Adrián Zapata

El pasado tres de septiembre, Monseñor Gonzalo de Villa tomó posesión como Arzobispo de la Arquidiócesis Metropolitana de Santiago de Guatemala.

Ya anteriormente me he referido a esta designación hecha por el Papa Francisco y los retos que ello implica para Monseñor de Villa, dado el rol que históricamente han jugado quienes fungieran en tal cargo en Guatemala. Desde el entreguismo de Monseñor Rosell y Arellano al imperio norteamericano y la oligarquía nacional, hasta la dignidad de Monseñor Quezada Toruño y su rol en el logro de la paz.

Por esta razón, me interesó muchísimo conocer el contenido de su Homilía, con la cual asumió tan alta responsabilidad eclesial. En primer lugar, considero que haberse comunicado no sólo en Español, sino que también en un idioma maya, refleja su comprensión sobre la realidad nacional. Luego, las cuatro palabras que él subrayó son de gran profundidad: cercanía, misión, comunidad y los pobres.

Recordó la humanidad de Jesús y el llamado a compartir la dignidad desde esta perspectiva, así como el aliento que nos da el Papa Francisco desde una opción como la de Jesús, por los últimos y desheredados. Ciertamente eso no implica un retorno a la teología de la liberación, pero devuelve esa opción prioritaria a la Iglesia.

Fue incluso mucho más específico en esta definición teológica. Dijo muy claramente que hablar de los pobres “Es hablar de las grandes mayorías pobres y tantas veces empobrecidas en nuestra Guatemala. Es hablar de aquellos a quienes el Señor Jesús ama con predilección. Es hablar del corredor seco y sus hambrunas, es hablar de asentamientos marginales, es hablar de indígenas desposeídos, es hablar de aquellos en cuyo nombre seremos juzgados…, es hablar de desnutrición infantil y de muertes prematuras.”. Dijo, citando a San Alberto Hurtado: “Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella, es deber sagrado. Eso nos obliga a todos.”.

Con sabiduría enfatizó que la Iglesia no es “un partido político, ni frente nacional, ni siquiera magna asamblea…”, pero agrego que “Se espera del Arzobispo una palabra de aliento, pero también de cuestionamiento, de denuncia, sin manipulaciones de ningún sector…No quedarse callado ante situaciones que ameriten denuncias o llamado a la reflexión, con nombres propios en ocasiones, dirigidos a toda la sociedad en otras.”.

Y casi al final de su Homilía, refiriéndose a la situación que actualmente vivimos, aseveró que “Dios quiere que esta pandemia que nos golpea hoy, la pandemia del Covid 19, pero sobre todo la pandemia más antigua de exclusiones y privilegios, de violencia y crimen, de hirientes desigualdades, vaya aplacando y que como iglesia sepamos contribuir a ello.”.

Mi intención al parafrasear el discurso del nuevo Arzobispo es expresar que Monseñor parece haberse definido por un rumbo muy sabio, por cierto equilibrado, pero sin dejar de asumir su compromiso social y pastoral con la lacerante realidad que nos abruma.

Su aporte para superar la agobiante polarización que se profundiza en el país sería importante. Los círculos tradicionales de poder, reiteradamente miopes ante los problemas estructurales del país, lo respetan. Los cavernícolas de la derecha lo rechazan, por supuesto. Y los actores populares y los progresistas probablemente serán permeados por el contenido de su Homilía.

Bienvenido un liderazgo que aporte en ese sentido. Ojalá así sea.

Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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