David Martinez Amador

Politólogo. Becario Fulbright-Laspau del Departamento de Estado Norteamericano. Profesor Universitario,, Analista Político y Consultor en materia de seguridad democrática. Especialista en temas de gobernabilidad, particularmente el efecto del crimen organizado sobre las instituciones políticas. Liberal en lo ideológico, Institucionalista y Demócrata en lo político.

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David C. Martínez Amador

Sin duda, un tema complicado.

No sólo el hecho revelado en los medios de comunicación locales con respecto a dos personas enfermas de Covid19 que, decidieron quitarse la vida. De por sí, y en esencia, el suicidio es un tema polémico y complicado. Precisamente por ello, la filosofía debe ocuparse de esto.

Por lo general, cuando el tema del suicidio se vincula a la filosofía se piensa en la corriente filosófica denominada existencialismo. Tal y cómo lo apuntaba en una entrega anterior, el existencialismo cuestiona el sentido de esta vida: Si la muerte es la única realidad asegurada ¿Qué sentido tiene vivirla? ¿No es acaso la vida un sin sentido? No es acaso la vida un largo camino, lento y tortuoso dirigido a una realidad inevitable: Morir. Si bien el existencialismo no llega a esta conclusión de forma exclusiva pues se acepta que es nuestra responsabilidad encontrarle sentido a la existencia, no deja de ser cierto que la misma a veces parece ´un sin sentido´. Entonces, ¿Qué sucede cuando ese sentido no es claro? ¿Cuándo el sentido de la existencia pierda toda lógica? Enfermar de Covid19, depender de la precaria atención de un hospital público y darse cuenta que posiblemente esta situación termina siendo una condena a muerte.

Habrá quienes argumenten que una realidad cómo esta puede sólo sobre llevarse buscando un ´placebo´ o ´muleta´ cual la religión por ejemplo. Sólo así una situación de desesperanza puede encontrar un horizonte. Habrá quienes argumenten que, aferrarse a una existencia casi concluida puede sostenerse pensando en aquellos que se aman, o buscando una salida estoica. La realidad es relativa al sujeto que la vive y comprender un acto de suicidio es una situación muy compleja. Lo único que podría argumentarse – alejado de un dogmatismo religioso- es que si bien nadie pidió nacer, si esta vida es nuestra, es justificable argumentar que se tiene el derecho para decidir cuándo concluirla ( por eso en países un tanto más progresistas se ha legislado a favor de la eutanasia).

Lo lamentable del hecho es que las condiciones institucionales del país nos hagan percibir que enfermar de covid19 y depender del sistema estatal es una condena a muerte. Reconociendo el esfuerzo de los médicos, los problemas estructurales del sistema de salud nos revelan que en términos generales si no se tienen condiciones económicas, hay poco que esperar. Frente a la pandemia de una enfermedad altamente contagiosa y que resulta un ser ruleta rusa, ´salir a la calle´ por necesidad termina siendo otra ruleta rusa: El Estado se lava las manos y una buena parte de la sociedad desatiende las políticas implementadas.

¿Qué sentido tiene vivir una existencia en un contexto así?

Esta pregunta merece una introspección madura.

Al mismo tiempo, debemos reconocer que los suicidios de personas enfermas de covid19 en hospitales públicos deben hacernos reconocer nuestra sádica realidad. Qué diferente sería ´pasar´ esta crisis en un país cómo Canadá o Australia, pero no es así. Si no te mata el covid19, te matan las pandillas, el hambre o las deudas.

¿Vale la pena la existencia en una realidad así?

La respuesta, es personal y sólo nuestra.

Tanto cómo nuestra existencia.

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