Por RAF CASERT
BUIZINGEN, Bélgica
Agencia AP
La pandemia ha vuelto a golpear a la pequeña pero muy dividida, Bélgica, que ahora tiene algunas de las estadísticas más preocupantes de un continente sumido en un rebrote del coronavirus.
Si alguna vez hubo un enemigo común para los ciudadanos y regiones de habla neerlandesa y francesa, desde luego sería este. Pero incluso ahora, la cooperación se hace cuesta arriba en Bélgica, hasta el punto de que los obispos católicos del país hicieron una llamada a la unidad.
«Solo podemos ganar la batalla contra el coronavirus si lo hacemos juntos», señalaron los obispos en una carta conjunta antes del Día de Todos los Santos, señalando a las diferentes normas que han impuesto el gobierno nacional y las tres regiones del país.
Bélgica, situada entre Alemania, Francia y Holanda, registró esta semana la media más alta del continente de casos en 14 días por cada 100,000 habitantes, según los Centros Europeos de Control y Prevención de Enfermedades, superando las cifras de República Checa.
Con 1.390,9 positivos de COVID-19 por cada 100,000 personas, el brote supera de lejos incluso a zonas muy afectadas como Francia o España. Casi 11,000 personas han muerto por ahora por coronavirus en Bélgica. Los expertos señalan que todas las cifras están por debajo del alcance real de la pandemia.
Todo esto en una nación adinerada de 11.5 millones de personas, donde no menos de nueve ministros, entre regionales y nacionales, tienen poder de decisión sobre cuestiones de salud.
«Muchos políticos pueden atribuirse el poder, pero al final, nadie es responsable nunca», dijo el historiador y exmiembro del Parlamento Europeo Luckas Vander Taelen, que describió como una «lasaña institucional» el sistema de múltiples capas de gobierno para servir a los 6,5 millones de flamencos en el norte y a los 5 millones de francófonos en el sur del país.
Durante la crisis de la pandemia, la población belga estuvo unida por una cosa: la sensación general de confusión y desconcierto por las normas siempre cambiantes impuestas por distintas instituciones. Para algunos residentes cerca de Bruselas, el cierre de un bar o el límite de asistentes para un funeral podían regirse por normas distintas con desplazarse apenas 20 kilómetros (12 millas).
Incluso durante la crisis sanitaria, las disputas lingüísticas se hicieron notar, algo que nunca ha desaparecido tras casi dos siglos y dos guerras mundiales en las que todo el país afrontó un enemigo común.
Paradójicamente, las complicaciones por tener demasiados gobiernos se sumaron al problema de que Bélgica estuvo casi 500 días sin un gobierno central funcional hasta que el primer ministro, Alexander De Croo, armó una coalición de siete partidos hace un mes. Una de las últimas medidas que tomó su predecesor en septiembre fue relajar las restricciones contra el virus, contra las recomendaciones de los expertos médicos. Ahora se culpa en parte a ese levantamiento de medidas por el rebrote récord de este otoño.
Charles Michel, Presidente del Consejo de la Unión Europea, procede de la política belga, pero ahora cree que ante semejante rival solo será eficaz una estrategia común del continente, no un rompecabezas de medidas locales descoordinadas.
«Por supuesto, la salud -como los asuntos sociales- es principalmente una cuestión para los estados miembros, e incluso las regiones. Sin embargo, esta crisis ya ha demostrado que ningún país puede abordar la situación por su cuenta», dijo el martes. «Cualquier gestión de esta epidemia de forma localizada, en la que algunos salen mejor que otros, sólo serviría para agravar los desequilibrios económicos».