la mayoría de los centros afectados en España intentan combatir el virus pese a la falta de personal conforme enferman sus trabajadores. En unos pocos casos, señaló, «todavía no están cumpliendo con las reglas de seguridad».
En un duro reporte sobre cómo miles de personas quedaron abandonadas en primavera en las residencias, muchas sin tratamiento médico, en Madrid y Barcelona, Amnistía Internacional dijo esta semana que algunos de los mismos problemas siguen existiendo, como protocolos de sanidad que recomiendan priorizar a los jóvenes frente a los ancianos.
La burocracia y la mala gestión también han jugado un papel. Un análisis interno del gobierno español al que tuvo acceso The Associated Press enumera 30 errores que llevaron a la muerte de 20.000 ancianos con COVID-19 antes de mediados de mayo. Pero las autoridades regionales siguen revisando sus recomendaciones, y algunas no se han aplicado.