Gustavo Sánchez Zepeda
Escritor

Cuando cayeron las banderas blancas, el hambre todavía estaba ahí.

Sirva esta paráfrasis para hacer presente al escritor Augusto Monterroso, quien nos ayuda a pensar la realidad que vivimos. No podemos negar que en Guatemala el hambre es antigua, estructural; ha estado ahí, la pandemia únicamente la sacó a las calles en forma de banderas blancas; ahora se están normalizando y las banderas se invisibilizarán y luego, desaparecerán, pero el hambre seguirá ahí.

La pandemia 2020 también nos confirma que estamos por nuestra cuenta. Enfrentamos el problema (y la vida) como venimos al mundo: desnudos y sin más apoyo que la familia. La vida o la muerte depende del sistema inmunológico de cada uno y, fatalmente, de cómo se esté posicionado en la sociedad. Escribo fatalmente porque, aunque espero que quienes lean estas líneas posean la salud y las posibilidades económicas para salir indemne, esta no es la situación de la gran mayoría de los habitantes de este país. La posición en la sociedad, la preparación intelectual y el tipo de modo de ganarse la vida determina si el trabajo se puede realizar desde casa o si es necesario salir a jugar la lotería del virus.

Si se tiene la necesidad de salir a ganarse la vida, hay que hacerlo, la familia lo necesita. En un mundo ideal todos tendríamos la posibilidad del teletrabajo, pero no es así. Comida, estudios, renta e hipoteca, son inexorables. Nada es gratis y se hace lo que se debe hacer.

El virus ha rebasado la capacidad del sistema de salud, ha mostrado las grandes falencias que tiene el país y ha desnudado el fracaso del neoliberalismo salvaje. Cuando nos enteramos que los hospitales no tienen los insumos mínimos para atender a los enfermos a pesar de los enormes préstamos; cuando hay presupuestos autorizados que no se ejecutan; cuando se anuncia como éxito que van a reparar una pista de aterrizaje que se construyó el año pasado; cuando el Gobierno te dice que hay que acostumbrarse al virus, entendemos el mensaje: hay que acostumbrarse a morir y estamos a merced del neoliberalismo salvaje, el Estado solo confirma que es fallido. Roberto Obregón lo profetizó: Ahora muere la gente/a precio de quemazón. /Los hombres se van muriendo/sin mudada y sin permiso, /sin zapato/y sin echarse un son.

No deseo entrar a un largo e inútil debate ideológico, por eso me referiré a hechos. El Estado falla cuando no existen suficientes camas hospitalarias, públicas o privadas, para atender a la población; además, los hospitales públicos están sin insumos; los médicos se protegen con recursos propios o donaciones, lo cual es una total vergüenza. El Estado falla cuando se repara alguna carretera y, sin importar el departamento ni el kilómetro, siempre, siempre hay gente que sale a vender fruta, Tortix, agua pura; ¿qué demuestra este hecho?, que el hambre y la necesidad está en todas partes. De nuevo, las banderas blancas solo desnudan el problema, pero el hambre ya estaba.

La disyuntiva salud economía es absurda, no se trata de elegir entre una y otra, ambos fenómenos están concatenados. No es posible tener una economía sana con la población enferma de un virus del que, por el momento, no hay cura; todas esas personas económicamente activas se volverán una carga para la sociedad en el momento de enfermarse, así de simple. Después se tendrá que acudir a personas que no poseen el conocimiento para hacer trabajo calificado y habrá que darles capacitación, lo cual es costo, con el probable riesgo que, cuando aprendan, se enfermen. Es decir, los costos se multiplican tanto para el Estado como para la iniciativa privada. Y luego ¿quién consume?, la gente estará más preocupada en satisfacer las necesidades primarias que en las suntuarias. Activar la economía sin haber encontrado la cura solo conducirá a mayores costos económicos y humanos. Esto dentro de la lógica de un Estado de bienestar dentro de un sistema capitalista.

¿Hay otro camino que no sea tan oneroso? Veamos otro punto de vista y algunos números consultados el 24 de agosto de 2020, fecha en que se escriben estas líneas. En este momento hay 2,632 muertes atribuidas al coronavirus y una caída del PIB estimada para este año del 2%, datos del FMI (Fondo Monetario Internacional). Es decir, el costo en vidas humanas es demasiado bajo comparado con el costo económico, estaríamos mejor con una economía abierta que no detenga la productividad; pero nunca es tarde, abramos el país.

Abordemos otros datos: el índice de letalidad del coronavirus es del 3.8%; conforme el reloj poblacional de Guatemala se estima que hay 18.1 millones de habitantes; esto significa que, en el supuesto que todos contrajeran el virus, tendríamos 684 mil muertos y quedarían 17.4 millones de guatemaltecos. Estamos bien, hay suficientes habitantes para mantener bajos los precios de la mano de obra. Esta pérdida se puede soportar ya que lo lógico es suponer que la mayoría de estas muertes son población vulnerable, ancianos de bajo consumo y personas vulnerables que son una carga económica; no pasa nada, somos demasiados, priva la supervivencia del más fuerte. Esta es la lógica del neoliberalismo salvaje.

Este tipo de neoliberalismo fomenta la pauperización de la sociedad, si a esto le añadimos el elemento corrupción, el problema se vuelve exponencial. Frente a la situación actual del país, el Estado es un enorme cero a la izquierda cuyos recursos están sirviendo para el enriquecimiento de algunos, de ahí la pregunta de la sociedad civil: #DondeEstaElDinero.

Publicado a finales del año pasado con base en datos del 2014, el Índice de Pobreza Multidimensional de Guatemala (IPM-Gt) en indígenas es del 80 % a nivel nacional y en no indígenas es del 50.1 %, para un total nacional del 60.1%; además, la Cepal y la FAO estimaron que la pandemia del nuevo coronavirus aumentará la pobreza en América Latina, incluyéndonos. Es a este país que su Presidente le pide ayuno.

Coincido con Luis Cardoza y Aragón cuando afirma: El camino de una sociedad más justa es arduo: sin democracia económica no hay democracia política. Lo mejor será que ustedes, coetáneos míos, sin importar su condición social, salgan de esta crisis sin tener necesidad de acudir a los insuficientes servicios del Estado. No por los médicos ni por el personal sanitario, sino por la incapacidad gubernamental de proveer lo necesario para que el sistema funcione. A largo plazo, lo ideal es que cada persona alcance la independencia financiera para que no tome decisiones sobre su futuro por hambre, de esta manera lograremos la democracia económica de la que nos habla Cardoza.

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