Cartas del Lector

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Por Jorge Ovalle Menéndez *

Había una vez un hombrecillo de barba larga, larga, muy laaarga y blanca, que vivía debajo de un pequeño, pequeño, muy pequeeeño hongo, a la orilla del camino, por el cual todos los días, muy temprano y muy tarde, a las 4 de la mañana y a las 10 de la noche, de ida y de regreso, pasaba Pin Uno, junto a Pin Ocho, a quien le gustaba mucho decir mentiras, como aquella de «¡Allí viene el lobo! ¡Allí viene el lobo!» «¡Sálvese quien pueda!», y éste nunca llegaba porque estaba muy ocupado en otra vereda acechando a Caperucita Roja, quien por cierto se tardaba demasiado en pasar, pues se había quedado platicando con las hermanastras de Cenicienta, que le estaban contando sus nefastos planes de impedir a toda costa que la susodicha asistiera a la fiesta que el príncipe Encantador iba a ofrecer en honor de una princesa de quien desde pequeño, bueno, es un decir, estaba enamorado; sin embargo, con lo que no contaba el ahijado del Hada era que la de la «F», Fiona, iba a volver casada y que él se iba a morir, no de amor, si no de celos, porque aquella a la que él pretendía regresaría del brazo de, nada más y nada menos, Shrek, un ogro verde y despistado que la mayor parte de su vida se la había pasado refunfuñando en su choza, debido a su genio bastante malo, pero sin molestar a nadie, más que a un burro parlanchín y desesperante; como ya se dijo un ogro verde y despistado, que a nadie había molestado en subida, sólo en bajada, pues cuentan las malas y viperinas lenguas que un día ella, el Hada, por volverlo a ver, salió a verlo al mirador, y él, Shrek, bromista que era, la empujó, pero como ésta podía volar gracias a sus poderes mágicos, sólo le bastó con extender sus transparentes alitas y batirlas cual colibrí, para luego partir burlándose del verde ogro, que se puso ídem de la cólera, además de desesperado y avergonzado, pues el Hada, en venganza, lo convirtió en un príncipe que, confundido y olvidado, terminó sus días buscando a Doris, ¡perdón!, a una ya por ese tiempo famosa Bella Durmiente, sin embargo cuando la encontró no le pudo decir nada, pues a su alrededor siempre estaban siete hombrecitos que cabalgaban en siete cabritos a quienes el lobo, otro lobo, en cierta ocasión se los había engullido, pero a quienes su mamá, que era una cabra bien graaande, los rescató y al lobo, quien por cierto estaba enamorado de la Luna, lo puso en el río a bordo de una cesta, con boleto sólo de ida, la cual luego fue a parar al mar, que se abrió en dos, liberando a todos los amigos y amigas de Shrek, incluyendo a Willy, quienes ya estaban aburridos del encierro causado por una extraña enfermedad que afectaba a todos los habitantes de aquellas lejanas tierras por esos días. Mientras tanto, a la orilla del camino, debajo del pequeño hongo, el hombrecito de la laaarga y blanca barba, ya aburrido, seguía escuchando a Pin Ocho, quien al igual que el pastorcillo, iba por el mundo vestido con las ropas de La Verdad, una señora muy difícil de encontrar en esos tiempos, ¡y ahora peor!, principalmente entre aquellos y aquellas que, de alguna manera, son o se consideran poderosos.

(Guatemala, 6 de septiembre de 2020, siendo las 10:58 horas).

*Profesor y Periodista Profesional.

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