Un trabajador cava una tumba en una sección del Cementerio Municipal de Valle de Chalco, a las afueras de la Ciudad de México. Foto La Hora/AP/Rebecca Blackwell.

Por ADAM GELLER y RISHABH R. JAIN
NUEVA DELHI
Agencia AP

El saldo de muertes por coronavirus a nivel mundial rebasó el millón hoy, nueve meses después de que estalló la crisis que devastó a la economía global, puso a prueba la determinación de los líderes del planeta, confrontó a la ciencia con la política y obligó a las multitudes a alterar la manera como viven, aprenden y trabajan.

«No es solo un número. Son seres humanos. Son personas que queremos», dijo el doctor Howard Markel, profesor de historia médica en la Universidad de Michigan que ha asesorado a funcionarios del gobierno en la respuesta a la pandemia y quien perdió a su madre de 89 años a causa del COVID-19 en febrero.

«Eran padres y madres, esposas y esposos, hermanos y hermanas, amigos y colegas», dijo en un comunicado António Guterres, secretario general de Naciones Unidas. «El dolor se ha visto multiplicado por la brutalidad de esta enfermedad. El riesgo de contagio mantuvo a las familias alejadas del lecho (de los enfermos). Y el proceso de duelo y de celebrar una vida a menudo se hizo imposible».

La desoladora cifra, compilada por la Universidad Johns Hopkins, es mayor a la población total de Jerusalén o de Austin, Texas. Es dos veces y media más grande que el público que asistió a Woodstock en 1969. Es más de cuatro veces superior al número de muertos que dejó el terremoto y tsunami de 2004 en el Océano Índico.

Y aun así, casi seguramente no refleja el número total de casos debido a las pruebas de diagnóstico y a los reportes inadecuados o insuficientes, y al supuesto encubrimiento de decesos en algunos países.

Y la cifra sigue en aumento. En promedio, se reportan casi 5.000 decesos al día. Partes de Europa ya están siendo afectadas por una segunda oleada, y los expertos temen un destino similar para Estados Unidos, donde se han registrado cerca de 205.000 fallecimientos, o uno de cada cinco a nivel mundial. El número es, por mucho, el más alto en todo el mundo a pesar de los recursos médicos y económicos del país.

«Entiendo por qué los números están perdiendo el poder de asombrar, pero aún pienso que es realmente importante que entendamos la magnitud real de estas cifras», dijo Mark Honigsbaum, autor de «The Pandemic Century: One Hundred Years of Panic, Hysteria and Hubris» (El siglo de la pandemia: Cien años de pánico, histeria y arrogancia»).

Guterres, por su parte, advirtió que «no hay un final a la vista para la expansión del virus, la pérdida de empleos, la interrupción de la educación, el trastorno a nuestras vidas».

Sin embargo, señaló que la pandemia podría superarse con liderazgo responsable, cooperación y ciencias, así como precauciones como el distanciamiento social y las mascarillas. Cualquier vacuna, afirmó, debe ser «accesible y asequible para todos».

El saldo global incluye a personas como Joginder Chaudhary, quien era el mayor orgullo de sus padres, criado con lo poco que ganaban como agricultores de una pequeña parcela en la región central de la India y quien se convirtió en el primer médico de su aldea.

Después de que el virus cobró la vida de Chaudhary, de 27 años, a finales de julio, su madre lloró desconsolada. Sin su hijo, Premlata Chaudhary se preguntaba cómo podía seguir viviendo. Tres semanas después, el 18 de agosto, el virus también se la llevó a ella. Y en total, a otras 95.000 personas en la India.

«Esta pandemia ha arruinado a mi familia», dijo el padre del joven médico, Rajendra Chaudhary. «Todas nuestras aspiraciones, nuestros sueños, todo acabó».

Cuando el virus abrumó los cementerios de la provincia italiana de Bérgamo a principios de año, el reverendo Mario Carminati abrió su iglesia para recibir cuerpos, acomodando hasta 80 féretros en el pasillo central. Después de que un grupo de soldados los llevaban a un crematorio, llegaban otros 80. Y luego otros 80.

Eventualmente la crisis disminuyó y el mundo fijó su atención en otro asunto. Pero el alcance de la pandemia persiste. En agosto, Carminati enterró a su sobrino de 34 años.

«Esto debería hacernos reflexionar a todos. El problema es que pensamos que somos inmortales», declaró el sacerdote.

El virus apareció en primera instancia a finales de 2019 en pacientes que se encontraban hospitalizados en la ciudad de Wuhan, China, en donde se reportó la primera muerte el 11 de enero. Para el momento en que las autoridades ordenaron un cierre total de la ciudad casi dos semanas después, millones de viajantes habían llegado y se habían ido del lugar. El gobierno de China ha sido fuertemente criticado por no hacer lo suficiente para alertar a otras naciones de la amenaza.

Líderes gubernamentales en países como Alemania, Corea del Sur y Nueva Zelanda trabajaron de forma efectiva para contener la propagación del virus. Otros, como los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Brasil, Jair Bolsonaro, le restaron importancia a la severidad del riesgo y a las recomendaciones de los científicos, incluso mientras los hospitales se llenaban de pacientes enfermos de gravedad.

Brasil ha registrado la segunda mayor cantidad de muertes en todo el mundo con 142.000. India es tercero y México, cuarto, con más de 76.000.

Este virus ha generado disyuntivas entre la seguridad y el bienestar económico. Las decisiones que se han tomado han dejado a millones de personas vulnerables, especialmente a los pobres, las minorías y los ancianos.

Con tantos muertos fuera de la vista en pabellones de hospitales y hacinados en los márgenes de la sociedad, la cifra hace recordar la lúgubre declaración que a menudo se le atribuye al dictador soviético Josef Stalin: Una muerte es una tragedia, millones de muertes son una estadística.

El saldo de 1 millón de muertos a causa de la pandemia en tan poco tiempo es equiparable a algunas de las mayores amenazas de salud pública actuales y del pasado.

Supera el número de muertes anuales por sida, que el año pasado cobró 690.000 vidas en todo el mundo. El número de decesos por COVID-19 se acerca a las 1,5 millones de muertes anuales en todo el mundo por tuberculosis, que por lo general mata a más personas que cualquier otra enfermedad infecciosa.

Pero el «flagelo del COVID sobre la humanidad es incomparablemente mayor al de otras causas de muerte», dijo Lawrence Goston, profesor de leyes mundiales de salud en la Universidad de Georgetown. Recalcó el desempleo, la pobreza y la desolación que provocó la pandemia, y las muertes por tantos otros padecimientos que no han recibido la atención debida.

Incluso siendo tan letal, el virus ha cobrado muchas menos vidas que la llamada gripe española, que mató a entre 40 y 50 millones de personas en todo el mundo en un periodo de dos años, hace poco más de un siglo.

Esa pandemia surgió antes de que los científicos tuvieran microscopios suficientemente poderosos para identificar al enemigo o los antibióticos para combatir la neumonía bacteriana que causó la muerte de la mayoría de las personas. También tuvo una trayectoria de impacto muy diferente. Por ejemplo, en Estados Unidos la gripe española mató a cerca de 675.000 personas, pero la mayoría de ellas fueron en una segunda oleada que impactó en el invierno entre 1918 y 1919.

Hasta el momento, la enfermedad ha dejado una huella apenas perceptible en África, muy por debajo de los primeros modelos que pronosticaban miles de decesos más.

Pero se han registrado repuntes recientes en países como Gran Bretaña, España, Rusia e Israel. En Estados Unidos, el regreso de estudiantes a los campus universitarios ha causado nuevos brotes. Con la aprobación y distribución de una vacuna posiblemente a varios meses de distancia y con el invierno a la vuelta de la esquina en el hemisferio norte, el número de muertes seguirá en ascenso.

«Apenas es el comienzo. A esta pandemia le quedan muchas más semanas por delante de las que ha dejado atrás», declaró Gostin.

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