Víctor Ferrigno F.
Tras cuatro años de ser prófugo de la justicia, y once meses de negociaciones con el Ministerio Público (MP), Alejandro Sinibaldi Aparicio regresó a Guatemala para procurarse las condenas más benévolas, en los cuatro procesos en los que se le sindica de múltiples delitos. Ni por asomo viene a pagar sus culpas, sino a seguir encarnando la impunidad de un sistema político y judicial putrefacto.
El Sipi, como le apodan, no es un prófugo cualquiera. Con diligencia y descaro articuló una vasta red criminal, que involucra a empresarios deshonestos, políticos corruptos, operadores de justicia venales, periodistas vendidos y militares infectos, que le permitió amasar una fortuna, y hasta cooptar el aparato de administración de justicia.
Regresa para aprovechar a su favor una coyuntura en la que el Pacto de Corruptos, que él ayudó a gestar, ha logrado el control de los tres organismos del Estado, a costa de romper el régimen constitucional, y la ciudadanía está aletargada por el miedo a la pandemia, y por las medidas de confinamiento. Una situación inédita, en la cual la atención de la comunidad internacional está tan centrada en los enfermos y los muertos que el COVID-19 provoca, que las graves tropelías de un delincuente internacional resultan poco relevantes.
La más profunda recesión económica en 90 años, la crisis hospitalaria, el hambre y la incertidumbre social, también son factores que abonan a favor de los objetivos de Sinibaldi: impunidad y recuperación de bienes. Tuvo cuatro años para asegurar sus negocios en varios países, y para calcular el riesgo. Por eso viene envalentonado y vociferante, amenazando con destapar los vicios del sistema político y económico.
Sinibaldi le apuesta, ante todo, al cobro de los favores políticos brindados a los actuales magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que el nombró, en complicidad con Manuel Baldizón, como este confesó durante su juicio en EE.UU. Tal injerencia ilícita también se extendió a favor del nombramiento de magistrados de Sala que, eventualmente, podrían conocer de sus casos.
Sin embargo, su periplo hacia la impunidad no será ni fácil ni rápido. La CICIG y la Fiscalía Especial Contra la Impunidad (FECI) hicieron un trabajo exhaustivo, acumulando pruebas documentales, testimoniales y técnicas en contra de Sinibaldi y sus cómplices. La que fuera su asistente, Aneliese Herrera, actuando como colaboradora eficaz, ha rendido un testimonio pormenorizado sobre el accionar criminal del Sipi, especificando el móvil, la manera, el lugar y el tiempo de la comisión de los delitos que se le imputan.
También los constructores, que aducen haber sido extorsionados por Sinibaldi, han brindado testimonios detallados y contundentes en su contra. Por ello, las primeras imputaciones del sindicado, al salir de la audiencia de primera declaración, fueron en contra de los empresarios que lo delataron, a quienes se las va a cobrar.
En este tinglado, no hay que olvidar que Alejandro Sinibaldi jugó el papel de bisagra entre el crimen organizado y la rancia oligarquía. Su tío y mentor, Ricardo Catillo Sinibaldi, lo catapultó en el Partido Patriota y en la institucionalidad estatal, para convertirlo en un alfil del gran capital, pero el pupilo se le fue de las manos.
El Sipi no solo amasó fortuna, sino acumuló un gran poder, por lo que sabe mucho, y ese conocimiento lo utilizará para presionar, chantajear y corromper. Sinibaldi es un tigre herido, en una jaula endeble, que calcula poder violentar. Sin embargo, sus ex cómplices y actuales adversarios ya saben qué hacer con el que amenaza y sabe demasiado. Que se cuide.