Mario Alberto Carrera
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Cuando al presidente Franklin D. Roosevelt le tocó escoger cuál de los derechos humanos debe primar sobre los demás, eligió axiomático el derecho a la libre emisión del pensamiento, a través de los medios de comunicación (que hoy son tan heteróclitos y también tan mediocremente masificados) porque comprendió –en toda su densidad- que la libertad de Prensa avala, defiende, garantiza y protege al hombre y en consecuencia a los demás derechos humanos y asimismo a la Constitución y a les leyes. Aprehendió Roosevelt que los Derechos del Hombre –como se les llamó en el memorable año de 1789- nada son y muy poco pueden bregar -por sí mismos- si no tienen como aliados -institucionalmente garantizados- a la libre emisión del pensamiento y su manera de expresión mediante la palabra que nos hace humanos: la Prensa, los medios.
Dos hechos deprimentes y aberrados nos han sacudido –sobre todo a los periodistas o comunicadores como se nos llama hoy: soy miembro de la APG desde hace casi 50 años- la semana que acaba de pasar.
Las dos acciones convergen sobre una misma persona o han sido derivados de sus actos. Se trata de Miguel Martínez que, como un engendro superlativo de Miguel Cara de Ángel –valido o preferido temporal de “El Señor Presidente”- asume en estos momentos terribles en la efervescencia de la pandemia, el rol de un protegido, valido o preferido presidencial en una alucinación surrealista sin límites, desbocada e hiperbólica. Las dos situaciones se articulan también pertinaces sobre la libre emisión del pensamiento, el legítimo derecho a la investigación en periodismo y la libertad de Prensa. Todos los que leen o ven medios y redes, saben bien los detalles de lo que ha ocurrido en la kafkiana patria inmutable y que podría resumirse así: 1. persecución del medio digital Plaza Pública -prohijado por los jesuitas- por haberse “atrevido” a ejercer el derecho a la investigación sobre la vida de una persona pública -y funcionario-: Miguelito Cara de Ángel y 2. Acoso a Sonny Figueroa por haber dado a la estampa digital, el elenco de inverecundos “a-idóneos” (y sus jugosos e inmerecidos salarios clientelistas y sus currículos de barriada) del engendro llamado Centro del Gobierno, donde reside el núcleo del poder Ejecutivo -en el ensueño de una folie á deux que han montado, en su paranoico deliro de grandeza- el ya mencionado segunda versión de Cara de Ángel y Alejandro Giammattei quien, indudablemente, debe ser declaro mentalmente incompetente ante los despropósitos que fecunda, de la mano de su preferido.
Si la Prensa, los medios y las redes son conculcados por el Estado y en este caso mediante el Ejecutivo, debe reaccionar de inmediato –como en parte ya lo ha hecho- el PDH. Pero también, y cómo no, todos los que estamos dentro de los medios de una u otra manera o relación. ¡Y toda la ciudadanía! Porque como arriba lo apunto -al invocar y apelar al emblemático juicio de Franklin D. Roosevelt: si corre peligro la libre emisión del pensamiento y su lenguaje paradigmático: la Prensa y los medios en general, la democracia está en mayor peligro de derivar en fascismo o nazismo extremo, como es en el que venimos cayendo abisalmente desde Vinicio Cerezo hasta nuestros días con altibajos tremendistas como Ríos Montt, Lucas, Berger, Colom. Y de Pérez Molina para acá, ¡la debacle total en la miseria popular! Hasta arribar a los alucinados aparejados confesos: Giammattei y Cara de Angelito Martínez.
Martínez ha zampado a la Prensa en donde le ha pegado su gana al tratar de disminuir o evaporar sus funciones sacratísimas. ¡Y esto los periodistas y escritores –como es mi caso- no lo vamos a permitir! Lo sancionaremos con la palabra y con nuestra protesta en “La Plaza”. Allí declaremos incompetente a Giammattei y perseguiremos penalmente a su preferido o valido real.