Karen Virginia Gómez Sotoj
Segundo lugar
Certamen Literario Universidad Da Vinci
Era un lunes por la mañana común y corriente. Me levanté a las seis treinta y tomé el autobús de las siete. Me senté del lado derecho justo al lado de la ventana, me gustaba ver las calles de la ciudad por las mañanas, estaban llenas de historias interesantes.
El autobús paró y un hombre muy apuesto subió y se sentó al lado mío. Tenía cabello rizado y castaño, usaba zapatos de vestir, pantalones de vestir, una camisa básica blanca y un chaleco de lana negro con franjas azules. Lo observé por un momento y me causó cierto tipo de curiosidad, me preguntaba cuál sería su historia. Después de unos minutos, el autobús paró de nuevo y el hombre bajó, no parecía llevar nada con él y me encontré preguntándome a dónde se dirigía, seguro era algo muy emocionante.
Al día siguiente, volví a sentarme en el mismo lugar junto a la ventana, esperando que el hombre volviera a subir en la misma parada y se sentara junto a mí. Y fue así. Bueno, casi. El hombre se subió en la misma parada, pero no se sentó a mi lado. Vestía pantalones de jean cortos, sandalias y el mismo chaleco de lana negro con franjas azules. Se quedó parado al lado de la puerta del autobús y yo solo lo veía de reojo de vez en cuando.
Por varias semanas, el mismo hombre subía y bajaba en las mismas paradas. Todos los días, se sentaba en diferentes lugares y siempre llevaba puesto el mismo chaleco negro con franjas azules. Me parecía extraño, nunca llevaba nada, ni una mochila o una billetera, llevaba un par de monedas en los bolsillos del chaleco para pagar el autobús, pero nada más. Era un hombre muy extraño, pero parecía alguien agradable; siempre cedía su lugar a las personas mayores o mujeres embarazadas, le pagaba de más al conductor del autobús y le sonreía a todos cuando subía, lo cual era extraño, pero agradable también.
Me acostumbré a su presencia en las mañanas y a sus extraños atuendos, tanto, que me pareció raro cuando, un día, se subió al autobús y no llevaba puesto su famoso chaleco de franjas azules. En su lugar, tenía puesto un hoodie gris que le llegaba debajo de las caderas y era casi irreconocible sin su chaleco. Me quedé extrañada, pero, obviamente, no le dije nada al respecto.
Al día siguiente, el hombre subió en su parada habitual y llevaba puesto su chaleco de franjas azules. Sonreí en mis adentros al reconocerlo, pero mi alegría se esfumó casi de inmediato cuando pasó al lado mío y noté que el chaleco estaba rasgado del lado izquierdo, como si alguien lo hubiera jalado hasta romperlo. Deseé en mis adentros que todo estuviera bien y que solo hubiera sido un accidente, podía notar lo mucho que le gustaba ese chaleco.
La mañana siguiente, el hombre subió al autobús algo agitado, su ropa y su cabello se veían desarreglados y llevaba puestas unas gafas azules que cubrían gran parte de sus ojos, pero se escapaba la parte superior y pude notar que su ojo derecho estaba morado y tenía un pequeño rasguño. Quise preguntarle si estaba bien, pero probablemente me diría que no es de mi incumbencia y finalmente decidí no decir nada, no quería ser entrometida.
Luego del accidente con su ojo, el hombre no subió al autobús por una semana completa. Comencé a preocuparme, los últimos días antes del incidente, no había sido él mismo. No saludaba a las personas mayores o les cedía su lugar, no le daba dinero de más al conductor y no le sonreía a la gente cuando subía. Pensé que debía reportarlo a la policía, era más que claro que algo no estaba bien y necesitaba ayuda, pero no sabía nada de él más que datos completamente inútiles y ni siquiera sabía su nombre. Además, no lo conocía, no sabía qué estaba pasando en su vida.
Pasó una semana entera antes de que el hombre volviera a subir al autobús. Subió con normalidad, pero veía a todos lados, casi con miedo. Su ojo morado y el rasguño habían desaparecido, sin embargo, tenía un corte en la mejilla que se veía bastante profundo y reciente. Esta vez, el hombre se sentó a mi lado y pude ver su herida de cerca, no podía evitar pensar que debía ayudarlo, claramente algo andaba mal. No supe qué hacer o qué decir, así que dejé de mirarlo y concentré mi mirada en las calles. Se bajó en la parada como siempre, pero esta vez se paró justo frente a mi ventana y mantuvo su mirada en mí por unos segundos antes de que el autobús arrancara.
Lo seguí con la mirada extrañada y luego volteé a ver el asiento que había dejado vacío y me percaté de un pedazo de papel doblado a la mitad sobre él. Lo levanté del asiento y lo desdoblé. En su interior, había un mensaje que el hombre había escrito y mis manos comenzaron a temblar: “Por favor, ayúdame”. Me levanté de inmediato con el corazón corriendo y volteé a ver la ventana trasera del autobús. A lo lejos, logré visualizar su chaleco tirado a un lado y al hombre en el suelo siendo golpeado por otros dos hombres vestidos de negro. Segundos después, lo subieron a la cajuela de un auto y se dieron a la fuga. Mis ojos se llenaron de lágrimas, paré el autobús y bajé de inmediato. Volteé a todas partes, pero el auto había desaparecido, corrí hacia donde estaba el chaleco tirado en el suelo y lo recogí mientras lloraba. Sabía que algo andaba mal, debí haberlo ayudado.