Juan José Narciso Chùa
A pesar que no había visto a Quique en varios años, la noticia de su muerte me conmovió fuertemente, porque siempre reconocí en él a un gran ser humano y ese espíritu humanitario era la base de su vida y de su comportamiento. Cuando alguien tiene el humanismo como consigna significa que antepone principios a intereses, una convicción de vida digna de imitar. Así era Quique.
Lo conocí hace ya varias décadas, cuando empezamos el proyecto del Partido Socialista Democrático, PSD, junto con otro grupo de amigos. En lo personal no lo conocía, pero cuando coincidimos y nos presentaron, la empatía fue inmediata. Para aquel tiempo Quique conducía las relaciones internacionales del partido y lo hacía muy bien, desempeñó ese cargo con seriedad y dedicación, consiguiendo un conjunto de relaciones a nivel internacional.
En esos años, las visitas a la Hacienda de los Sánchez, se hicieron frecuentes y pasábamos horas en veladas aderezadas con la exquisita carne y los buenos tragos, construyendo mundos distintos para este país, fue una época inolvidable, en donde concurríamos una variedad de amigos y conocidos, siendo Quique el foco de convergencia, junto con Mario Solórzano, el inolvidable Pelo Pincho.
En este espacio pude conocer al Quique empresario, pero su espíritu humanitario era el mismo, su convicción ideológica no varió, ni mucho menos su interés por cambiar este país. Todas sus reuniones discurrían alrededor de la cuestión política, no importaba si eran políticos, empresarios o líderes sociales. Así fue Quique.
Quique consiguió entrar como diputado en el Congreso de la República como parte del Partido Socialista Democrático, PSD, e intentó llevar iniciativas que coincidían con su pensamiento, con su ideología e hizo un esfuerzo importante en el congreso, pero, por supuesto, era prácticamente él solo y recuerdo a Don Héctor Calito, luchando como auténticos quijotes contra los grandes molinos de viento. Ese era Quique.
En una oportunidad, yo necesitaba un apoyo para una persona que venía del extranjero, pero que necesitaba respaldo político. Llamé a varios amigos y conocidos -me recuerdo que era un viernes- y nadie me contestó, se me ocurrió llamar a Quique, reconociendo, de antemano, que sería más difícil contactarlo. No me falló, en cinco minutos después -todavía no había celulares en aquella época-, me devolvió la llamada “Hola Chicho”, me dijo, “en qué te puedo ayudar”, le conté del asunto y me apoyó sin discutir, ni preguntar casi nada. Así era Quique.
Carmen María, su esposa, a quien pude conocer también en esos años, siempre fue la más fiel alidada de Quique, pero además tenía un perfil de bromista, pero ambos hacían una gran pareja, se complementaban grandemente. Carmen María me contaba algo así. “Quique regresaba de las sesiones prolongadas del congreso y llevaba mil problemas en la cabeza, pero cuando entraba a la casa y veía a sus hijos, se desconectaba inmediatamente y se dedicaba a ser padre y esposo”. Quién más que Quique.
La última vez que nos vimos, ya fue en el entorno de la Hacienda Real en zona 10, yo pasé por unas mesas y escuché el grito: ¡!!Chicho!!!, volteé a ver y era Quique, se paró y nos fundimos en un gran abrazo, platicamos un rato y me dijo, “ya sabés que esta es tu casa y yo soy tu amigo”. No lo volví a ver. Mi más sentido pésame para Carmen María y sus hijos, sin duda hemos perdido a una gran persona, un excelente amigo, un ser humanista. Hasta siempre Quique.
*La semana pasada falleció Quino, el creador de Mafalda, una gran pérdida, pues a través de tres o cuatro figuras de Mafalda, nos deleitaba con sus ocurrencias, pero también con sus pensamientos profundos y hasta mordaces, sobre el mundo, la familia, los amigos y hasta las relaciones internacionales. Como bien indicó Quino, si Mafalda hubiera vivido en la realidad, no hubiera llegado a los 30 años, pues hubiera sido un dato más en la dolorosa lista de desaparecidos en Argentina, durante la dictatura militar. Hace varios años compré Todo Mafalda, lo hojeo cuando puedo, cuando quiero ver el mundo con risa, pero con la irreverencia de una niña -de quien me enamoré-, que nos permitió visualizar nuestra realidad desde una figura de niña pero con pensamiento de grande, pero diferente, hasta intelectual, se podría decir. Hasta siempre Quino y Mafalda.